Prólogo

1 1 0
                                    

26 de noviembre de 2015

Las luces de las sirenas de los coches de policía junto a las de ambulancias era lo único que iluminaba la oscura carretera. Acababa de robar una moto para ir a una fiesta que se organizaba en un local a las afueras de Madrid, donde sólo se olía a drogas y sexo.

Un camión con la parte delantera aplastada y un coche totalmente destrozado eran el centro de atención de todas las personas que se encontraban allí. El tráfico había sido cortado, pero los conductores más curiosos se detenían para ver lo que había sucedido, sin embargo, ante la imagen que se mostraba, muchos continuaron su camino.

Pero en la carretera había un tercer vehículo que había colisionado con un pequeño muro al esquivar el camión, lo que le había producido una pequeña rozadura en la parte derecha. Sobre éste, yo permanecía parada con la mirada al frente y la respiración cada vez más agitada. Apretaba con las manos el manillar haciendo palidecer mis nudillos mientras me brotaba sangre de un pequeño corte cerca de la ceja. Sólo me moví cuando oí que alguien se acercaba.

- Chica, ¿estás bien? Tienes que bajar de la moto e ir a la ambulancia para que te vean esa brecha. Deberías estar agradecida por seguir con vida. Las otras tres personas no pueden estarlo.

Las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas, y muy despacio bajé del vehículo sin volver la vista atrás, hasta que oí la voz del marido de la mujer que conducía el camión:

- ¡Chavala, espero que estés contenta de lo que has hecho y que la muerte de mi mujer caiga sobre tu conciencia, porque eres la única culpable de toda esta mierda! ¡Nos veremos en el juicio, hija de puta!

Fui caminando despacio hacia la ambulancia, donde me cosieron la herida y en la que me llevaron al hospital para hacerme pruebas. Ese día cambió todo para mí, pues una palabra siempre me acompañaría: culpable.


RecuérdameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora