Aquella mañana era tan brillante que Jotaro decidió sacar a Kakyoin al jardín del hospital. Era, en parte, un consejo de los médicos: quizás el aire fresco le haría bien, el contacto con los árboles y la naturaleza lo ayudarían a reaccionar. Desde el día en el que Jotaro salió para ver a su abuelo, su amante se mostraba ausente, casi indiferente a lo que ocurriera a su alrededor, a duras penas comía y las enfermeras optaban por administrarle suero.
Y sedante.
Era lo único que le ayudaba ante los latentes ataques de pánico. Apenas el efecto de los medicamentos comenzaba a dejar de surtir efecto y balbuceaba incoherencias: que no quería que lo dejaran solo con la luz apagada, que no quería que nadie se le acercara, que algo le sucedía en el abdomen...
A Jotaro le disgustaba tanto verlo en ese estado que se había planteado cambiarle de hospital, pero uno de los médicos le insistió que su salud era tan frágil que no seguro no podría alcanzarse a adaptar al cambio y traería consecuencias mortales.
El moreno decidió esperar. Cargó a su amado en brazos y lo puso en una silla de ruedas.
–Daremos un paseo. –Le dijo, peinando su cabello con sus dedos. –Relájate. Te hará bien.
Salió del hospital empujando la silla de ruedas con cuidado, notando las miradas y cuchicheos de las enfermeras, sintiendo aquello como una escena familiar, como cuando sus compañeras de colegio lo acosaban y murmuraban que era bastante atractivo... las ignoró y abandonó el edificio.
A pesar que era otoño y que la mayoría de los árboles carecían de hojas verdes, parecía un buen día. Había incluso una laguna artificial con peces koi y tortugas de agua dulce, además de algunas plantas y unos pocos encinos. Unas cuántas nubes se paseaban en el cielo y el aire era ligeramente fresco. Si enfriaba, Jotaro podía cubrir a Kakyoin con su gabardina y no resentiría tanto el cambio de ambiente. Decidió sentarse en una banca junto al lago y puso la silla de ruedas junto a él.
Había demasiado silencio, parecía sobrenatural.
–Es muy bonito, ¿no crees? –Preguntó sin recibir respuesta. –Tú lo habrías dicho, claro. Yo te daría la razón. –Las carpas parecían haberse dado cuenta de su presencia. Poco a poco, comenzaron a acercarse a la superficie, a hacer burbujas con sus hocicos y a asomarlos por fuera del agua, haciendo algunas burbujas. –Mira, Noriaki, los peces parecen tener hambre. –Acarició las manos de su amado. –¿Me habré comido la barra de cereal de ayer?... ¿Por qué te estoy preguntando estas cosas? Se me olvida que no contestarás... –Buscó en los bolsillos de su gabardina y encontró una envoltura vacía, aunque también encontró una barra de granola y frutas. La abrió y comenzó a destrozarla. –¿Gustas? –Obviamente, el pelirrojo no respondió. –Bien. Alimentaré a los peces, no me tardo.
Jotaro se arrodilló a la orilla del lago y mirando a los peces, empezó a darles los trozos de granola, los cuales apuraban gustosos. Los peces koi se acostumbraban a las personas y les pedían alimento, era un hecho, pero cuando la barra se terminó, parecían pedir más.
–Se acabó. –Dijo. –No hay más, váyanse.
Sin embargo ocurrió algo bastante peculiar: una mariposa exhausta se acercó a la orilla del lago y un pez terminó saltando para devorarla como si se encontrara famélico y hambriento. Quizás no había alcanzado comida...
La visión ante Jotaro fue bastante extraña: sintió un dolor agudo en el pecho y su mente se nubló por segundos.
¿Un pez? ¿Comiendo una mariposa? Bueno... comían lombrices, quizás algunas libélulas... pero la mariposa... se veía tan pequeña y frágil, tornasolada, entre verde y amarillo.
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Sweet dreams (are made of this) -Jojo's bizarre adventure-
Fanfiction¿Serán los sueños manifestaciones de deseos reprimidos o ecos de vidas anteriores? Cada noche, Kakyoin Noriaki tiene pesadillas tan reales como para hacerle creer que alguna vez vivió lo soñado; al despertar, el tedio y la rutina le hacen pensar qu...