Sinceramente, uno no está preparado para morir por más que se haga a la idea del asunto. Aunque pensándolo bien, el estado en el que me encontraba tampoco podía considerarse vida.
Y ahora sólo tenía una hora más. Sesenta minutos. Tres mil seiscientos segundos de pura y cruda agonía.
Tres semanas yo había tenido una vida. Estudiaba mi último año antes de graduarme e ingresar a la universidad cuando un accidente ocurrió mientras caminaba por una acera un jueves por la tarde. Un loco borracho me atropelló y se dio a la fuga.
Ingresé sin signos vitales en el hospital, pero al parecer los médicos lograron reanimarme. Sin embargo era demasiado tarde. Mi cerebro se había dañado seriamente por la falta de oxígeno o algo así y desde entonces sólo subsistía gracias a una máquina que me ayudaba a respirar y a un preparado vitamínico que inyectaban en mis venas.
Hoy tres semanas más tardes mis familiares habían decidido desconectarme.
Era extraño, la verdad. Ser consciente de todo cuanto ocurre a tu alrededor. No al modo de las películas de Hollywood saliendo de tu cuerpo como un alma y caminando por allí. Oh, no. Eso hubiera podido incluso ser genial. En cambio, permanecía encerrada en mi cuerpo, podía ver y escuchar incluso sentir. Pero no podía moverme o hablar.
Esto tenía que ser algo deliberadamente cruel, e incluso me dije, tendría que discutirlo con los altos mandos de Allá Arriba una vez que muriese. No hay nada tan infernal como ver a toda tu familia sufrir, hablarte, mirarte y tocarte y no poder consolarlos. Decirles que lo sientes por ser una hija caprichosa, una hermana malvada, una amiga indiferente. Decirles que estas bien y que no sufran por ti. No poder hacerles saber cuánto los quieres.
Eso... es horrible.
Mi familia era la típica de clase media-alta. Mi madre es gerente administrativa en una empresa y mi padre un abogado de éxito. Tenía tres hermanos. Joel que estudiaba su sexto semestre de medicina, Sindy el segundo de comunicación social y Harold que estaba en primer año.
Si bien en un principio pensé que tenía muchos amigos. Ahora puedo ver realmente quienes lo eran. Sólo tres de ellos vinieron a visitarme. Sólo tres lloraron por mí. Y sólo a esos tres les extrañaré, sin duda alguna.
Es interesante que esta última hora se pase tan rápido. Ya sólo me quedan veinte minutos. Mi familia y amigos ya han comenzado a llorar. Esperan, supongo, algún tipo de milagro que me haga despertar de un momento a otro. Yo también lo espero.
Recordé mis días de colegio, mis travesuras y juegos. Recordé mis angustias adolecentes, los momentos que pasé con mi mejor amiga. Las obligatorias seis horas diarias al teléfono y las quejas respecto a su costo también.
Recordé mi vida en la amplia extensión de la misma.
Y supe que no quería morir todavía.
No quería morir sin haber dado mi primer beso.
No quería morir sin enamorarme.
No quería morir sin haber conocido la pasión.
No quería morir sin haber terminado la universidad.
No quería morir sin la boda de mis sueños.
No quería morir sin la dicha de haber sido madre.
No quería morir.
El doctor estaba ya en la habitación. Su mano se acercaba a la máquina.
No quería morir.
Un segundo estaba allí y al siguiente todo era blanco.
Y en otra parte del mundo un bebé, una niña,estaba naciendo. Una nueva vida, una nueva esperanza y una nueva oportunidad de vivir. Porque cuando se corta arbitrariamente el hilo de la vida el universo se encarga de hacer justicia.
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Ciclo de Vida
Storie breviPequeña historia corta que reflexiona sobre la vida de una joven y los últimos instantes de su muerte.