Lucky Starr y las lunas de Júpiter

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Isaac Asimov

Las lunas de Júpiter

Lucky Starr V


1 DIFICULTADES EN JÚPITER NUEVE

Júpiter era un círculo casi perfecto de luz cremosa, con un diámetro aparente que equivalía a la mitad del de la Luna vista desde la Tierra, y una séptima parte de su luminosidad a causa de la gran distancia que le separaba del Sol. Aun así, constituía un hermoso e impresionante espectáculo.

Lucky Starr lo contempló pensativamente. Las luces de la sala de mandos estaban apagadas y Júpiter se hallaba centrado en la visiplaca, haciendo que su luz mortecina convirtiera a Lucky y su compañero en poco más que dos sombras. Lucky dijo:

—Si Júpiter fuera hueco, Bigman, podrías meter mil trescientos planetas del mismo tamaño que la Tierra y no podrías llenarlo del todo. Es mayor que todos los demás planetas juntos.

John Bigman Jones, que no permitía a nadie que le diera otro nombre que Bigman, y que medía un metro cincuenta y siete si se estiraba un poco, censuraba todo lo que fuera grande, excepto Lucky. Dijo: —¿Y de qué sirve? No se puede aterrizar en él. Ni siquiera se puede uno acercar.

—Quizá nunca aterricemos en él —repuso Lucky—, pero sí que podremos acercarnos en cuanto las naves Agrav estén terminadas.

—Con los sirianos en el asunto —dijo Bigman, frunciendo el ceño en la penumbra—, no nos quedará más remedio que asegurarnos que así sea. —Bueno, Bigman, ya veremos.

Bigman descargó su minúsculo puño derecho sobre la palma abierta de su otra mano. —Arenas de Marte, Lucky, ¿cuánto rato tendremos que estar esperando aquí?

Se hallaban en la nave de Lucky, la Shootíng Starr, que estaba en órbita alrededor de Júpiter, una vez hubo igualado su velocidad con Júpiter Nueve, el satélite más exterior del gigantesco planeta.

El satélite se mantenía estacionario a mil quinientos kilómetros de distancia. Oficialmente, su nombre era Adrastea, pero a excepción de los más grandes y cercanos, los satélites de Júpiter se conocían normalmente por medio de números. Júpiter Nueve sólo tenía ciento cuarenta y dos kilómetros de diámetro, y en realidad no era más que un asteroide, pero parecía más grande que el distante Júpiter, a veintitrés millones de kilómetros. El satélite era una escarpada roca, gris y amenazante a la débil luz del Sol, y de escaso interés. Tanto Lucky como Bigman habían visto un centenar de panoramas semejantes en la zona de los asteroides.

Sin embargo, en un sentido era diferente. Bajo su corteza, un millar de hombres y muchos millones de dólares estaban en acción para producir unas naves que fueran inmunes a los efectos de la gravedad.

No obstante, Lucky prefería contemplar Júpiter. Incluso a su presente distancia de la nave (en realidad tres quintas partes de la distancia entre Venus y la Tierra en su punto más próximo), Júpiter exhibía un disco lo bastante grande como para distinguir sus zonas coloreadas a simple vista. Éstas eran de color rosa pálido y azul verdoso, como si un niño hubiera metido los dedos en pintura líquida y los hubiera pasado sobre la imagen de Júpiter.

Lucky casi se olvidaba del carácter mortífero de Júpiter al considerar su belleza. Bigman tuvo que repetir su pregunta en voz más alta.

—Oye, Lucky, ¿cuánto rato tendremos que estar esperando aquí?

—Ya sabes la respuesta, Bigman. Hasta que el comandante Donahue venga a recogernos. —Esa parte ya la conozco. Lo que yo quiero saber es por qué tenemos que esperarle. —Porque él nos lo ha pedido.

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⏰ Última actualización: Feb 29, 2016 ⏰

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