CAPITULO PRIMERO

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--Claro, pues, ¿Por qué, también, mi hijita se ha de privar de sus gustos, a ver dime? Para señorita la hemos criado, como señorita ha entrado al colegio y como señorita tiene que vestirse. ¿Acaso ellas no más se han de gastar lujos, y, atenidas a su elegancia, a lo mejor, me la han de estar mirando mal a mi chica? ¡Eso sí que no! Mi hija tiene que ser señorita de rango, cueste lo que cueste.
--Y, lo bonita que debe de estar! Seguro que les ha de "sacar pica" a todas esas "frutes" de pacotilla.
--Has de ver, nomás. ¡Por algo, pues yo peleo aquí todos los diias con tanta clase de gentes! ¡Por algo estoy aquí, en este puesto, tantos años!
--¡Ay, qué feliz ha de ser la niña de sus ojos, comadre!
Nueva resaca de ternura y de orgullo maternal asoma al límite de las pupilas de la chola. Y esa humedad desbordase en lágrimas y palabras temblorosas:
--He de mirar la vida por esa niña de mis ojos, como te ha dicho mi marido. Todo, todo lo que vea así me ha de dentrar al corazón como una bendición de Dios. Mirándome en esa niña de mis ojos he de ser dichosa, comadre. ¡Para eso nomás he de vivir y he de seguir trabajando!
--¡Quién como usted, pues, comadre! Todo sabe usted hacerlo bien. Yo creo que hasta Dios se ha vuelto su "casero".








LA NIÑA DE SUS OJOS Por Antonio Diaz VillamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora