Fueron pocos los que se atrevieron a abandonar su tierra natal. Los cobardes que no lo hicieron se escondieron en sus chozas, cambiando su orgullo por miseria, dejando que el miedo apagase el fiero espíritu que había sido el símbolo de su pueblo. El imperio de Dhees, en su día poderoso, se desmorono en unos instantes como resultado de los excesos del alevoso zolda. Bajo la torva mirada de la iglesia de parmus y de los biolitos, la gente apenas alcanzaba a susurrar silenciosas oraciones con los labios resecos, pidiendo a los cielos un respiro. Muy pronto, Dhees era un siniestro paramo que apenas merecía ser llamado una nación, una región donde el aire hedía a sufrimiento y perversa magia.
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Mucho tiempo atrás, Dhees había sido un imperio tan próspero y lleno de vida como su fértil paisaje volcánico. El castillo de Dhees iluminaba el cielo con tantas luces que se hubiese dicho que nunca se ponía el sol. Pero la misteriosa muerte de Carlo, príncipe de la corona, hundió a la nación en la oscuridad y en el caos. El Rey enloqueció de dolor y Zolda, sin perder un instante, le arrebato el trono.
Zolda no tardo en afianzar su poder y comenzó a servirse de el sin recato. Mientras sus súbditos perecían de hambre, el celebraba fastuosas ceremonias de bienvenida para recibir a los biolitos en el imperio de Dhees, donde establecieron su autoridad con la celeridad de la llama que consume una hoja seca. Las iglesias que honraban la memoria de san Dhees, el fundador de la nación, fueron arrasadas sistemáticamente y la iglesia de parmus erigió sus propios templos sobre las ruinas aun humeantes.
Los fieles del antiguo culto de Dhees fueron perseguidos como si de herejes se tratase y obligados a convertirse a la iglesia de parmus. La conversión acarreaba siete días y siete noches de crueles torturas destinadas a doblegarlos en cuerpo y alma. Innumerables dheesianos renunciaron a su antigua fe. Aun así, muy pronto comenzaron a desaparecer conversos y se rumoreaba que eran víctimas de sacrificios secretos en honor del único y verdadero dios Parmus.
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En las décadas posteriores a la caída del imperio, la vida se volvió de una monotonía aplastante para las gentes de Dhees. Los biolitos usaban sus poderes sobrehumanos para oprimir a las naciones del mundo y los habitantes de la terra firma Vivian atemorizados. Preocuparse por el destino de su nación, tan prospera antaño, era un lujo que nadie podía permitirse, ya que cada minuto de vigilia era preciso dedicarlo a sobrevivir. No quedaba más remedio aguantar.
Había sin embargo una habitante de Dhees que sufría por el futuro de su pueblo: Freedonia, la Bruja de las Llanuras. Nadie sabía exactamente cuando había llegado Freedonia a las llanuras donde habitaba; es probable que ella pudiese aun recordarlo, hurgando con esfuerzo en su vasta memoria, pero estaba demasiado ocupada con tareas más urgentes. Más divina que humana, aunque susceptible sin embargo de sentir los mismos deseos que los humanos, Freedonia creía que ella y solo ella sería capaz de devolver el equilibrio a aquel mundo turbulento.
La luz y la sombra, el bien y el mal, la codicia y la caridad... Freedonia no consideraba que ninguno de estos elementos fuese mejor que los demás. Para ella, no eran más que herramientas de las que se servía para completar su misión. La idea del "bien común" era irrelevante; lo que ella buscaba era equilibrar las fuerzas del mundo. Independientemente de los nobles principios de que hiciese gala una nación, si se volvía demasiado poderosa, Freedonia se enfrentaría a ella, porque lo que la bruja quería era un mundo de caos equilibrado en el que todos los bandos tuviesen la misma fuerza y cualquiera de ellos pudiese alcanzar la victoria.
Para conseguir su ideal Freedonia había suplantado a generales y había conducido sus ejércitos al campo de batalla; había hecho falsas revelaciones a los devotos con el fin de manipular sus opiniones; había advertido a quienes no tenían fe de los peligros de ignorar las señales divinas que les rodeaban por doquier... Los métodos le eran indiferentes, recurría a lo que hiciera falta. Lo que le importaba eran los resultados.