Capítulo XXX: La antesala del caos

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Caesar trató de calmar su acelerado pulso ante la confusa escena que había ocurrido.

¿Era posible?

¿Era real?

¿Qué demonios acababa de pasar?

Siguieron dándole escalofríos y caminó muy torpe hacia su cuarto, apoyando su mano en una de las paredes para no perder el equilibrio. Su estado tan conmocionado le impidió sentir que una mirada muy familiar lo seguía... o al menos, hasta que encontró a Joseph caminando hacia él.

–Buenos días. –Lo escuchó decir. Aún tenía la voz muy ronca y constipada, resultado de recién haberse levantado y de haber llorado mucho rato antes de quedarse dormido.

– ¿Cómo dormiste? –Le preguntó Caesar. –Llamaron a la puerta y fui a abrir...

–No te sentí a mi lado y... me levanté. Escuché... voces... –Joseph se tallaba un ojo mientras Caesar bufaba. – ¿Pasó algo?

–Dio Brando vino por su hijo. –Soltó el italiano, sin expresión alguna en su voz. Su amante arqueó una ceja, asombrado.

– ¿Cómo dices? –Preguntó asombrado. –Bueno, de cualquier manera, ¿quién se cree que es? ¿Te vio cara de guardería o qué? –Caesar palideció y negó con su cabeza, de manera lenta. –Caesar-chan... ocurrió algo más, ¿cierto? Dime, ¿qué pasó? ¿Te hizo algo?

–Créeme: no sería capaz de hacerme algo.

–Lo siento, no te creo. –Joseph suspiró y avanzó a uno de los sillones de la sala. Caesar lo siguió y tomaron asiento. –Pero si dices que estás bien...

El hombre italiano inhaló y exhaló para luego mirarlo a los ojos y decirle: –Eih, Jojo. Quiero pedirte algo.

–Poses muy peligrosas no, que tengo miedo de que me truene la espalda un día de estos y--- --Su amante lo veía un tanto mosqueado por la broma. –Ya, sabes que puedes decirme.

–Cuéntame más a fondo, ¿qué relación tiene Dio con tu familia?

La mirada de Joseph pasó de tener un brillo amable y cálido a reflejar astucia y experiencia.

–Voy a tratar de explicarlo lo más breve y claro posible.

– ¿Quieres que prepare té?

–No. Trae el licor más fuerte que tengas, que es una historia bastante densa.

–Joseph, no pasan de las doce... –Decía Caesar, mitad riendo, mitad sorprendido. Sin darse cuenta, lo obedeció: llevó un par de vasos jaiboleros, una múcura con hielos y una botella de limoncello. –Supongo que me arrepentiré de esto.

–Para nada. –Decía Joseph, sirviéndose. –Te va a ayudar a digerir mejor lo que el anciano va a contarte. –Cerró la botella y la dejó en la múcura, luego tomó un trago largo de limoncello y dijo: –La historia de Dio comienza cuando conoce a mi abuelo, comienza a vivir con él y lleno de envidia, renuncia a su humanidad utilizando una máscara de piedra azteca con poderes místicos. –Caesar lo miró asombrado y se sirvió limoncello también. –A partir de ese momento, todo lo que él le había hecho a mi abuelo fue un juego de niños comparado con el infierno que hizo de su vida... o al menos hasta que murió.

–...entonces...

–En realidad adoraría decir que ese es el final de la historia. –Suspiró y con su dedo acarició la orilla del vaso. –Dio robó el cuerpo de mi abuelo para usarlo él...

– ¿Quieres decir que...?

–Le cortó la cabeza y se puso su cuerpo. –El gesto del italiano era de suma estupefacción. – ¿Te dije que en ese entonces, Dio era una cabeza maniática ansiosa de poder? Pues bueno... obviamente, dejó a mi abuelita destrozada, aunque eso le ayudó a crecer en gran medida. Mujer de armas tomar, mi abuela.

Sweet dreams (are made of this) -Jojo's bizarre adventure-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora