Estupideces

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Toda persona que se jactaba de conocer a Gray Jones podía asegurar que aquel chico era una persona hecha para la noche y no mentirían. El rubio adoraba el ambiente tabernero a las tantas de la noche, los juegos de cartas entre risotadas fuertes y algún que otro puñetazo cuando un borracho se daba cuenta de que otro estaba haciendo trampas, los bailes de las mujeres contoneando las caderas y las canciones gritadas pleno pulmón. Por ello no le fue muy difícil encontrarse un hueco en el corazón de aquella gran ciudad mercantil. Cuando él y Kyle llegaron, siguiendo a sus dos amigos, pronto se hicieron notar como unos excelentes jugadores de apuestas, su actitud desenfadada y actitud chispeante les salvaron a ambos de unas cuantas golpizas e, incluso cuando Kyle decidió marcharse de aquella ciudad, cansado de no conseguir ninguna noticia de Christian o de Scapa, Gray supo apañárselas solo para poder mantener siempre reservada una habitación en una de las posadas más concurridas del barrio pobre de la ciudad.

Las mañanas las pasaba o bien dormido y despatarrado por su cama o en la cama de otra persona, luego por la noche empezaba de nuevo el juego de las falsas miradas y las preguntas en apariencia inocente. Se había ocupado bien de hacer buenas migas con todo aquel que pasase por las tabernas y nunca perdía la oportunidad de interrogarles por si daba la casualidad de que conociesen a alguno de sus amigos. Nunca tuvo suerte con eso y con el paso del tiempo su insistencia empezó a perder fuerza. Su espíritu fue decayendo y cuando se encontró con James se convenció por completo de que no conseguiría descubrir nada que le ayudase a encontrar a alguno de sus antiguos compañeros de banda, pero a pesar de ello siguió yendo todas las noches a la misma taberna, más por costumbre que por otra cosa, aunque algo en su interior le decía que aún seguía guardando esperanzas.

Aquella noche en especial no había sido muy entretenida. Tras vencer a un par de desgraciados a un juego del azar y conseguir una buena bolsa de monedas de cobre que poder intercambiar por unas cuantas cervezas se había limitado a hacer buen gasto de ella en la barra del local. Anne, la tabernera del lugar, una mujer de estilizada figura y marcados rizos rubios hizo un puchero al verle. Con extremada coquetería la mujer se inclinó en la barra dejando mostrar por la copa de su vestido unos firmes pechos que no pasaron desapercibidos por el muchacho

—¿Qué te pasa amorcito? Esa carita de melancolía me destroza el corazón — Gray le dedicó una sonrisa amable y dio un sorbo a la segunda cerveza de la noche.

—Estoy bien Anne. Aunque no me vendría mal compañía esta noche. Ya sabes, para no sentirme solo — Le guiñó un ojo con picardía y la mujer se echó a reír.

—Los muchachos nunca cambiáis. Hace años que escucho las mismas insinuaciones.

—A veces los clásicos no pasan de moda preciosa — bromeó el chico mientras giraba en su asiento para echar una ojeada al resto del local. Fue entonces cuando su mirada se posó en la entrada. El muchacho enmudeció repentinamente y la mujer pudo notar como se aferraba con fuerza a la mesa.

—¿Gray? ¿Te pasa algo?—El chico se volvió hacia ella y la mujer observó sorprendida como el rostro del rubio había pasado de su acostumbrada expresión seductora al más puro nerviosismo. Por un momento la mujer sintió la ternura que se siente al ver a un niño pequeño indefenso. Gray se acercó más a la mujer y habló con rapidez.

—Anne ¿Ves a esos dos hombres que acaban de entrar por la puerta? — La mujer, muerta de curiosidad desvió la mirada hacia la entrada. Donde podía observar a dos hombres que acababan de entrar. Uno sería un joven castaño entre los 20 y los 25 años de edad, el otro aparentaba más edad, rozaría ya los 40. Aunque no dudaba del atractivo del más joven la mujer no vio nada especialmente intimidante en ellos como para haber puesto a Gray en aquel estado tan agitado— ¿Les conoces?

Sin rumbo (BL) (Rumbo a la guillotina 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora