Capítulo 9

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-Es lo mejor, lo más seguro -añadió Alejandra.

Rafael no lo entendía, no tenía ningún sentido para él.

-¿Lo más seguro?

-Sí.

-Vale -dijo paciente-. No vamos a seguir por ahí. ¿No tuvimos una conversación hace un par de días sobre que no ibas a saltar a mi cama?

-Me refiero al sexo, no a dormir.

Deseo que ella tuviera un mejor manejo de los verbos en pasado. Con cuidado sugirió:

¿Estás hablando de ahora o de entonces?

-¿Entonces?

-Cuando hablamos de esto antes. ¿Te refieres o te referías a que no ibas a mantener relaciones sexuales conmigo, no que no fueras a dormir conmigo?

-Sí. Correcto. Me refiero a no mantener relaciones contigo.

-¿Así que quieres dormir conmigo, pero no mantener relaciones conmigo?

-Es muy embarazoso -se llevó las manos a las mejillas-. Lo siento, no sé cómo decírtelo entonces.

-Vale. De acuerdo. Pero creo que es mejor que me lo digas ahora.

-Sí, es el momento. Debes saberlo ahora.

-Entonces, ¿Por qué quieres que durmamos juntos?

-Por inmigración.

-Eres la paranoia parlante -no entendía nada-. No sé cómo sería tu vida en tu país. No sé... qué sufriste. Pero en serio, Alejandra. Inmigración no tiene forma de saber con quién compartes la cama.

-Pero Rafael, sí tienen formas. No pueden saber lo que hacemos en la cama. De eso no pueden estar seguros. Pero si pueden saber si dormimos en la misma cama.

-¿Cómo demonios van a saberlo?

-Es muy fácil. Vienen a visitarte cuando quieren. Sin cita. Llaman a la puerta quizá muy temprano. Cuando vienen mirar a ver si mi ropa está en la habitación con tu ropa, si solo una cama esta deshecha. Tienen... ¿Cómo se dice? Tienen un archivo sobre mí. Añaden las cosas sospechosas que dicen que no estamos realmente casados. Es mejor que no les de nada que les permita dudar.

-Oh, vamos. Esto son los Estados Unidos. No puede ser tan malo.

-Quizá tengas razón. Pero oigo historias. Y no quiero darles la oportunidad.

-Mira. Ni siquiera saben todavía que estamos casados. ¿Cómo van a llamar a la puerta por la mañana para ver si duermo en el sofá o no?

Alejandra gimió frustrada.

-Es mejor, ¿sabes? Lo hacemos bien desde la primera noche. Así nadie sabe que en realidad no estamos juntos como marido y mujer.

Rafael pensaba que estaba haciendo un gran problema de algo irrelevante. Pero podría ver por su torturada expresión que creía lo que decía. Y lo sentía por ella, por lo que fuera que le había pasado en su juventud que le hacía tener tanto miedo, tener la certeza de que alguien llamaría a la puerta a cualquier hora del día o de la noche, obtuviera pruebas de que su matrimonio era un farsa y la enviara de vuelta a su país donde había jurado no volver jamás.

Para él tampoco era un gran problema. Un poco extraño sí. Dormir al lado de una mujer... solo dormir. Pero podría pasar por ello si eso le quitaba esa expresión de tortura de los ojos.

-Vale -dijo-. Si es importante para ti, compartiremos la cama.

Alejandra respiro hondo y su rostro pareció resplandecer.

-Oh, Rafael, ¡muchísimas gracias! - le agarro las manos y después se dio cuenta de que lo había tocado adrede. Lo soltó como si quemara-. Oh, perdona -se cubrió el rostro con las manos-. Soy tan tonta.

-No, no lo eres -deseo darle una palmada en el hombro para tranquilizarla porque lo hubiera tocado, pero se contuvo., Alejandra, vamos, mírame.

-Sí -bajo lentamente las manos-. Soy tonta. Sé que debería haberte dicho lo de dormir juntos cuando acordamos casarnos. Me siento tan mal porque no lo hago... porque no lo hice.

-Alejandra.

-¿Sí? -lo miro desesperada con sus grandes ojos.

-Lo hemos resuelto hoy, ¿Vale?

-Sí, vale -sonrió valiente-. Estoy contenta.

-¿Quieres más champán?

-No. No más. Mas y tendré dolor de cabeza.

-Entonces vamos a acostarnos, ¿Por qué no empiezas tú?

-Sí. Claro. Me preparo para acostarme -se levantó entre un crujido de seda.

La miro. El vestido tenía largas mangas que la cubrían hasta el dorso de las manos. Era prácticamente de cuello alto. Lo cubría prácticamente todo. Aun así estaba muy guapa con él. Realzaba su estrecha cintura y sus pechos firmes. Parecía una princesa de un viejo cuento de hadas, el dorado cabello recogido en lo alto de la cabeza y el flequillo recortado de modo que realzaba más que cubría los ojos.

Agarro la botella medio vacía de champán.

-Yo iré pronto.

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Amor InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora