La mujer más hermosa, la mujer más triste.

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-Eres la mujer más triste que he conocido -dijo el hombre alto de grandes anteojos. 

Las copas acampanadas, con martinis, parecían vibrar con el ritmo de jazz que surcaba el aire. 

La mujer rubia fijó sus ojos en el hombre, bajó la vista y, después de trazar en el mantel varios círculos con la uña de su índice derecho pintada de rosa suave, levantó la mirada empañada hacia Arthur Miller. 

-Nadie me había dicho algo así -dijo casi en un susurro-. Eres tan distinto a toda la gente de Hollywood... 

Se habían conocido unos cinco años antes y Marilyn no había olvidado al dramaturgo que por entonces comenzaba a ganar prestigio. En Miller, sin duda, también perduraba la impresión que le había causado esa mujer tan bella y chispeante como melancólica. 

Las manos se unieron y se crisparon con la ternura y fiereza que reemplaza a cien palabras. Se besaron con esa suavidad y ese cuidado que anticipa el amor y la pasión de dos almas sensibles, de dos cuerpos salvajes. 

-Y también eres la mujer más hermosa que he conocido, pero eso, seguramente, te lo han dicho muchas veces. 

Ella se rió y sus labios volvieron a unirse, como en una promesa. 

Poco después iban a convertirse en marido y mujer pero, antes de partir a Londres para rodar dos películas, ambos deberían enfrentar la sospecha del Congreso norteamericano por supuestas simpatías comunistas. 

Sería uno de los tantos momentos dramáticos por los que iba a pasar esa mujer bella y desamparada en una vida tan breve como intensa. 

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⏰ Última actualización: Feb 21, 2016 ⏰

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