Mientras se va sumiendo en un profundo sueño, y sus pensamientos se van convirtiendo en bellos sueños, pienso en lo afortunado que soy por tenerla. No hay nadie en el mundo a quien quiera más. Llena mi vida de una manera que nadie nunca ha llenado, y que nadie nunca llenará. Esto me entristece, porque sé que no va a durar para siempre. Llegará el momento en el que tengamos que tomar caminos distintos, y no volveremos a vernos nunca más. Y ese momento no está tan lejos como quisiéramos. Los dos lo sabemos, pero ninguno lo ha aceptado todavía. Ella está estudiando Arte, y su sueño es poder pasar el resto de su vida conmigo, aunque sabe que acabará pintando para exponer sus obras en los grandes museos, porque es lo que mejor se le da, y lo que más le gusta. Yo, en cambio, tan solo tengo el título del bachillerato, y trabajo en el taller de mi padre como mecánico. También se me da bien, y me gusta, pero a veces pienso en lo que voy a perderme por no haber estudiado.
Este verano lo hemos dedicado a querernos. Hemos estado juntos todos los días, amándonos. Pero en el fondo es un adiós. Su familia es adinerada, y han vivido en muchísimos lugares distintos. Los últimos tres años los han pasado en Barcelona para que su hija pudiera hacer la carrera, pero en cuanto la acabe, se mudarán a Nueva York, puesto que son dueños de una de las galerías de arte más importantes del mundo. Y yo tendré que ver partir a mi amor, sin poder expresar la rabia que me consume por el destino que nos ha tocado vivir. Me quedaré aquí, soñando despierto sobre nuestro amor, un amor puro y sincero que a los dos se nos ha arrancado, como el jardinero que arranca la rosa más bella para el salón de su señor, porque eso era para lo que se plantó en primer lugar. Su cometido era servir a los deseos del hombre, por crueles que estos fueran. El jardinero arrancó la rosa sabiendo que esta solo duraría una semana en el salón, y luego moriría.
Y así pasábamos los días, intentando olvidar que ese era nuestro último verano juntos.
Nos habíamos conocido en el garaje, porque ella acompañó a su padre a traer el coche para arreglar, y después nos volvimos a encontrar en una librería. Nos reconocimos instantáneamente, y comenzamos a hablar. Al final de la tarde, nos dimos los teléfonos y empezamos a quedar, primero como amigos, hasta que finalmente ella dio el paso y me pidió salir, a los tres meses. Yo llevaba enamorado de ella desde la primera semana que habíamos empezado nuestra corta amistad, pero no me atrevía a decirle nada por miedo a perderla. La noche que me lo dijo, me convertí en el chico más feliz del mundo, al saber que ella también me amaba.
Y así hasta hoy.
A la mañana siguiente, nos despertamos pronto, y nos abrazamos, sabiendo que era la penúltima vez que dormiríamos juntos. Desayunamos, y fuimos caminando al Puente de San Agustín. Nos besamos, nos dimos la mano, y saltamos. Ni lo pensamos. Caímos en paz, juntos, hacia nuestra compañía.