CAPITULO PRIMERO

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Doce del día. Mercado Central. Interminable caravana de gentes de todas las clases sociales ha invadido los amplios cobertizos en los que realiza la feria dominical del más importante mercado que provee a la ciudad.

Si durante la semana son las cocineras y gentes del servicio las que acuden a buscar lo necesario para el cotidiano menú de las casas en que sirven, el día domingo la inmensa clientela se supera en calidad social. Señoras de familia distinguida, que en la prisa de su deber doméstico han desdeñado la "permanente", el rouge labial, las medias "nylon" , el elegante petit - gree o el tapado de carakool, van al mercado "de cualquier manera" vestidas para soportar sin graves destrozos la apretura y los empellones de la "democracia" que, sin miramiento alguno, también acude a adquirir provisiones y no tiene ojos para eludir encontrones con quienes se cruzan en su camino sino para avisorar en los puestos de venta dónde está la mejor "carne gorda", las legumbres más frescas o la fruta madura y barata.

Tampoco faltan en estos ajetreos domésticos los del sexo masculino. Unos, opulentos burgueses, especializados en elegir la buena fruta para su mesa; otros, impelidos por la omnímoda voluntad de su respectiva "Sisebuta", que ha ido entretanto a misa o se ha quedado en cama a reparar el sueño perdido en su noche bridge, han tenido que tomar mansamente sobre sí la tarea de "hacer el mercado".

Completando la heterogeneidad concurrente en toda la gama humana, se ve también a los "gringos" e inmigrantes. Los primero acuden allí a darse su ración de sensaciones típicas y de folklorismo y cuando su ojo clínico ha descubierto una escena o un trance oportuno se apresuran a perpetuarlos en su Kodak para añadirlo a su colección pintoresca sobre " los indios de Bolivia". Los segundos, hombres y mujeres, dinámicos y codiciosos, atropellan y se abren paso denodadamente para buscar lo mas suculento y, después de concienzudo regateo en el precio, fondean las provisiones adquiridas en sus infaltables bolsas de cuero o de malla de cáñamo de una capacidad milagrosa.

Sería una injusticia olvidar en este variadísimo conjunto a esos padres de familia que prefieren ir a darse su personal y egoísta "atracón" de fruta a espaldas de su mujer e hijos, para lo cual se sitúan junto al puesto de su "casera" y engullen apresuradamente una copiosa ración de naranjas, chirimoyas, uvas, plátanos, etc., para, después que están ahitos, regresar a su casa con gesto avinagrado a participar del sobrio menú que acostumbra la familia, obligada por la tacañería del padre.

Tampoco sería justo olvidar una nota típica de nuestro mercado, y, más que nota, un excepcional honor que el Mercado Central de La Paz ostenta con orgullo entre todos los mercados del mundo. Y, es, que a su puerta se detienen hermosos y relucientes autos oficiales, que harían pensar a un extraño que, acaso, se trata de una importantísima oficina pública en la que se trabaja también los domingos; pero, nosotros, los que conocemos de cerca las modalidades de nuestra alta y privilegiada burocracia oficial, sabemos que en esos aerodinámicos van las cocineras, mucamas, sirvientas, pongos e imillas de altos funcionarios para hacer el mercado y trasladar los cestos esmeradamente colocados sobre los mullidos y aterciopelados asientos del vehículo la fruta, las legumbres, el pescado, los pollos, las sabrosas piernas de cerdo o los costillares de buey para la subsistencia de esos ilustres y nunca bien pagados servidores del país.

Para entender a esta inmensa clientela las vendedoras del mercado se esmeran en exponer en sus respectivos puestos lo más selecto y variado de su mercancía.
De todas las secciones del mercado, la más colorida y la más incitante a la vista y al paladar es la de frutas. Una larga fila de mostradores dividida en pequeñas subsecciones ofrece algo así como la línea Maginot por la que "nadie pasa" sin dejar unos buenos pesos a cambio de unas frutas que están diciendo "comedme".

LA NIÑA DE SUS OJOS Por Antonio Diaz VillamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora