Un bosque otoñal apareció frente a ella y el delicioso olor de la naturaleza le rodeaba. El sonido crujiente de las hojas secas bajo sus pies al caminar la llenó de alegría. Una diminuta columna de humo negro se alzaba en la lejanía y de inmediato pudo reconocerla. Corrió apresuradamente en aquella dirección y no se sorprendió al encontrar la cabaña de la marmota, más limpia y hermosa que nunca.
—¡Sebas! ¡Sebastián! —gritó emocionada al entrar por la puerta.
—Hola Ana, querida.
—Se... bas, ya no tienes pelo —exclamó con una mezcla de confusión de confusión y asombro.
—¿Cómo qué no? ¿Acaso estoy calvo? —dijo entre risas.
Ella lo observó con detenimiento y, para su sorpresa, aun cuando ya no era una marmota seguía siendo bastante velludo. Su pelo era liso y negro, hasta la altura de su barbilla, portaba una gruesa barba y sus brazos no eran la excepción.
—Ten, prueba uno —le dijo al acercarle una bandeja plateada llena de tortas de hojaldre y azúcar.
Lanzó un grito de emoción y alegría y, sin demorar un segundo, se llevó una a la boca. Un mordisco lento y paciente le permitió disfrutar todo el sabor; amaba oír el crujir del hojaldre cuando era mordido con lentitud.
—Y, ¿cómo está? —preguntó Sebastián.
—Mmm, muy bueno —respondió balbuceando las palabras con la boca llena.
—Ven, tengo algo que mostrarte.
Dejó la bandeja sobre la mesita junto a la puerta y la tomó fuertemente de la muñeca para guiarla.
—¡Espera, los bollos! —exclamó extendiendo el brazo hacia ellos.
Pero antes de que pudiera tomar otro ya se encontraba siendo arrastrada por el bosque, tan gigantesco y hermoso como el solo. Se podían oír sus risas mezcladas con el cantar de los pájaros mientras correteaban y jugaban subiendo la colina.
—¿Adónde vamos?
—Ya lo verás; ven rápido.
Al final de la colina había una pared rocosa cubierta de enredaderas de un hermoso color verde. Sebastián comenzó a escalar inmediatamente y a ella le sorprendió nuevamente verlo con manos y pies. Trepó detrás de él, tratando de no aplastar las flores ni de molestar a las mariposas que casi parecían dormir sobre la enredadera.
—Listo, ya llegamos.
Un maravilloso paisaje se alzaba a la vista de ambos. Desde lo alto de la roca podía verse un espléndido manantial con diminutas cascadas aquí y allá. Árboles de cerezo lo rodeaban dejando caer sus coloridos y suaves pétales al viento.
—¡Es hermoso! —dijo con enorme entusiasmo; en sus ojos podía verse un brillo único y que solo existe en los puros de corazón.
—Sí, siempre quise venir aquí con mi hija —dijo con un suspiro de ensueño.
—A Sarah le hubiera encantado ver esto.
—¿A quién?
—A Sarah, tu hija.
—No entiendo, tú eres mi hija Anabelle.
—¡¿Qué?! Claro que no.
—Ya deja de jugar —dijo entre risas—, anda vamos a bañarnos, será divertido.
—No, no iré.
—¿Cómo qué no? Para eso te traje hija.
—¡No me llames así! No eres mi padre, ya yo tengo uno y tú no eres nadie para suplantarlo.
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ANABELLE
FantasyLa pequeña Anabelle vive en un mundo acogedor y sin contratiempos, pero pronto algo maravilloso le hará cuestionarse toda su vida y buscará la forma de salir de ella. ¿Le gustará lo que verá allí? ¿A qué peligros podrá enfrentarse? ¿Habrá valido la...