25. Lo siento mucho.

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Narrador omnisciente's PoV.

—Hola, gente —saludó Joseph entrando a la clase de historia, una de las pocas que tenía con Emilia, Luke, y Emma.

—Hola, Joseph —saludaron los demás al unísono.

Emilia movió su mochila para dejar el puesto libre para Joseph, Luke y Emma estaban frente a ellos ubicados en la banca doble de adelante.

—Adivina que traje de la máquina expendedora —le dijo a Emilia.

—¿Gominolas? —preguntó ella con los ojos brillantes. Joseph río por su entusiasmo. Si era verdad que le gustaba, cada gesto de su parte le parecía mil veces más tierno y hermoso que antes.

—Sí, y una barra de chocolate —respondió sacando las golosinas de los bolsillos. Le encantaba darle pequeños regalos que sabía que le gustaban.

Emilia soltó un chillido de emoción, Luke y Emma rodaron los ojos y Joseph se río.

—Gracias —dijo ella abriendo el paquete de gominolas. De osos, sus favoritas y él lo sabía.

—De nada —le respondió dándole una sonrisa. Joseph desvío su mirada dando con la de Luke.

Abandonó la sonrisa porque sabía lo que su amigo pensaba. Se estaba preguntando cuando le diría lo que sentía, porque ya habían pasado dos semanas y le quedaba poco tiempo.

Tenía que decírselo, y lo sabía. Porque de no hacerlo era probable que le dé un ataque. Guardarse las cosas no era su estilo, cualquier secreto tenía que decírselo al menos a una persona para no colapsar y volverse loco. Y era más urgente que nunca, porque además de que ya sabía que la quería y le gustaba, había empezado a amarla. Nunca supo cómo, ni cuando pasó, solo que el sentimiento era demasiado fuerte. Además de desesperante y frustrante porque no podía besarla, y eso era una tortura constante.

Luke no le dijo nada, era mejor dejarlo que resuelva sus asuntos él sólo. Se quedó hablando con su novia hasta que el profesor entró y dio inicio a la clase.

Todo fue muy tranquilo hasta la hora de la salida. Luke y Emma les dijeron que irían al centro comercial, pero Joseph decidió quedarse y Emilia también. Irían al parque Riverstore a distraerse un rato, accedieron y cada par fue por un camino diferente.

Estuvieron callados durante el camino, a ninguno de los dos les molestó, estaban muy perdidos en sus respectivos pensamientos como para pensar en ello.

Joseph pensaba como decirle y Emilia... Bueno, ella tenía miles de cosas enredadas en la cabeza.

Le encantaba estar con Joseph, pero últimamente el chico se comportaba más tierno, atento, y lindo de lo normal. Y no es que eso fuese malo, claro que no, le gustaba. Lo que no soportaba era su propia actitud frente a él cuando lo hacía. Se coloraba casi siempre, hablaba como loca y sin ser coherente (aunque esto no dista mucho de lo normal) y se reía fácil. Se sentía un poco tonta por actuar así.

¿Pero que podía hacer? Era obvio que el chico le atraía pero no podía permitírselo, lo arruinaría, como ya había pasado antes. Y ella no pensaba en renunciar a su compañía, porque sabía que si lo negaba, dejaría de verlo. Y esa era una de las cosas que menos quería. Lo mejor era decir no y seguir siendo amigos, que hasta ahora les había funcionado muy bien.

—¿Hacemos lo normal o tienes otra idea en mente? —le preguntó Joseph sacándola de su cabeza.

Lo pensó, no había nada que le interesase hacer en este momento que pasar tiempo con él (pero no lo admitiría en voz alta) así que para ella, lo normal estaba bien. Además, él ya la consentía demasiado cuando se trataba de hacer locuras y seguirla a donde quisiese, le dejaría esta tarde tranquila como una forma secreta de agradecérselo.

Un corazón por sanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora