Capítulo 28

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Sam apoyó la mejilla en la mano sin poder evitar mirar al chico que tenía enfrente, a su rostro concentrado en los deberes de historia, a su forma de morder el bolígrafo y de tararear. Arthur llevaba los auriculares puestos todo el tiempo últimamente, solo se los quitaba en clase y cuando tenían que hacer el trabajo de literatura, lo cual había ocurrido esos dos últimos días casi a la hora de cenar, pues también se había pasado ambas tardes encerrado en su habitación haciendo quién sabe qué con la silla bloqueando el picaporte. Y por otra parte estaban esos dos últimos recreos organizando el festival, solo organizando y nada más que organizando por culpa de los futbolistas idiotas que también estaban castigados junto a ellos, riéndose de idioteces, comportándose de forma irritante, interrumpiéndolo cada vez que avanzaba o trataba de acercarse a su hermanastro. Si sumaba todo eso a las horas de sueño y de clase y a ese mismo momento en que la mesa se interponía entre ellos, Sam podía darse cuenta de que era jueves y llevaba desde el lunes sin tocar a Arthur, sin besarlo, sin acariciarlo, sin sentirlo, sin oírlo quejarse aunque en su rubor se notara que le gustaba.

Casi tres días sin tener contacto físico con Arthur lo iban a volver loco, no podía aguantarlo, no podía creerse el domingo lo hubiesen hecho por fin, que Arthur se hubiera dejado, que todo hubiera ido genial el lunes hasta la hora de comer y a partir de ahí... ¡Joder!

Soltó aire por la nariz, sin dejar de mirarlo, apretando entre dos dedos de su otra mano el bolígrafo con el que se suponía que debía estar componiendo una canción para su próximo álbum. Bueno, lo que menos le apetecía en ese momento era componer, pensar en su trabajo, en Melany, en las fans, en irse de allí, en giras, en alejarse de Arthur. ¿Qué diablos le había hecho el enano? Hacía dos meses, más o menos, que se conocían y la atracción era tan grande. Era mirarlo y los ojos se le iban directamente a sus labios, y en esos momentos no podía ser diferente, sobre todo teniendo semejante espectáculo frente a ellos. Arthur paseó el bolígrafo por su labio inferior, lo mordió mientras fruncía el ceño, lo volvió a pasear, Sam pudo jurar que acababa de lamerlo e incluso lo vio brillar cuando se separó de su boca.

Suspiró involuntariamente, recorriendo cada parte de ese rostro que no podía quitarse de la cabeza, con los labios fruncidos, el ceño en uve, las mejillas rojas, la voz dulce incluso cuando gritaba. Vio cómo Arthur se apartaba un mechón de la frente lentamente, sin dejar de oír lo que fuera que oyese ni de mirar la libreta de historia con los deberes de más que el profesor Tucán le había puesto por ponerse a hablar con su gran amigo en mitad de clase, tampoco se dio cuenta de su fija mirada y si en algún momento había levantado la cabeza al sentirse observado, Sam la había bajado a tiempo. En ese mismo momento estuvo a punto de ser cazado admirándolo, pero perdió los ojos en la hoja con nada más que garabatos y esperó a que Arthur volviera a lo suyo para retornar a lo que llevaba haciendo casi media hora.

Sin embargo podía notar la mirada de Arthur sobre él, analizándolo, buscando algo que parecía no encontrar, los ojos castaños se le clavaron durante varios minutos hasta que pudo ver la muñeca ajena estirarse hasta él, cogiendo la libreta, quitándosela. Levantó la cabeza de golpe y Arthur alzó las cejas después de quitarse uno de los auriculares.

-¿Qué se supone que debías estar haciendo?

-Componer. -«se supone», que bien usadas estaban esas dos palabras. Se suponía que debía estar componiendo, pensando en su nuevo disco, en su nueva canción, en su nuevo vídeo musical, en su nueva gira. Pero él estaba analizando lo bien que le quedaba esa camiseta negra a su hermanastro. No, en realidad quería quitarle la camiseta negra, besar cada parte de su cuerpo y repetir lo del domingo una y otra vez.

Aún era capaz de distinguir los chupetones en su cuello y nada lo alegraba más que la indiferencia de Arthur ante ellos, porque prefería eso a oírlo gritar, enfadado, mientras lo golpeaba y lo obligaba a maquillarle toda la piel marcada. Por suerte eso no había pasado y Sam seguía y seguía recordando a Arthur gimiendo bajo su cuerpo. Bien sabía o al menos creía que su hermanastro tenía unas ganas terribles de dominar cada acto, pero no pensaba dejarlo. Y la única razón que tenía para justificarlo eran tres palabras que se repetían en su mente cada vez que lo veía sonreír, o ruborizarse, o gemir, o simplemente hablar, cada vez que Arthur no estaba gritándole, e incluso muchas veces también, su cerebro le gritaba «¡es jodidamente adorable!» y cada fibra de su cuerpo se derretía.

Hasta que el cuerpo aguanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora