San Valentín amargo

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El estruendoso sonido del despertador retumbó como cada mañana en el cuarto de Stiles y, como todas las mañanas, este lo apagó de un manotazo para poder volverse a dormir durante un rato más.

Los números luminosos marcaban las 6.50 de la mañana... ¿Pero qué tipo de vida adolescente era esa? ¿No se suponía que los niños y adolescentes debían poder descansar correctamente?

Unos golpes retumbaron contra su puerta haciéndole gruñir.

─¡Stiles! Vas a llegar tarde. ─le advirtió su padre desde el otro lado de la dichosa madera que cerraba el paso a su habitación.

─¿Tarde para qué? ─gruñó el muchacho desde debajo de las sábanas.

La puerta se abrió y unos pasos sonaron hasta la vereda de su cama justo antes de sentir cómo las sábanas y las mantas dejaban de tapar su cuerpo, inundándolo del frío que había fuera de su pequeño nidito de cobijo. Acto seguido, su padre fue hacia la ventana, que abrió junto con las cortinas, dejando que un rayo de luz entrara.

─Llegarás tarde al instituto. ─dijo de nuevo la voz de su padre. ─Dúchate y baja a desayunar. Ya tienes las tostadas hechas y el café está caliente.

─No quiero ir al instituto. ─rezongó el muchacho volviendo a cubrirse con las sábanas.

─¡Stiles! ─reprochó el adulto al tiempo que volvía a destapar a su hijo. ─Al instituto. ─repitió.

─No...

─¡¡YA!! ─ordenó su padre yendo hacia la puerta.

─Y si en cinco minutos no estás ya abajo desayunando, subiré, te cogeré y me da igual si estás listo o no, te llevo yo mismo al instituto... en la parte trasera del coche patrulla. ¿Me has entendido?

─Si... ─gruñó el muchacho escuchando cómo su padre se alejaba de su cuarto por fin. ─Padre dictador. ─rezongó apartando de una patada las sábanas.

Stiles se levantó y fue prácticamente reptando hasta la ducha que le ayudó a despertar del todo ya que, como pasaba desde que la calle estaba en obras, el agua caliente no existía y tuvo que usar el agua fría.

─¡Malditas obras! ¿Cuándo voy a poder ducharme con agua caliente? ─saludó protestando el muchacho cuando entraba en la cocina.

Su padre lo miró con una sonrisa ladina en los labios y dio un sorbo de café de su taza. Sabía lo mucho que su hijo odiaba el frío y el agua fría, sobre todo.

─Cógete las tostadas y cómetelas por el camino o llegarás tarde. ─advirtió el adulto.

─¡Ni desayunar tranquilo puedo! ─protestó Stiles cogiendo una tostada y comiéndola en dos bocados.

─Si te levantaras un poco antes, podrías hacer eso y mucho más. ─dijo vehemente su padre mientras observaba cómo su hijo se colgaba la mochila al hombro. ─Feliz San Valentín. ─dijo sonriente.

─Uy, sí. ─respondió su hijo aún con algo de tostada en la boca. ─El día de los enamorados... ─comentó sin emoción mientras rodaba los ojos.

─Y suerte en el examen de economía.

─Qué gran día... ─murmuró enfadado mientras cerraba la puerta de su casa y se despedía con la mano de su padre para ir a por su jeep.

Arrancó el motor y se dirigió a su infierno personal, el instituto.

Normalmente no era algo tan terrible pero normalmente lograba dormir más de dos horas, ducharse con agua caliente, desayunar como Dios manda y, sobre todo, normalmente no era San Valentín.

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