Febrero termina oliendo a tu pañuelo, mimado por tu piel. Mi almohada hace tiempo que no se humedece. No significa que te haya olvidado, ni que ya no me duelas. Simplemente, he cambiado la forma de pensarte.
Marzo ha escondido un pintalabios en cada esquina, un frasco de perfume en cada uno de tus lunares y dos sonrisas en el brillo de tus ojos. Hace tiempo que quiero preguntarle lo que siente al ser feliz a tu lado, escuchando tu respiración cada noche y consiguiendo erizar tu espalda, casi transparente. Imagino tu sonrisa cuando te calla con un beso o cuando cantáis vuestra canción y recuerdas esa escena que tanto te gusta de tu libro favorito. Sé que cuando te da la mano olvidas todas tus dudas y congela tu tiempo, convirtiendo todo lo demás en un cero a la izquierda. Que cuando entras por la puerta te desnuda con la mirada y abraza cada poro de tu cuerpo, siendo éste el mejor regalo que te pueden hacer. Que es tu confidente, tu mar de lágrimas y tu risa contagiosa de cada cosquilla. Que matas las horas pensando en prepararle su comida preferida y que te pones nerviosa, más de lo normal, cuando alguien pronuncia su nombre. Me encantaría recordarle que vales más que cualquier melodía, cualquier poema y que cualquier sueño pasajero. Necesito pedirle que te regale cada estrella, cada luna llena, cada segundo, porque nadie puede imaginarse la suerte que tiene.