El hombre de la piel morena veía la vida a través de un solo ojo. Un ojo de iris púrpura y una pupila profunda, que a Nadia le hacía recordar esas leyendas que se contaban acerca de el océano. Su otro ojo había sido cubierto por blancas cortinas. Cuando Nadia era solamente una niña, sentada frente a él le preguntó la razón de su ceguera.
-Ah, mi pequeña Nadia- Dijo con un suspiro, sus arrugas parecían cargar todas las cicatrices del tiempo- Tanta maldad, tanto sufrimiento mis ojos ya no pudieron soportar. El dolor que me causaban era muy grande y nubló mi ojo derecho. Ahora con este -dijo señalando su ojo izquierdo- miro al mundo y con el otro lo lloro.
Y mientras hablaba, una lágrima oscura y brillante rodó por sus ancianas mejillas y cayó en la tierra. Nadia, como todas las veces que esto sucedía, llenó sus manos con este pedazo de suelo y lo llevó cuidadosamente hacia afuera de la choza de adobe seco. Colocaba el polvo que recogió en una vasija y chorreaba con moderación el alimento. En la escasa luz, brotaban pequeñas hojas, que Nadia miraba con ternura; las cuidaba por un par de días, tres si tenía suerte. Pero en poco tiempo estas se secaban, volviéndose marrones y marchitas. A pesar de que siempre pasaba, la pequeña se entristecía. Después de todo, en el país donde no sale el sol, uno no puede ser feliz por mucho tiempo.
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El país donde no sale el sol
FantasyNadia es la aprendiz del viejo hombre de la piel morena, que lleva en su corazón la esperanza de todo su pueblo, y en sus lagrimas los últimos alientos de aire fresco. Ella deberá aprender a liberarlos y junto a Sofía y Aaron, buscarán la cura para...