Siempre se sentaba en el mismo lugar, al fondo, cerca de la ventana. Solía llegar un rato antes, con la capucha puesta y los auriculares hasta que llegaba el profesor. Conocía su rutina, porque yo era su espectador número uno.
Su expresión era seria la mayor parte del tiempo; miraba hacia afuera con aquellos ojos grises que me recordaban las tardes de tormenta que tanto me gustaban; tanto como él.
La profesora de arte llegó junto con el resto de nuestros compañeros. Todos se acomodaron en sus lugares y yo me cambié a uno de los asientos del medio cuando un grupito se sentó justo en medio de ambos.
-Gabriel, quítate la capucha, por favor -dijo la profesora.
Logré escuchar un leve chasquido justo en el momento en que la prenda se deslizó, revelando una melena castaña rebajada. A veces temía que alguien me descubriera mirándolo, pero había algo en él que parecía hechizarme hasta el punto en que ni yo mismo me daba cuenta cuando el tiempo comenzaba a pasar.
La profesora nos dio un par de indicaciones; debíamos terminar una lámina que habíamos empezado la clase pasada. Lo bueno de la clase de arte era que podíamos distendernos, escuchar música mientras dibujábamos. Era mi clase favorita porque podía ver su expresión cuando se concentraba, su flequillo cayendo hacia adelante cuando se inclinaba para afinar detalles; aquel perfil tan atractivo que tanto me gustaba. Su nariz respingada, sus labios carnosos, el mentón con algo de vello delineando el contorno de su mandíbula, y la nuez de adán que subía y bajaba cada vez que tragaba saliva. Entonces, giró la cabeza y sus dos tormentas se clavaron en mis ojos amielados. Todo pareció suceder en cámara lenta, nuestras miradas se sostuvieron durante lo que para mí fueron largos minutos. Creí haber visto una media sonrisa apenas visible dibujarse en sus labios antes de bajar la mirada, y me sobresalté cuando la punta de mi lápiz se quebró debido a la presión que estaba ejerciendo sobre la hoja. <<¡Soy un idiota!>> pensé, tratando de calmar los latidos que martillaban mis costillas.
El timbre sonó anunciando el final de la hora, volví a sobresaltarme. No había vuelto a levantar la vista desde aquello, todavía podía sentir la fuerza de aquella mirada clavándose sobre la mía, y de solo recordarlo se me ponía la piel de gallina.
Todos los estudiantes salieron rápidamente. Esta vez no me quedé esperando hasta que él saliera, guardé mis cosas lo más rápido que pude y salí de allí, directo al baño. ¿Cómo era posible que tan solo un cruce de miradas pudiera provocarme tantas cosas? Me mojé la cara, mirando mi reflejo.
. . .
Otro día más de dulce tortura. Llegué al salón y ahí estaba él, con la capucha gris y los auriculares puestos, mirando por la ventana. Me senté en la otra punta del salón, dejando mi mochila en el suelo. Al principio temía que nuestras miradas volvieran a cruzarse, pero al ver que no había notado mi presencia, me dediqué nuevamente a mirarlo. Tenía el mentón apoyado en la palma de la mano derecha, mientras que los dedos de la izquierda marcaban el ritmo de la canción que reproducía su celular, repiqueteando suavemente contra el pupitre. ¿Qué pasaría si en algún momento me atreviera a decirle algo?, no se llevaba mal con los demás, pero tampoco tenía amigos. Jamás lo había visto con nadie en los recesos, se sentaba bajo uno de los árboles, cerca de la cancha de fútbol con sus auriculares. No parecía necesitar más compañía. Nuevamente el hechizo se rompió cuando el profesor entró a la clase, acompañado del barullo de los demás estudiantes. En ese momento, volvió a girarse hacia donde yo estaba, y de nuevo pude ver esa media sonrisa cuando nuestras miradas se cruzaron. Tragué saliva, revolviendo frenéticamente dentro de mi mochila. Ni siquiera sabía exactamente qué era lo que estaba buscando, los nervios habían vuelto a acelerar los latidos de mi corazón. La clase comenzó y su expresión volvía a ser la misma de siempre. Esta vez no fue necesario que el profesor le llamara la atención, se quitó la capucha y guardó los auriculares en el bolsillo delantero de su canguro gris.
El timbre tocó justo cuando el profesor terminaba de dictar las tareas. Los demás guardaron sus cosas con el entusiasmo característico de cada viernes a la tarde. Sin embargo, algo fue diferente esta vez. Terminaba de guardar mis cuadernolas cuando lo ví pasar justo a mi lado, con la capucha y los auriculares puestos. Todavía quedaban algunos estudiantes en el salón, el profesor no había terminado de guardar sus carpetas. Nadie pudo notar cuando sus dedos golpearon suavemente mi pupitre. Dos golpes suaves sobre la superficie de formica y su espalda desapareció por la puerta.
Los estudiantes terminaron de retirarse y el profesor tuvo que llamarme la atención para que yo también saliera. Me colgué la mochila al hombro y arrastré los pies hacia la salida. Me parecía increíble la rapidez con la que los estudiantes abandonaban el colegio. Era cuestión de minutos para que el lugar quedara completamente desierto. Bajé las escaleras, aún con el corazón acelerado y esa sensación que te da cuando sucede algo demasiado bueno. Me dirigía hacia la salida cuando escuché un chistar que parecía venir del hueco que se formaba bajo la escalera. Fruncí el ceño pensando que se trataba de alguna broma, fue entonces cuando mi corazón se detuvo; aquellos ojos grises se asomaron, y esa media sonrisa que solía ponerme tan nervioso se había dibujado de nuevo en aquellos labios carnosos. Me hizo un gesto con la cabeza, indicándome que lo siguiera. De pronto parecía tener una pesa de cien kilos en cada pierna, las manos me sudaban y mi corazón había vuelto a latir, esta vez más fuerte que nunca.
Llegamos bajo el hueco de la escalera, no hubo una sola palabra de por medio. Dejó la mochila en el suelo y todo lo que sentí después fue su boca contra la mía; la sensación de que el mundo daba vueltas a nuestro alrededor. Tomó mi nuca de manera un tanto brusca, llevándome contra la pared mientras sus labios se movían sobre los míos en un beso que parecía haber sido minuciosamente planeado. Respondí con ganas, un tanto confundido, un tanto más excitado por la situación. Pasé la mano por su cuello, bajo la capucha, disfrutando de su sabor. Deslizó sus manos por mi espalda, calzando los dedos en los bolsillos traseros de mis jeans mientras su lengua comenzaba a explorar mi boca con suaves caricias. Me sostuve de sus hombros cuando comencé a sentir que me faltaba el aire. Aquello parecía ser uno de los tantos sueños que había tenido, pero esta vez era real, estaba sucediéndo y yo todavía no terminaba de creérmelo. Deslizó sus labios hacia mi cuello, mordiendo suavemente mi piel. El vello de su mentón me hacía cosquillas cada vez que rozaba mi garganta. Dejé escapar un gemido que inmediatamente fue callado por otro de sus besos, quizá más hambriento que el primero. Su lengua ahora acariciaba mis dientes y chocaba de vez en cuando con la mía, que parecía ser invitada a bailar al ritmo de sus movimientos. Me apretó contra su cuerpo, levantándome la camiseta hasta la cintura. Sus manos ahora acariciaban mi espalda y las mías se habían escurrido hacia sus caderas. ¿Cuánto tiempo había pasado? Escuchamos las llaves del sereno golpeteando unas contra otras y sus pasos haciendo eco por los anchos pasillos del instituto. Un último beso y se alejó de mí, tomando su mochila. Se la colgó al hombro, mordiéndose el labio, como si quisiera probar un poco más de mi sabor.
-Nos vemos el lunes, rubio -dijo con su característica voz ronca, dibujando nuevamente la media sonrisa.
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Compañeros de clase
Teen FictionTodos tuvimos un amor imposible en la secundaria. Pero... ¿Qué sucede cuando esa persona decide corresponderte? _______________________________________________________ Créditos: Estrellas del cielo y Valeria Wolf Najera por la hermosa portada <3