Capítulo XIII. Escrito en las estrellas

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Por lo general elegía cualquier lugar de la mansión para leer: desde la cocina, la sala de conferencias, el estudio, su habitación, el baño, el jardín o el patio. Esta vez, Dio eligió la sala de estar; por lo general la casa era muy silenciosa, pero ese día era en especial callado. Con Haruno fuera realmente no había mucho que hacer, así que eligió un viejo favorito de su biblioteca personal –Una copia de la primera edición de El Señor de las Moscas, de William Golding que le había dedicado su madre al graduarse de la primaria–y se lo llevó a la sala, en silencio.

Antes de entregarse a la lectura, pasó uno de sus dedos largos y blancos por el lomo del libro, sintiendo la textura de la pasta gruesa y desgastada, despintada, junto con las letras plateadas que rezaban "Golding" grabada en el cuero. Giró el libro y con ambos pulgares acarició tres veces la portada y al final, se decidió a abrir el volumen, desde la primera página que podríamos decir que estaba en blanco, de no ser por la dedicatoria con una letra cursiva escrita de manera cuidadosa y esmerada:

Hijo:

Tengo la esperanza de que en los libros encuentres enseñanzas para conducirte al Cielo.

Te amo.

Aún no sabía si esa dedicatoria le provocaba ternura o si le enojaba en el fondo. Suspiró, dejando pasar la incomodidad y comenzó a leer el primer capítulo, saludando a los personajes como viejos conocidos que asomaban sus rostros entre sus recuerdos de una época pasada, donde se quedaba en el hospital a cuidar a su madre...

Escuchó el timbre de la entrada principal como si estuviera a kilómetros de él. El mundo, su entorno, sus obligaciones y sus preocupaciones desaparecían cuando se entregaba al más grande de los placeres para él. Sólo una voz pudo sacarlo de sus pensamientos.

– ¿Señor? –Subió la mirada y se encontró con Vanilla, frente a él, mirándolo. –Lo busca el Padre Pucci en la entrada. ¿Quiere que le haga pasar o le digo que está indispuesto?

–Por favor, hazlo pasar. –Dijo Dio, cerrando su libro. –Condúcelo al estudio también. –Se puso en pie y avanzó, sonriendo levemente sin saber el motivo exacto. Entró en la habitación, encendió la luz y se asomó por la ventana. Las estrellas comenzaban a salir del manto celestial, iluminando un poco el cielo nocturno. Seguro en el colegio se preparaban para mirar las estrellas, sacaban telescopios, agrupaban sacos para dormir...

La puerta se abrió con un rechinido.

–Señor, el Padre Pucci. –Dijo Vanilla, con voz amable.

–Que pase. –Indicó Dio. –Por cierto, Vanilla... ¿puedes pedir un té a la cocina?

–Enseguida.

–Que sean dos, por favor. –Dijo el párroco, con algo de timidéz.

–Permiso. –Su asistente salió de la habitación y los dejó solos. Se saludaron en un ritual mudo, dándose las manos y mirándose mientras sonreían.

–Quizás es el momento menos adecuado para reunirnos. –Dijo Pucci. –Es sábado por la noche y---

–Para nada. –Respondió Dio, invitándolo a tomar asiento. –No tengo plan alguno, menos cuando Haruno no se encuentra en casa...

–Ya veo... –El sacerdote apoyó el rostro sobre sus manos, dubitativo.

– ¿Te apetece una partida de ajedrez?

–Me encantaría. –Admitió Pucci, sonriendo.

Dio se dirigió a un estante y buscó entre sus puertas un juego de ajedrez. Regresó con una caja de cartón ya muy maltratada entre sus manos y sacó con cuidado un tablero de cristal. Antes de sacar las piezas de entre los dos trozos de nieve seca, Dio preguntó:

Sweet dreams (are made of this) -Jojo's bizarre adventure-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora