Había días, desapacibles y fríos como ese, en el que lo único que hacía era mirar al infinito. Solía escapar de sus responsabilidades como el gato que se escabullía por la verja y subía, portando lo mínimo en su ajado abrigo, hacia lo más alto de aquella decrépita casa, trepando por canalones, ventanas, hiedras, hasta llegar al tejado. Y ahí se sentaba, siempre al borde, con los pies tocando ese demasiado querido vacío, pasando las horas muertas. Sin hacer nada, pensándolo todo.
Iba preparado para aguantar ahí arriba hasta que el sol decidiera irse y la gélida noche le congelara los huesos y le impidiera volver sano y salvo a tierra firme sin poder ver nada. Eso, para cualquier persona, implicaría, tal vez, algo de comida y puede que algún libro u otro tipo de divertimento. Para él, sin embargo, las provisiones eran un paquete de cigarrillos cuidadosamente liados a mano y una botella de vodka barato que sabía a rayos y sentaba aún peor.Abrió la chirriante cajetilla de latón y sacó uno de los pitillos que se llevó a los labios antes de volver a cerrarla y guardarla en el oculto bolsillo interior. Rebuscó entre sus dos anchos bolsillos y durante un buen rato, moviendo nervioso el cigarro en sus labios. Nervioso, gruñó entre dientes -"Scheiße!"-, maldiciendo todo lo maldecible, pensando que había sido tan estúpido de olvidar llevarse un encendedor, o, en su defecto, este había caído sin mayor aviso que un apenas audible clinc metálico de alguno de los muchos agujeros de su atuendo. Por suerte, estaba preparado para casos así y llevaba siempre un par de cerillas en la pitillera, así que volvió a abrirla, tomando una de ellas, que prendió haciéndola raspar rápidamente contra el rugoso borde de obra de aquel tejado. La llama prendió sin más dilación y la llevó con maestría a quemar su cigarro durante unos instantes, hasta que la primera columna de humo se liberó de su punta. La alejó, aspirando con ansia y espirando con fuerza la siempre más deliciosa primera calada. Fue a hacer un giro brusco de su mano para apagarla, pero se quedó mirándola. Simplemente quería ver arder esa llama, más viva y fuerte que nada que él hubiera visto en años en aquel paraíso de la desgracia y la vergüenza que llamaba, no sin ironía, hogar. Antes de que pudiera remediarlo —o, tal vez incluso, con una encubierta premeditación— esa cerilla acabó prendiendo el resto de la varilla de madera hasta extinguirse, quemando sus dedos a su paso. Frunció el ceño y resopló contrariado. Estaba esperando algo: un resorte, un mecanismo de reacción a aquella súbita quemadura que le hiciera abrir la mano de golpe y alejarse de la peligrosa fuente que causaba aquella quemazón. Sin embargo, sus dedos seguían tan sujetos al mixto como si lo hubiera apagado con un simple soplo, si bien la rojez y el olor a carne quemada eran demasiado notables como para pretender que aquello no había pasado. Gruñó desencantado. No era lo suficientemente humano para reaccionar ante el dolor, pero tampoco lo bastante inhumano para no sentirlo.
No era nada.
Y sin embargo...
Soltó desinteresado la inútil cerilla quemada con un resoplido y se quedó mirando al horizonte, sin punto fijo. Su mano izquierda vagó a ciegas hasta tomar la botella y usó la lengua para echar el cigarro un lado y así poder tomar un largo trago.
Y sin embargo ahí estaba.
Sin ser nada, pero existiendo. Negando lo innegable según la filosofía cartesiana. ¿Qué ofrecía a la existencia, siendo nadie? Tal vez un problema, una razón por la que dudar de todo, un enigma para avivar mentes, una tan conocida decepción para todos. Pero, para él, todo eso no le podía importar menos. A él sólo le importaba una cosa. Algo que le amargaba la existencia y le quitaba el sueño, algo que le impedía mirarse a los espejos y que le hacía arriesgar su pellejo con tal de subir hasta el techo de una casa cuya fachada caía a pedazos conforme avanzaba, todo por buscar un sitio donde estar solo y pensar, pensar en esa cosa con la mayor claridad. Aunque nunca llegara a una respuesta, el sentirse por un momento libre entre los vientos que soplaban en lo alto de su prisión le hacía más llevadero su eterna búsqueda.

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Communist Love Song (PrusPol)
Ngẫu nhiênDurante la época comunista, Gilbert pasaba los días solo, cuestionando su existencia. Pero, uno de esos días, cierto rubio de ojos verdes decide acompañarle en su soledad. Un one shot PrusPol dedicado a PitchySoldier por su cumpleaños. Felicidades w...