Por fin, en tranquilidad

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Por fin, En tranquilidad.

De nuevo se encontraba sentado en el mismo sofá viejo y mullido de cuero negro, en la misma sala de piso blanco bajo sus pies enfundados en pulcros zapatos negros y pantalón del mismo color, o más obscuro, y paredes café chocolate. Entre sus dedos descansaba el aparato telefónico que pareciera mantenía con él toda su cordura y amarga esperanza perdida.

Esperando en aquel lugar donde tantos recuerdos formó pero, ahora, le mataban a estocadas ardientes lo que quedaba de su alma. Donde muchas tardes pasó en tranquilidad, mirándola pintar con sus acuarelas o acrílicos cualquier superficie que él le dejase ilustrar, y ahora... sólo era una ilusión de lo que sucedió. Rayones sin sentido. Un vago recuerdo tan claro como la espesa neblina en sus ojos obscuros y sin luz.

Pasó por enésima vez sus largos y delgados dedos entre su cabello en un gesto desesperado mientras sus castaños ojos se negaban a abandonar la brillante pantalla del aparato. Sentía el sudor frío correr por su frente y labio superior mientras mordisqueaba distraídamente el inferior. Sus rodillas no daban tregua con los temblores y se negaban rotundamente a sostener su propio peso en pie, por ello estaba sentado a la espera de que el aparato sonara con la melodía indicada y no caminar como la fiera enjaulada que sentía crecer en su interior por todo el suspenso de la situación de la que él ya tenía conciencia del final.

No deseaba que le llamara, pero sabía que si no llegaba a parpadear el celular en sus manos sonando el tono de llamada sentiría aún más vértigo del que su estomago podría aguantar y quizá podría vomitar. La nube espesa en su mente se hacía cada vez mayor y un mareo le recorrió al igual que los inevitables temblores de su cuerpo que se negaba a obedecerlo, aun sin darle alguna orden. Quería creer que sólo era un mal sueño. Una pesadilla de la que pronto ella le despertaría.

Pero no sonaba. No llegaba.

Su caja torácica se negaba a expandirse lo suficiente para llevar a sus pulmones todo el oxigeno que su sangre requería. Sentía ahogarse por el sofoco aun cuando el aire acondicionado estaba a temperatura fría. El picor de ansiedad se extendió desde la punta de sus dedos hasta las de sus pies mientras sentía el insoportable dolor y temor crecer a pasos agigantados por cada segundo, taladrando su pecho con ácido y apretando con garras afiladas su garganta.

¿Por qué no llama? ¿Por qué tarda tanto? Se cuestionaba, pasando la lengua distraídamente por sus labios. Suspiró y sus parpados se cerraron con fuerza mientras tragaba un sollozo y retenía las cristalinas gotas que querían abandonar su cuerpo, llenas de sentimiento celosamente resguardado y ahora molesto, escapando sin piedad de su prisión.

La angustia lo estaba tragando en vida. Y la realidad lo golpeaba con cada latir de su corazón, tan fuerte como un tambor y tan doloroso como el mismísimo fuego sobre la piel tierna.

¿Por qué? Preguntó. ¿Por qué ella ya no está?

La triste película de su vida pasó ante sus ojos cerrados. Imágenes de su niñez con la ausencia de una madre que le amara y consolara cuando se lastimaba jugando en soledad. La ausencia de un padre que no sabía siquiera si debía nombrar... Una adolescencia en anonimato que pasaba debajo de un árbol mirando a los demás. Siempre en parejas o acompañados y él... Solo. ¿Por qué nadie me nota? Se preguntaba. Era doloroso hasta que aprendió a guardar sus sentimientos bajo llave y lanzarlos al fondo de la habitación obscura de su mente.

Siempre estuvo solo hasta que ella llegó con su radiante sonrisa y ojos llenos de curiosidad.

"Hola" Fue lo primero que le dijo con esa voz cariñosa y con la curiosidad de un infante al ver algo nuevo o desconocido, ansiosa de saber sobre aquel ser tan lejano a lo que ella conocía. "¿Te puedo acompañar?" preguntó. Él no respondió, pero en cambio se recorrió para que pudiera sentarse a las faldas de ese frondoso árbol al comprender que no le dejaría en paz hasta que le contestase.

Por fin, en tranquilidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora