Capitulo 3

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Estaba a punto de amanecer. Por alguna razón, la vida era tan generosa y me regalaba esos escenarios cuando me enfrentaba a algo difícil, era como recordar que no estaba sola, que siempre había algo bueno en medio de todo lo malo. Yo simplemente sonreía y me quedaba agradecida por ello.

-¿Ya despertaste, querida?- dijo mi madre despacio mientras yo seguía en los brazos de mi padre.

Ella era hermosa: cabello castaño claro, ojos verdes y una sonrisa que era capaz de borrar tus preocupaciones. Entendía por qué mi padre se había enamorado de ella, además, era una mujer muy dulce, después de todo. -

Has dormido un largo rato pequeña... Y la verdad, me alegra, porque ha sido un largo viaje, pero, después de todo, hemos llegado- no pude evitar impacientarme, me urgía ver a dónde habíamos llegado, ¿en verdad había dormido tanto?.

Como mi cabeza iba apoyada en su hombro y lo único que podía ver era el camino que dejábamos atrás, mi padre me bajó con cuidado, y entonces pude verlo, no tenía palabras. La luz del sol comenzaba a iluminar los árboles y yo podía respirar el aire fresco. Cuánto lo disfrutaba... Mis padres y yo continuamos caminando por un largo sendero, no tenía ni idea de en donde estábamos y el hecho de que a cada instante aparecieran nuevas rutas y nos desviáramos en diferentes direcciones, me hacía más difícil orientarme; me sentía en un laberinto. Parecía que siempre tomábamos los caminos más difíciles y estrechos. Eso confirmaba la seguridad de mi padre: sería complicado que nos encontraran. Para el, estábamos seguros ahí.

Por fin llegamos a la cabaña, estaba algo fea y descuidada, nada parecida a nuestra vida en la ciudad, pero estaba segura que con unos cuantos arreglos sería acogedora, se volvería nuestro hogar. Mi padre era experto en eso. Mi padre era un genio en todo lo que hacía, no importa que fuera, él se lo proponía y lo cumplía; no había nada más seguro en un hombre así. Sin duda, admiraba mucho a mis padres. Pero qué se puede decir, tenía sólo 5 años.

El tiempo pasó, y nuestra familia se adaptó a la nueva vida que llevábamos. Aprendimos a cultivar, tener animales, cazar, ordeñar, purificar agua y pescar. La vida en el campo fuera de todo contacto con la sociedad nos volvió independientes. No necesitábamos de nadie, no queríamos que nadie interrumpiera nuestra pacífica vida, tal cosa suponía un riesgo. Pero no lo pensábamos mucho, nos sentíamos seguros, vivíamos bien, éramos felices aún sin interactuar con nadie más que nuestra familia, primero papá, mamá y yo, después mi hermano Tyler y luego el más pequeño, Matthy. Nuestra unidad familiar nos proporcionaba todo lo que necesitábamos (o al menos, habíamos vivido engañados de esa forma), estábamos seguros que así sería siempre, nadie nos separaría.

Hasta ese día. Ese maldito día en el que todo se vino abajo. El día en el que mi mundo se derrumbó. Sentada en esa piedra, frente al lago; e instantes después corriendo a mi casa para avisar a mis padres de la proximidad de aquellos hombres.

Mi padre había repasado unas cuantas veces el plan en caso de que aquello sucediera. Lo suficiente para recordarlo, pero pocas veces como para restarle importancia, y en esos momentos entrar en desesperación.

"Buscar a tus hermanos, esconder sus cosas, llevarlos al sótano" Me lo repetía intentando conservar la calma.

"Tú puedes Jane, todo saldrá bien y seguro que en unos minutos ya se habrán largado de aquí. Todo continuará como siempre" Me dije a mí misma mientras corría como loca gritando a Tyler y a Matth que guardaran todas sus cosas (para esto tenían un pequeño compartimiento, que tenía la puerta en el suelo y estaba cubierto con una alfombra) Podía sentir como temblaba. Yo solo aventaba cosas de un lado a otro intentando ocultar todo lo que pudiera indicar señales de algún niño viviendo aquí , contenía la respiración y trataba de evitar que llegaran a mí los pensamientos pesimistas. Matthy me miraba fijamente, yo casi no le prestaba atención, no tenía tiempo para eso.

-Jane...- dijo con su débil voz y tiró de mi falda -Jane...- insistió.

Tuve que voltear y mirarlo. Estaba impaciente y en esos momentos no podía soportar ver su mirada de súplica, me doblaba por completo. Tal vez por eso siempre cumplía sus caprichos, sabía que jamás sería una buena madre de esa forma.

—¿Qué pasa Matth? - me agaché a su altura e intenté responderle con tranquilidad.

—¿Nos encontrarán? ¿Nos llevarán a ser soldados como Mr. Thomson? - me mostró su pequeño soldado de juguete. La inocencia de este niño me estaba matando. Él estaba consciente de la situación, pero no comprendía todo exactamente.

—Jamás lo permitiré- dije y le di un beso en la frente, él me abrazó y me dio un pequeño beso en la mejilla, podía ver su mirada de satisfacción.

Pero se había acabado el tiempo, habían llegado, pude verlos desde la ventana del segundo piso, desde la habitación de Matth.

—¡Tayler! ¿Tayler dónde estás? - chillé con desesperación y el apareció muy tranquilamente enfrente de mi.

—Ya guardé todo Jane- dijo con desagrado. Tenía solo 10 años y ya le molestaba que le diera órdenes .

—Vámonos de aquí - dije casi en un susurro y cargue a Matthy, el solo tenía 4 y pesaba lo de una pluma.

Corrí escaleras abajo, cruzamos un pasillo, bajamos al sótano y después de mover varios muebles e ir detrás de un hueco por la pared, nos escondimos. Abrazé a mis dos hermanitos y esperamos. No teníamos ni idea de todo lo que pasaba, escuchábamos pasos en la parte de arriba y algunas voces. El ruido de la madera crujiendo me estaba matando. Solo nos quedaba esperar.

El precio de una deudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora