Capítulo XXXVI: Doloroso, como medusa

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La primera vez que Kakyoin se encontró con Dio fue en un lugar que parecía salido de un sueño: un callejón en El Cairo, Egipto. Parecía que lo perseguía, cuando en realidad era al revés: él lo perseguía. Nadie más que él. Le bastaron minutos para darse cuenta, con helada estupefacción, que estaba con la persona equivocada, aunque era demasiado tarde.

Lo poseyó en cuerpo, mente y alma. Estuvo a su servicio, a punto de liquidar a su presa...

Y su víctima potencial lo rescató. Conoció a Jotaro gracias a eso, reconoció estar en un error y se embarcó en un viaje épico de vuelta a Egipto...

Ahora estaba ahí, años después –según Jotaro –, con Dio frente a él como si el tiempo no hubiera marcado su cuerpo, su rostro o su voz.

El reproductor de música cayó de las manos de Kakyoin al suelo, junto con los audífonos.

–¿Tan impactado estás de verme, Kakyoin, querido? –Preguntó el rubio, con una sonrisa mordaz. El pelirrojo sintió un vahído acompañado por sudor frío y un leve temblor en sus manos. –Vamos... cálmate. Relájate, Kakyoin. Sólo vine a charlar.

De manera repentina, Dio apareció a su lado y le acarició el cabello, a lo que Kakyoin sólo pudo decir:

–N-no me toques... –Una risita gélida armonizó su petición y Dio le dijo:

–¿Por qué te niegas? Si antes me pedías entre gemidos que te jalara el cabello y que te diera más...

–Antes. –Recalcó Kakyoin, mirándolo mientras se sonrojaba con furia. –Es historia, Dio. Y como toda historia, llegó a su fin. Deberías irte antes de que llame a los médicos y---

Rio de nueva cuenta, mirándolo incrédulo.

–No me digas que a Jotaro no se lo pides.

–Tú mismo lo dijiste, A JOTARO. –Declaró con seriedad. –Ya no tienes nada que ver conmigo, ¿entiendes? No tienes nada que estar haciendo aquí y no te importa lo que pase en la intimidad con él.

–Como si no lo supiera, Kakyoin. –Decía Dio. –Eres tan fácil de leer, eres tan predecible.

Sin saber porqué, Kakyoin no pudo moverse y Dio fue acariciando lentamente sus hombros hasta bajar a su pecho. El pelirrojo se estremeció y se percató de que la lujuria comenzaba a invadirlo y a nublar su mente. El rubio se apoderó de su cuello y comenzó a besarlo, sin dejar de rozar de vez en cuando sus colmillos en esa parte de su cuerpo, mientras sus manos empezaban a bajar aún más, hacia su abdomen. Kakyoin rechistó y sintió escalofríos despavilándolo.

–N-no... n-no me toques... ahí... –Gimió. El hombre rubio casi se comió su oído, diciéndole:

–Oh... recuerdas que yo te hice esa cicatriz, ¿verdad? –El joven profesor sintió una oleada de calor y de asco al mismo tiempo. –Fue mi manera de marcarte, de decir que me perteneces, aún después de la muerte, Kakyoin. Mi Kakyoin...

Apretó un puño y manoteó enfadado, pegándole sólo al aire. Dio apareció del otro lado, volviendo a besarle la cabeza.

–¡Dio...! –Jadeó, enfadado. --¿Qué es lo que quieres? ¡Jotaro te había derrotado y---!

–¿Eso te hizo creer? –Preguntó, mitad riendo. –¡Por favor! ¿Crees que derrotarme es tan fácil?

–Viniendo de Jotaro, claro que lo creería... por supuesto. –Declaró con firmeza, mientras que Dio reía aún más, a carcajadas. ¡Demonios! ¿¡Cómo no se daban cuenta del ruido en su habitación e iban a correrlo!? –¡¿Qué diablos te ocurre!?

Sweet dreams (are made of this) -Jojo's bizarre adventure-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora