- ¿Qué es esto? - Me pregunté desconcertada. - Oigo una voz pero estoy sola. Siento el frío recorrer mi columna dejándome inmóvil. Me siento frágil. Grito pero nadie me oye. ¿Qué está pasando? - El sonido de mi propia voz me estremeció, haciéndome derramar algunas lágrimas sueltas. - No entiendo nada. ¿Por qué lloro? No estoy triste, ni siento dolor, de hecho no siento nada. Solo siento la caricia de la brisa que entra por la ventana de mi habitación. - Solo supe morderme el labio de rabia. - ¡QUIERO QUE ESTO ACABE! - Rompí en llanto, como costumbre cada vez que se ponía el sol y todo se volvía oscuro. Aunque en mi mundo, todo era oscuridad. Golpeé la pared, pues necesitaba soltar la ira acumulada. - No puede ser... - Me apoyé sobre mis rodillas. - La soledad me invade, volviéndome fría hacia cualquier tipo de sentimiento. ¡Maldita soledad! - No podía hacer otra cosa que maldecirla. - Aunque tú, Soledad, realmente eres la única que está conmigo veinticuatro horas al día, siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año. - Reflexioné, dejándome caer en la cama como si nada estubiese pasando, clavando la mirada en el techo. Y ahí fue cuando me di cuenta de que la soledad era mi mejor amiga.