Prólogo

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El efecto mariposa es un concepto dentro de la teoría del caos según el cual, la mínima variación en un sistema caótico puede provocar un cambio drástico en el mundo. Pero ella solo era una pequeña rana y no lo sabía.

Había visto en otros amigos que perder la cola era parte de su transformación como renacuajo. Aun así, estaba entre nerviosa y asustada cuando llegó el momento final. Habían pasado más de catorce semanas en el proceso y aunque había aguantado estoica las bromas de sus compañeras sobre lo que le costaba terminar su evolución, había estado impaciente.

Finalmente todo había terminado. Si, puede que fuese un poco más pequeña que el resto de sus congéneres y que hubiese tardado un par de semanas más de lo normal en llegar a ese punto, pero aun así estaba orgullosa.

Deseaba probar en que consistían todos esos cambios que había experimentado su cuerpo y de los que tanto había oído hablar. El aire entraba en sus pulmones con facilidad a través de su piel húmeda y aquellas patas, parecían ser capaces de hacerla volar. El peso de la cola ya no la molestaba cuando salía del agua y poder pasar un rato en tierra era tranquilo para su espíritu.

Dejó para el final lo mejor de transformarse. Se concentró en desafiar a la gravedad con todas sus fuerzas y aunque en el último segundo dudó, el salto fue magistral. Jamás había llegado tan lejos.

A pesar de todo, el sentimiento de triunfo que sentía desapareció en cuanto llegaron las críticas. Había sido su segundo intento, el primero si se tenía en cuenta que ese día había terminado de transformarse del todo. Sus amigas no podían esperar que llegase tan lejos como el resto después del tiempo que habían tenido ellas para practicar. Además eran más altas y...

Alargó la lengua atrapando un mosquito despistado que pasaba cerca. Todo eso eran excusas. Presión. Y no necesitaba que le pusiesen más presión.

Era su primer día como rana adulta y lo que de verdad ansiaba, era probar sus límites. Ni siquiera se molestó en responder o mirar atrás antes de alejarse del grupo. Sin duda, lo que mejor podía hacer era irse a un sitio más tranquilo, antes de que el mal humor ganase terreno.

Su segundo salto fue mejor que el primero, incluso llegó a sujetarse en una pequeña rama de aquella enorme planta. Si se esforzaba, incluso sería capaz de superar aquellos cuarenta centímetros. Se concentró en olvidarse del miedo, de los nervios, de las risas que aún resonaban en su mente, de todo. En sus pensamientos solo había espacio para notar como se tensaban sus ancas en un esfuerzo por superarse.

Saltó. Casi podía notar el sol a su lado al estar tan cerca. Era tan agradable como increíble. Casi cincuenta centímetros y estaba convencida de que podía llegar aún más lejos. ¿Sería capaz de tocar una estrella si subía hasta el cielo? La idea le gustó. ¿Qué sabor tendría una estrella?

Las había observado un millón de veces desde la charca y siempre le habían parecido pequeñas luciérnagas, pero al contrario que esos malditos insectos, parecían quedarse quietas en el mismo sitio cada noche. Seguro que si conseguía llegar tan alto antes de que oscureciese, podía darse un gran banquete. Además, no conocía a nadie que se hubiese comido una estrella y podría presumir delante de todo el mundo.

Sintió una corriente de satisfacción mientras volvía a saltar. Sin embargo esta vez, su esfuerzo quedó en algo mediocre. Si quería llegar a darse un atracón de estrellas, tenía que tomárselo en serio. Todo estaba en la mente, no había límites para una rana osada.

Miró al cielo, tomó impulso y brincó con todas sus fuerzas. Cuarenta y cinco centímetros. Aquello no marchaba bien. Estaba demasiado nerviosa y empezaba a cansarse, podía notar sus músculos dándola pinchazos de tensión en sus ancas.

— ¡Rana! —oyó a su espalda mientras una risa infantil resonaba con fuerza.

Fue por instinto, más que otra cosa, el que se moviese. Y fue la adrenalina la que le ayudó a superar los setenta centímetros cuando saltó presa del miedo.

En el lugar donde descansaba unos segundos antes, una enorme masa de carne cayó atrapando las hojas secas. No tuvo tiempo de pensar cuando volvió a brincar intentando alejarse de una segunda amenaza que caía sobre ella. El sonido de aquella risa maquiavélica la llenó de terror pero eso no la impidió ponerse en movimiento cuando la enorme mole empezar a correr en su dirección.

—No te alejes mucho —pidió la madre a Jessy.

La niña, de apenas cuatro años, ni siquiera la oyó. Estaba feliz persiguiendo a aquella rana tan guay. Siempre se la adelantaba por un par de segundos, pero ella era más lista y estaba segura de que conseguía cogerla. Cuando lo consiguiese, su vecino y amigo Frank se moriría de envidia. Él tenía un perro que chupaba la cara cuando te descuidas, pero ella sería la dueña indiscutible de una rana que daba saltos.

Estalló en carcajadas cuando se imaginó como el niño iba a sufrir en cuanto se enterase de lo que había conseguido. Además, con lo que molaban las ranas seguro que la iba a suplicar que le dejase tocar a su nueva mascota. A lo mejor le dejaba, y a lo mejor no, pero sería divertido tenerle así.

Al abrir la mano, estaba otra vez con más hojas. Se le había vuelto a escapar por un pelo. Aquella rana estúpida no sabía estarse quieta. Le costó dos segundos volver a localizarla y esta vez, corrió con todas sus fuerzas.

 

Héctor Pérez llevaba conduciendo siete horas más de las permitidas. A pesar de todo, aún le quedaba un buen trecho antes de llegar a su destino. La música sonaba tranquila y estaba relajado cuando aquella niña apareció de la nada. En un segundo, tocó el claxon intentando esquivarla girando el volante a la derecha lo más que pudo. Era ateo desde siempre, pero por una vez, deseo que hubiese un Dios que quitase a la pequeña del medio.

Su último pensamiento fue que a lo mejor la había pasado por encima sin tocarla. La niña no era muy alta y no había sentido ningún golpe. No podía estar seguro del todo por que cerró los ojos cuando perdió el control del vehículo y este invadió ambos carriles dando vueltas de campana sobre la grava. Ni siquiera los abrió cuando embistió de frente contra el transporte de "Laboratorios Ferrer" que circulaba en sentido contrario.

La explosión provocó la muerte instantánea de los dos conductores y un acompañante que iba en el vehículo. También murió la niña, su familia que había ido de picnic y los turistas que estaban cerca. La humareda toxica que salió producto de la mezcla de los fluidos y gases de ambos camiones produjo la muerte de cerca de tres mil personas un par de horas después, la mayoría residentes en quince kilómetros a la redonda. La catástrofe sobrevino con el viento. Aquella nube mortal se extendió con tal rapidez que fue imposible decretar el estado de emergencia.

Para cuando quisieron darse cuenta, medio país estaba contaminado de una extraña afección que mataba a los pocos días. La otra mitad había contraído una variación de aquel agente que al entrar en contacto con los seres vivos mutó y se adaptó. Tres semanas después se había extendido a través de los mares y los océanos por todo el mundo.

El recuento de aquel extraño virus fue que mató a más de cinco mil personas las primeras veinticuatro primeras horas. Más de diez millones la primera semana. Más de cuatro mil millones en el primer mes.

El resto… no tuvimos tanta suerte.

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 Para los que sigais mi blog reconoceréis el relato finalista del concurso que hice de historietas. Siempre me quedé con las ganas de ver como continuaba así que en mis ratos libres la iré continuando tal y como iba en un primer momento.

Es la primera vez que me aventuro a crear un mundo apocalíptico. Así que como no sé como se me va a dar, agradecería cualquier crítica o comentario constructivo si veis algún error.  

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