Había acabado el juicio y él tiene una sonrisa que se parece a la mía; Una sonrisa triste que trae recuerdos de mi niñez angustiosa, donde todo era tan limpio y brillante como un trueno en medio de un cielo gris. Ahora sé qué era lo que me removía cuando éramos enemigos: su cara tormentosa me lleva muy lejos, a ese lugar especialmente imborrable y tengo la certeza de que si mantengo mi mirada con la suya mucho tiempo, probablemente me derrumbe... llore. Ambos sufrimos.
Adquiere los ojos de los cielos más tempestuosos, cenicientos, como si pensara en lluvia todo el tiempo. Y odio mirar sus pupilas y ver una partícula de dolor consumiéndolos. Porque es libre, sí, pero ha perdido mucho.
Aunque debo decir que su pelo, áureo blancuzco, me evoca a algún lugar cálido y seguro donde sé que me podré esconder de la tormenta que se desata allí afuera por salvarlo, por darle la libertad, por hacerlo mío. Donde todas las murmuraciones pasarán de largo silenciosamente, en una expresión mágica donde solo seremos él y yo. Protegiéndonos.