Barcelona, 23 de octubre de 2015
Ya era de noche cuando Albert salió con su Volkswagen blanco del parking de la sede de Ciudadanos de la calle Balmes. Había sido un día particularmente duro y Beatriz no hacía más que enviarle mensajes para saber cuánto iba a tardar en llegar a casa. Suspiró, exasperado. Al subir la rampa observó que el estanco de enfrente aún estaba abierto, así que sin pensárselo mucho, puso las luces de emergencia, sacó las llaves del contacto y salió del coche, corriendo a cruzar la calle.
- Señor Rivera, qué grata sorpresa. ¿Mucho trabajo? – el anciano detrás del mostrador le saludó como a un viejo conocido.
- Ha sido un día largo, Joan – le ofreció su media sonrisa de rigor, como excusándose.
- No me diga más. Marlboro light, ¡marchando!
Albert le extendió un billete.
- Sé que mi pequeño secreto está a salvo con usted – le guiño un ojo al hombre, que sonrió divertido.
- ¡Ni una palabra! Descanse, - le devolvió el guiño - presidente.
Salió del estanco y abrió el paquete, detrás suyo escuchó la campanilla de la puerta cerrándose tras él. Su abrigo negro ondeaba al compás de su caminar, mientas distraído se encendía el cigarro y se apresuraba a refugiarse de los ojos curiosos dentro del coche. Era algo esporádico, pero bastantes dolores de cabeza le habían dado con las adicciones como para que alguien le pillara fumando. Bajó la ventanilla para dejar escapar el humo y ahí se mantuvo unos segundos, aspirando el humo profundamente, notando como la nicotina sedaba sus nervios. Se dispuso a arrancar: cinturón, contacto, espejos...
- Conduzca.
Albert tosió, el humo penetrando por su esófago en su intento de ahogar un grito. En el retrovisor se dibujaba la silueta de un hombre, del que no podía adivinar los rasgos en la penumbra, que descansaba tranquilamente sentado en el asiento trasero.
- ¿Quién es usted? ¡Salga inmediatamente de mi vehículo!
El desconocido se acercó al político entre los reposacabezas de los asientos delanteros, dejando que la luz de la calle bañara su anciano rostro, iluminándole los cristales de las gafas de forma perturbadora.
- Arranque el coche, señor Rivera – exigió, con el semblante imperturbable, Josep Oliu Creus, presidente del Banco Sabadell.
Pablo descansaba en el sofá de su casa de Vallecas, con una cerveza, las luces apagadas y Los Chikos del Maíz de fondo.
Había tenido una semana movidita después de la emisión del cara a cara con Albert Rivera. Se había reunido con Laura y su equipo para analizar la repercusión del debate. Jamás lo admitiría en público, pero no creía haber estado a la altura de la dialéctica de Rivera. In situ, las sensaciones habían sido totalmente diferentes, incluso salió pensando que en algunos momentos había dejado en evidencia al catalán. Pero luego llegaron los medios de comunicación, las redes sociales, los tertulianos... Y no compartían la misma sensación. La verdad es que después de verlo – unas diecisiete veces – él tampoco pensaba lo mismo. Entre eso y el batacazo en las catalanas del mes anterior, Pablo estaba inquieto.
Porque la tele nos maneja
y te dicen ama a tu país, pero odia a Venezuela.
y el pobre cree la falacia,
no se dan cuenta que el pobre no tiene patria.Sabía perfectamente que Ciudadanos tenía un discurso atractivo, fácil al oído del conformista, cómodo para el aburguesado disfrazado de progresista. Sólo aquellos que miraban bajo las faldas del falso centralismo veían los tintes neoliberalistas y los agujeros de inconsistencia ideológica en sus políticas sociales. Si sólo hubieran tenido como estandarte a un incompetente, desenmascararlos hubiera sido terriblemente sencillo. Pero tenían a Albert Rivera, ese odioso ser de rasgos perfectos y sonrisa de anuncio de dentífrico. Alto, esbelto, atractivo a los ojos y dulce a los oídos. A ojos de buena parte de España: la buena influencia que quieres para tu hijo, el yerno próspero y conservador que todo padre desea, el chico amable que te sostiene la puerta al salir. Dios, qué odioso era ese hombre y qué fácil le resultaba caer bien. Incluso a Pablo, maldita su estampa, le caía bien. Demasiado bien. Habían coincidido en más de una vez y era imposible ponerle mala cara. Aunque cuando tocaban temas en los que no estaban de acuerdo el tono subía con facilidad, el tío tenía un magnetismo extraño e inexplicable. Era imposible odiarle. Al menos, a Pablo le era imposible odiarle. Esa maldita sonrisa, esa espalda forjada a base de años de natación y waterpolo, esa cara de niño bueno que no había roto un plato nunca... Y esa retórica aplastante, esa dialéctica dinámica y sencilla de encantador de serpientes. Estaba empezando a alarmarse por enésima vez ante sus pensamientos muy poco adecuadossobre su némesis político cuando su móvil vibró, iluminando de forma cegadora la estancia. Hablando del mismísimo Diablo...
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HOUSE OF CARDS
FanfictionLos partidos emergentes y sus respectivos líderes saben que en política todo vale para conseguir el poder. Pero ¿hasta dónde estarán dispuestos a llegar?