Capítulo 2: El primer paso

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-¡Despiértate, dormilón, o llegarás tarde!

Aquella voz en forma de grito hizo que abandonara un placentero sueño que, por desgracia o por fortuna, olvidé a los pocos segundos de caer de la cama contra el suelo. Y digo por fortuna porque seguramente me habría abalanzado contra la enorme e imponente figura que se alzaba junto a mí por haberme impedido seguir en aquel lugar donde todo lo que deseábamos se podía hacer realidad... durante el corto periodo de tiempo que estuviéramos durmiendo.

-Ya me darás las gracias por haberte despertado-dijo con su típica sonrisa bravucona Karter, quien me acercó su mano para ayudarme a ponerme en pie.

-Tienes suerte de que no recuerde nada de lo que estaba soñando, porque te arrearía buenos puñetazos por obligarme a abandonarlo-contesté algo malhumorado por el repentino despertar-. ¿A que vienen estas prisas y este jaleo?-pregunté con notable confusión.

-¿Ya te has olvidado? Hoy tenéis las pruebas del ejército-respondió a mi pregunta una voz femenina, a la que se le notaba su avanzada edad y cuya presencia no me había percatado hasta ahora. Pero mi sorpresa era más por el recordatorio que por no haberme dado cuenta de que se encontraba junto a la puerta-. Habéis entrenado muy duro estos meses, sería una lástima que llegaras tarde.

-¿Y no podríais haberme despertado con más suavidad, mamá?-pregunté refunfuñando.

-Llevo unos minutos intentándolo. Menos mal que ha venido Karter para ayudarme.

-Venga, vístete y no pierdas el tiempo. Yo te esperaré abajo.

Tanto Karter como mi madre abandonaron la habitación dejándome a solas. Mientras intentaba relajarme y concentrarme para lo que me esperaba a lo largo del día, comencé a vestirme con la ropa que había preparado la noche anterior. ¿Cómo era posible que me hubiese olvidado de las pruebas de la noche a la mañana? A día de hoy, aun sigo sin encontrarle alguna explicación. Lástima que no recuerde aquel sueño que había sido capaz de hacerme ignorar a mi madre e incluso olvidar algo tan importante.

Las dos horas siguientes se resumieron en un ligero desayuno lleno de energía y en una pequeña rutina de calentamiento, como volver a batirnos con espadas de madera con la promesa de que esa sería la última vez y que, la próxima, habríamos cambiado la madera por el acero. Además, asistimos a la charla previa en la plaza corriendo.

En la plaza ya se encontraba el instructor terminando los preparativos. Habían levantado un pequeño cerco de madera donde, junto a la entrada, había un barril con algunas espadas sin filo y algunas cotas de cuero, además de otras piezas de protección. Todos los aspirantes miraban con fascinación y respeto a las armas que tendrían que empuñar en unos minutos mientras ya empezaban a preparar mentalmente las tácticas que seguirían para derrotar a su rival, el instructor, quien, a decir verdad, me daba incluso más miedo que Karter. Su presencia era más imponente que la de mi amigo debido a su musculatura y su tamaño, pero lo que le hacía más respetable era aquella cicatriz que cubría su mejilla izquierda, algo arrugada como parte de su rostro debido a la edad. Heridas de guerra. Nosotros, meros aspirantes a ser soldados, tendríamos que enfrentarnos a un veterano de alguna guerra. Calcular su edad me hizo preguntarme si él combatió en la invasión a la ciudad, hace trece años.

-Estáis a un paso de convertiros en reclutas y formar parte del mayor ejército que ha conocido y conocerá jamás el mundo-comenzó a dar su discurso, frente a la mirada curiosa de algunos ciudadanos que no tenían nada que hacer o que habían pausado sus tareas en los comercios de la plaza para ver aquel espectáculo, que solo se repetía una vez al año. Era por eso por lo que siempre permitían a los habitantes de Arstacia, e, incluso, los alrededores, que asistieran de público a las pruebas del ejército-. Si lo que os espera hoy os parece duro, será mejor que os marchéis, pues el camino que os quedará después de uniros al ejército será más arduo que esto. Si, por el contrario, seguís aquí y superáis las pruebas que os aguardan a lo largo del día, os convertiréis en la gloria y el orgullo del impero, portaréis nuestras armas y luciréis el blasón en el escudo como auténticos soldados antranos. Eso solo depende de vosotros. Hacedlo lo mejor que sepáis.

Tras el discurso, un segundo hombre, algo más delgado y bajo que el instructor, ocupó su lugar mientras este entraba en el cerco y se equipaba con las piezas de protección que habían preparado. El ayudante del instructor comenzó a llamar uno a uno a todos los aspirantes, quienes, repitiendo una y otra vez el mismo proceso, tuvieron que enfrentarse a su rival en un duelo uno contra uno. Algunos de los aspirantes ofrecían un buen espectáculo, pero siempre acababan siendo derrotados por la experiencia y la habilidad de aquel veterano soldado, quien parecía no inmutarse en lo más mínimo. Karter intentó la estrategia que él mejor sabía hacer: lanzar golpes a mansalva como si de ello dependiera su vida. Creo que ya lo dije, su mayor virtud era la fuerza bruta. Pero de nada le sirvió en esta ocasión. Aunque consiguió evitar varias veces las estocadas que le devolvía el instructor, una zancadilla le hizo perder el equilibro y caer de bruces contra el suelo.

-Contigo hablaré más tarde, Karter-pude oír que le decía una vez le tuvo acorralado en el suelo. Entonces fue cuando escuché mi nombre y, tras tragar saliva, me adentré y realicé el mismo ritual-. Ah, el pequeño Celadias, ¿eh?-se percató el instructor al verme. No me extrañaba en absoluto que me conociera; al fin y al cabo, había hablado en más de una ocasión con varios soldados y pedí consejo a muchos guardias cuando Karter lograba vencerme-. Así que has decidido unirte a nosotros. Veamos si tu preparación es tan grande como tu curiosidad.

Mi oponente esperó paciente a que me terminara de preparar y, tras chocar nuestras espadas en señal de respeto, comenzó el combate. Al principio ambos guardamos distancia, calculando cada uno de los movimientos que podíamos hacer y que nos podría devolver el enemigo. Además, el peso del acero era mayor del que me esperaba pues, acostumbrado a la madera, mis movimientos se hacían más pesados y torpes, cosa que pude comprobar cuando el instructor decidió dar el primer paso lanzando un tajo horizontal hacia mi pierna. Obligándome a retroceder un par de pasos, tomé impulso y arremetí lo más rápido que pude contra mi objetivo, dando un salto hacia un lado al ver que su espada se alzaba dispuesta a lanzarme una segunda ofensiva. Volví a tomar el mismo impulso que antes, saltando al frente nada más sentí mi pie apoyándose en el suelo y traté de golpearle con la hoja sin filo en el costado, pensando que estaría desprotegido. Pero no me esperé una reacción tan rápida.

Al instructor solo le bastó girar su cuerpo hacia mí y moverse ligeramente hacia mi izquierda para que mi ataque no pudiera alcanzarle y que, para más colmo, pudiera golpearme en la espalda con su brazo desarmado. Aquello me hizo ver que, efectivamente, él había servido en las líneas ofensivas del ejército, pues era un movimiento que había realizado por inercia. Si hubiese tenido un escudo, el golpe me habría desequilibrado y, muy posiblemente, llegado a aturdirme. Y creo que ese mismo pensamiento tuvo él.

Intenté quitarme aquella idea de la cabeza para centrarme en la batalla y nos enzarzamos nuevamente en un ir y venir de estocadas y cortes que parábamos con nuestras espadas bloqueando al adversario. Aquello se prolongó durante bastante tiempo hasta que, mi rival, aprovechó un descuido en mi guardia y me pateó el vientre para empujarme hacia atrás y derribarme al suelo. Ni el cuero de la cota pudo impedir el dolor que me había causado aquel golpe, y agradecí la generosidad del ejército al permitirnos usar algo de protección, pues no podía ni imaginarme cómo habría quedado mi estómago después de aquello.

-Creo que todos estaremos de acuerdo con que eres el que mejor me ha enfrentado, Celadias-me felicitó el instructor ofreciéndome su mano para levantarme. Pude ver entonces que su rostro brillaba a causa del sudor y el esfuerzo, y sonreí, pese al dolor, considerando aquel halago como una victoria personal-. Estoy seguro de que serás uno de los mejores soldados algún día. Pero tendrás que seguir haciéndolo tan bien como acabas de hacerlo conmigo. Me gustaría poder decir que ya estás dentro pero las normas son las normas, y, como tus compañeros, tendrás que terminar las pruebas y esperar a conocer los resultados esta tarde-terminó deseándome suerte mientras me daba una palmada en el hombro y se retiraba con Karter.

El precio de la libertad: Sueños de grandezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora