Capítulo
31
Necesaria
M e quedé parada y después eché una ojeada sobre mi hombro para ver si había alguien detrás de mí.
-Gladys era su esposa. -Jamie suspiró con suavidad-. Ella no logró escapar.
-Gladys -insistió Walter, haciendo caso omiso de mi reacción-. ¿Te puedes creer que tengo cáncer? ¿Quién lo iba a pensar? Pero si no me he puesto malo en la vida... -Su voz se desvaneció hasta ser inaudible, aunque sus labios continuaron moviéndose. Estaba demasiado débil como para alzar la mano, deslizó los dedos hacia el borde del catre, en mi dirección.
Ian me empujó hacia delante.
-¿Qué puedo hacer? -susurré. El sudor me goteaba por la frente, y no tenía nada que ver con el calor húmedo.
-El abuelo vivió ciento un años -resolló Walter, cuya voz volvía a ser audible-. Nadie ha tenido cáncer en mi familia, ni siquiera los primos. ¿No fue tu tía Regan la que tuvo cáncer de piel?
Me miró confiadamente, esperando una respuesta. Ian me pinchó con el dedo en la espalda.
-Hum... -murmuré.
-Quizá fue aquella tía de Bill-sugirió Walter.
Lancé una mirada llena de pánico a Ian, que se encogió de hombros.
-Ayúdame -le pedí moviendo los labios.
Se colocó a mi lado y me hizo coger los dedos de Walter que seguían tanteando por el borde de la cama. Su piel era de color blanco como la tiza y translúcida. Pude ver el pulso superficial de la sangre en las venas azules del dorso de las manos. Levanté su mano con cuidado, preocupada por aquellos huesos ligeros que Jamie había dicho que eran tan frágiles. Sentí que no pesaban casi nada, como si estuvieran huecos.
-Ah, Gladdie, qué duro ha sido todo esto sin ti. Éste es un sitio bonito, te gustará incluso cuando yo ya no esté aquí. Hay un montón de gente con la que hablar, con lo mucho que te gusta a ti echarte tus charlitas... -El volumen de sus palabras se vino abajo, hasta que llegó un momento en el que dejé de oír su voz por completo; pero sus labios continuaron formando las palabras que quería compartir con su esposa. Su boca continuó moviéndose incluso después de cerrar los ojos y de que su cabeza cayera hacia un lado.
Ian encontró un paño mojado y comenzó a limpiar el rostro brillante de Walter.
-No sirvo mucho para esto de... engañar -susurré mientras comprobaba que los labios de Walter seguían farfullando para asegurarme de que no me estaba escuchando-. No quiero que se altere.
-No tienes que decirle nada -me aseguró Ian-, no está lo suficientemente lúcido para que debas preocuparte.
-¿Es que me parezco a ella?
-En nada. He visto su foto y era una pelirroja baja y fornida.
-Vale, déjame que haga yo eso.
Ian me dio el trapo y le limpié el sudor del cuello. El tener las manos ocupadas hacía que me sintiera mejor. Él continuaba mascullando algo. Pensé que le había oído decir algo así como: «Gracias, Gladdie, qué agradable».
No me di cuenta de que los ronquidos de Doc habían parado. Su voz familiar surgió de pronto a mis espaldas, pero sonaba demasiado amable como para sobresaltarme.
-¿Qué tal está?
-Delirando -susurró Ian-. ¿Es el brandy o el dolor?
-Creo que más bien lo segundo. Daría mi brazo derecho por un poco de morfina.