La noche de la tormenta

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"Dicen que después de la tormenta viene la calma, pero los peores momentos, son los silencios entre ambas"

Lo recuerdo bien, ahora lo recuerdo bien, tanto que puedo contar con pelos y señales lo que sucedió. Yo me encontraba dibujando en mi mesa de tonos pastel, que mi abuela había hecho con todo su amor para mí, mis dibujos solían ser grandes bosques, con animales correteando. Siempre me había gustado la naturaleza y lo mostraba de aquella forma. Me podía tirar horas y horas, creo que esa siempre había sido mi pasión, desde que tengo memoria, decían que había nacido con una caja de ceras bajo el brazo.

En ese momento donde mi imaginación se perdía entre el blanco del papel y el verde que usaba para pintar las cosas de los árboles mi felicidad se vio frustrada por una voz, era ella, había vuelto.

Todo mi cuerpo se tenso pero decidí intentar olvidar todo lo que nos había hecho, quería empezar de nuevo, quería ser buena, quería ser la madre que nunca había sido. Papá y ella se habían separado pero no se había ido muy lejos, pasaba días y días en casa como si nada hubiese ocurrido, pero había ocurrido, papá lloraba, la abuela corría a mi cuarto para que yo hiciera caso omiso a lo que pasaba tras mi puerta, pero no podía ignorarlo y el amor de mi madre, se transformo en odio, era un odio visceral, ese odio que corroe por dentro, el odio que nadie debería tener. Y yo lo sentía por nada más y nada menos que mi madre.

Para mi sorpresa pude pasar de su voz junto a sus risas con papá, el tenía gran parte de culpa por volver a dejarla pasar, él era el culpable por dejar que todo pasara como si nada, cuando aquella casa había sido un infierno durante muchos meses.

Pero en un momento, algo dentro de mí, algo que yo a mi corta edad no podía explicar, el olor a su comida, esa que preparaba, era repugnante, y pretendía que comiera, hizo que mi vaso se llenara y volcara toda mi frustración, mi odio e ira contra ellos. Me asomé a la ventana de mi cuarto y como si el tiempo acompañara a todos los espantosos acontecimientos que ocurrirían minutos después, un gran relámpago iluminó el cielo, las luces se apagaron y la casa quedó completamente a oscuras, en ese instante algo dentro de mí se apagó con aquellas luces y no volvió a encenderse más.

- Cariño baja, no queremos que estés sola ahí arriba. Cuando vuelva la luz puedes seguir dibujando – La voz de mi padre ahora me dolía, no podía escucharlo, el odio aumentaba pero hice caso, bajé y me metí con ellos a la cocina. Allí estaba ella.

Esa mujer que con su cara dura me miraba dedicándome aquella sonrisa torcida, haciendo como si volviera a ser mi madre y yo su pequeña hija, pero ya no lo era. Hablaba, de una forma en la que cada sílaba que salía de aquella boca suya, que tanto se parecía a la mía me taladraba las sienes y solo quería que se callara. Y lo hizo, se calló, todo pasó tan rápido que apenas me dí cuenta, mientras ella seguía hablando mi mirada se posó en el borde de la encimera y en esta se encontraba aquel cuchillo que me tenían prohibido desde que tengo conciencia, pero aquella noche fue mi arma aliada, entre la oscuridad solo vi su hoja, afilada, brillante, manchada de la sangre del cerco que estaban cocinando para la cena.

Con él en la mano me sentía la persona más poderosa del mundo, pero también la más llena de ira y deseosa de venganza, parecía ser yo la única que la veía, que veía el arma en mi mano, mis ojos enrojecidos pues en un instante toda esa furia salió en forma de actos, sentí como sus brazos me rodearon y todo se desencadenó. Comencé a soltar cuchilladas notando como la hoja entraba y salía, entraba y salía repetidas veces sin parar, sin descanso. Note como papá intentaba separarme. Era imposible, en aquel momento solo deseaba que ellos desaparecieran, debían desaparecer, no quería que volviéramos a lo de antes.

Con el segundo relámpago volvió a iluminarse todo, en ese instante mi pecho subía y bajaba con intensidad viendo los cuerpos de mis padres en el suelo, mi ira seguía intacta. La cocina llena de sangre, mi ropa ahora teñida de ese carmesí tan llamativo y el cuchillo que goteaba aún en mi mano. Juro por dios que no se qué cosa se me pasó por la cabeza, cual de todas mis pesadillas se hizo realidad pero abrí la boca y me llevé la hoja a la lengua, limpié esta con la misma como cuando se llena de mantequilla o nocilla, del modo en que más deseas es que nadie te vea dejarlo limpio de aquella manera.

Ahora notaba como mi boca se llenaba de sangre, mis ojos se abrieron con asombro, quería a mi padre, muchísimo, pero ahora mi mirada en él se posaba de otra forma, como el peor de los animales, como aquel asesino despiadado de las películas. Me acerqué lentamente a su cuerpo, su mejilla estaba roja manchada y yo se la limpié nuevamente con mi lengua, pero esta vez fue más allá mucho más. No sé cuánto tiempo duró mi acción pero al rato llego la abuela y encendiendo la luz vió el atroz escenario

Era yo, con tan solo nueve años, arrodillada en un gran charco de sangre entre dos cuerpos sin vida, cenando, pero mi cena aquella noche, no había sido otra que la carne cruda que pude arrancar del cuerpo de mis padres.

"Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros." Quizás aquello, también había sido un acto de amor, una acción eterna. Ahora mis padres vivirían para siempre, en mi interior. 

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⏰ Última actualización: Feb 28, 2016 ⏰

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