Capítulo 27

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Podía notar perfectamente la mirada asesina de aquellas chicas sobre su cuerpo, analizándolo, escaneándolo, estrangulándolo y enterrándolo, las pupilas del gran grupo de fans de Sam clavándosele como estacas mientras esperaban a que el coche llegara a por ellos. El chófer había llamado a Sam en la hora de patio, pero este había preferido subirlo a unas colchonetas que avisarle de que iban a pasar media hora en la puerta de la universidad. Realmente lo que a Arthur le molestaba no era esperar, sino que ellas estuvieran allí. Por Dios, era lunes, ¿no tenían que volver a casa y ponerse a estudiar?

Con los auriculares colgando de sus orejas y apoyado en una farola, Arthur fingió que miraba el móvil y se acomodaba la mochila en el hombro, aunque de vez en cuando no podía evitar mirar hacia el grupo de locas que rodeaba a Sam de tal manera que le era imposible verlo. Cada vez que desviaba sus ojos hacia allí, al menos un par de ojos le echaban en cara que viviera con Sam, que estuviera castigado con Sam, que tuviera que hacer los trabajos con Sam. Joder, ni que él hubiese elegido todo aquello.

Se removió en el sitio, bajando la cabeza en cuanto aquello que sí había elegido llegó a su mente, se mordió el labio, ruborizándose, y sacudió la cabeza. Menos mal que ellas no sabían lo que su querido ídolo había hecho aquella misma noche... o en el almacén del equipo de fútbol. Menos mal que ellas no sabían nada realmente, porque se veía literalmente ahorcado y enterrado.

-¿Por qué no te vienes a comer a mi casa? -la risa de Sam mientras hacía lo que a Arthur le pareció que era negarse llegó hasta él. Algunas se quejaron por lo que fuese que Sam dijera, otras simplemente se volvieron locas por su risa. Arthur puso los ojos en blanco, sabiendo cuán falsa había sido.

Con él sí reía de verdad.

Sacudió la cabeza. ¿En qué estaba pensando? Se mordió el labio con más fuerza, mirando la hora y leyendo el mensaje del chófer que acababa de llegar mientras se dedicaba a lo que no debía. Diez minutos más y pasaría a por ellos. Genial. Al fin. Tenía unas ganas tremendas de irse de allí y de deshacerse de esos ojos llenos de rímel que lo acosaban.

Se balanceó sobre los talones un par de veces, titubeando, ¿debía ir a decírselo a Sam o esperar a que el chófer llegara?

-Me hubiera gustado que hicieses el trabajo de literatura conmigo. -dijo un de ellas, con tono lastimero, queriendo posiblemente parecer adorable, haciendo a Arthur entrecerrar los ojos.

-¡O conmigo! -gritó otra, y muchas más se unieron.

Luego todo se quedó en un repentino silencio y Sam rió otra vez mientras hablaba, explicando que la profesora lo había querido así y que, además, quería estrechar lazos con su hermanastro.

Arthur puso los ojos en blanco y de repente todas lo miraron a la vez, causándole un escalofrío, que aumentó de intensidad cuando Sam salió del grupo para caminar hacia él, se paró a su lado, pegando mucho sus hombros y aumentó su sonrisa tanto que pareció incluso verdadera.

-¿Tienes que irte ya?

Sam asintió a las preguntas que llegaban desde todas partes, sin dejar de sonreír y sin apartar su mirada de ellas, prometiendo sin hablar a muchas que las iba a llamar. Arthur levantó las cejas, sin creer nada de lo que sus gestos procuraban decir, pero no se rió y disimuló su incredulidad porque sabía que ellas irían en su contra al instante. Sin embargo sí jadeó sorprendido cuando una mano tocó su espalda, bajando cada vez más y más hasta apretarle el culo. Miró a Sam, que fingía no estar haciendo nada, con sus lados tan pegados que parecía tener el brazo en su propia espalda.

Maldición, cómo quería chillarle que lo soltara.

-El chófer vendrá enseguida, chicas, ya nos vemos mañana, ¿vale?

Hasta que el cuerpo aguanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora