Capítulo Cuarenta y uno. Cínicamente muertos.

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Esa noche no dormí, no podía conciliar el sueño, cada vez que cerraba los ojos aparecía automáticamente la imagen de Mariel, la imaginaba aún del otro lado de la puerta, esperando a que yo abriera para abrumarme con su presencia y llenarme la cabeza de sus palabras, palabras que posiblemente fueran mentira, palabras que podrían confundirme, que tendrían el poder de mezclar mis emociones y hacer que fuera más difícil pensar con claridad, lo cual ya era difícil, mi cabeza era un río rápido, lleno de piedras y fuertes corrientes y yo, yo era un pequeño madero, flotando entre las aguas.
La alarma sonó, era hora de ir a la escuela y para ser sincera, por primera vez en diecisiete años no quería ir.
No quería salir de la habitación, me sentía segura, sabría que Mariel sería incapaz de abrir la puerta sin permiso, era mi fuerte, ella jamás podría entrar ahí. No físicamente. Puesto que los recuerdos entraban por la rendija de la puerta y atacaban mi mente. Cerré mis ojos y la sentí a mi lado, abrazando mi espalda, como lo hacía cada vez que nos acostabamos, podía sentir su respiración en mi nuca y sus manos rodeando mi cuerpo; giré en la cama quedando boca arriba, la sentí sobre mi cuerpo, apoyando la mayor parte de su peso en su brazo para no aplastarme, sentí sus labios en mi piel y recordé su mirada, una mirada tan tranquila que en esos momentos me hizo ajena a todo. Giré nuevamente quedando boca a abajo y nuevamente recordé cuando jugó a contarme los lunares, podía sentir sus labios un poco resecos chocando con mi piel húmeda. Sentí húmedas mis mejillas, no me di cuenta que todo ese tiempo había estado llorando, lloraba mientras recordaba sus besos, lloraba cuando había sentido su presencia, lloraba por estar enamorada de ella.
Jamás creí que lloraría por una persona que quería, o tal vez nunca las quise en realidad y Mariel fue la primera que rompió mi barrera, la primera que desordenó mi rutina y posiblemente la primera a la que odiaria. Quería hacerlo, odiarla para no sentir tanto su traición, odiarla para dejar de quererla, pero a pesar de querer generar todo ese odio, una parte de mí luchaba por que eso no pasara y muy inconscientemente, deseaba que ganará la pelea, aunque apostara por la otra.

POV. Mariel.
Jennifer pasó la primera semana sin dirigirme la palabra, ni siquiera me miraba, cada vez que yo salía, ella entraba y en viceversa, comenzaba a frustarme, quería hablar con ella pero no me daba la oportunidad, dejé notas que nunca leyó, le dije palabras que no escuchó y le dedicaba miradas que ignoraba por completo. Hoy era la galería, tenía planeado exponer mis cosas e irme a vivir con Tania, de la cual agradecí que no hiciera preguntas cuando le pedí quedarme en su apartamento, solo aceptó y dijo: "Solo dime el porqué cuando estés preparada", cosa que tenía planeada, tal vez ella pueda hacer que Jennifer me escuche o mínimo que dejara de ignorarme.
Cuando terminé de hacer la maleta, eché un último vistazo a la habitación y vi mi estuche en el suelo, pensé en mi última opción, no sabría si funcionaría, o mínimo me escucharía, pero era mi último recurso y tenía que utilizarlo.
Llegué a la escuela y dejé mis cuadros cerca del caballete, los recargué en una pata y me senté en el banquillo de enfrente, tallé mi rostro con ambas manos, como si eso pudiera quitar un poco de mis frustraciones. Pasé una mano por mi cabello y me estiré un poco para quitar la manta de mi último dibujo, me quedé echa piedra, mi mandíbula cayó hasta el suelo y tenía los como platos; mi dibujo estaba rayado con un color rojo, la palabra "Mentirosa" resaltaba entre los rayones, por mi mente solo pasó una persona, Jennifer. No me moleste, en cierto punto sabía que merecía eso, que estaba cabreada, que era impulsiva y le nació hacer eso, volví a tapar el dibujo y lo quité del caballete, dejándolo en un rincón del taller y puse otro cuadro arriba, tal vez ella no contaba con que tenía un cuadro de repuesto, tenía dos cuadros para participar, en los cuales me había esforzado al máximo, necesitaba ganar ese concurso para recibir el dinero.

-Mar, estamos esperándote- Antonio entró al taller.

-Gracias, ya voy-

-¿Sigue sin mirarte?-

Entre mis letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora