MALA ONDA - Alberto Fuguet

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MALA ONDA

Estoy en la arena, tumbado, raja, pegoteado por la humedad, sin fuerzas siquiera paraarrojarme al mar y flotar un rato hasta desaparecer. Estoy aburrido, lateado: hasta pensar me agota. Desde hace una hora, mi única distracción ha sido sentir cómo los rayos del solme taladran los párpados, agujas de vudú que alguna ex me introduce desde Haití oJamaica, de puro puta que es.Pienso: no debí dejar los anteojos de sol en el hotel. Seguro me los va a robar alguno de losimbéciles de mi curso; después van a achacárselo a una de esas camareras negras que losmuy huevones intentaron tirarse. Vuelvo a lo mismo: debí haberlos traído. No se puedevenir a la playa sin protección. No se puede andar sin gafas. Si estaban al alcance de mimano, en el velador, tan cerca. Incluso los estuve mirando un rato. Me los van a robar, de puro huevón, de puro volado que soy.Me dedico a pensar un poco, archivar el problema de los Ray-Ban, pasar a otro tema.Reflexiono: es probable que nunca más haga tanto calor como hoy. Un grado más y todoestalla, declaran estado de emergencia, evacúan toda la ciudad. Pero a nadie le importa. Lo

que para ellos es rutina, para mí es novedad. Y eso me apesta, me hace sentir un intruso, lo peor.Deben ser como las cuatro o las tres. Da lo mismo. Igual es tarde. Llegué al hotel cerca delmediodía, cuando no quedaba nadie de mi curso, ni siquiera los más atinados. Los del B,menos. Esos se levantan todos los días al alba para trotar, jugar vóleibol en la arena o ver elsol aparecer en el mar. Después van a recorrer las tiendas de Rio Sul y compran esas poleras para turistas gringos que dan vergüenza ajena.Tengo sueño, creo que me voy. Recuerdo: cuando logré abrir los ojos y me di cuenta de queestaba en el hotel, no en otro sitio como creía, pensé un poco, traté de ordenarme, planear, por último justificar el día. No había muchas opciones: entre quedarme botado allí, sin aireacondicionado —los del B lo echaron a perder—, o aprovechar el último día de playa paraagarrar aun más sol, no había donde perderse. Me levanté en la más tranquila y me vinecaminando hasta aquí frente al número Nueve de Ipane-ma, donde todos los que realmenteson alguien se apilan.Mientras caminaba, me puse a divagar. Pensé en Chile y en mi vida, que es como lo quemás me interesa. Cuando algo parecido a una depresión comenzó a rondarme, cambié de


 

tema y me concentré en las vitrinas; caché, por ejemplo, que las poleras O'Brian se vendenen todas partes. Me sentí más seguro.Después de andar varias cuadras así en la más lenta, sin alterarme porque estaba sudando ytodo eso, llegué a una plaza que marca el inicio de Ipanema, que es como el barrio bohemiode Rio y está lleno de librerías y boutiques y bares muy chicos y caros.

A la Cassia le gusta Ipanema y esa plaza donde los hippies venden artesanía, recuerdos, pinzas para, joínts, aros, las mismas cosas que venden los artesa a la entrada de la QuintaVergara en Viña, excepto, claro, las típicas chombas chilotas o esos espantosos posters dela Violeta Parra. Aquí he conocido cierta gente, amigos de la Cassia, onda universitaria,humanista, izquierdosa, que se junta a tomar cachaza con jugo de maracuyá y a escuchar unos cassettes de la Mercedes Sosa o la Joan Baez, que es como peor. La Cassia les dijoque yo era chileno y los tipos dieron un salto, animándose: y que Pinochet y la dictadura, yque compañero-hermano, yo conocí a unos chilenos de Conce, exiliados, y luego uno o dos poemas de Neruda en portugués, que Figuei-redo, o estos milicos hijos de puta que jodierona todo el continente... Yo callado, jugándome al tipo buena onda, claro, de acuerdo, tudo bem, legal.

Me apesta este tipo de conversaciones. Los tipos parecían californianos pero pensaban como rusos yeso era sospechoso. Uno de ellos, polera Che Guevara (yo, saco de huevas, pregunté quién era), nosinvitó a todos a Niteroi a escuchar a un panameño sedicioso que tocaba canciones de SilvioRodríguez. La empleada de mi casa, que está por el NO en el plebiscito, escucha Ojalá y otrascanciones en castellano; intuí, por lo tanto, lo que me podía esperar. A la Cassia, eso sí, le parecíaatractivo. Se rumoreaba que tal vez iría Chico Buarque; se suponía que era un recital clandestino,contra Figuei-redo, contra Stroessner y Videla, contra Pinochet, hermano. El que lo dijo levantó el puño izquierdo. Yo le dije a la Cassia que ni en broma, que para ver comunistas prefería el KaféUlm en Santiago. No, no era mi onda, no tenía nada contra ese tipo de gente, pero qué pasaba sillegaba la policía y me deportaban, media ni qué cagada que se desataría en Chile, me echarían de lacasa y bye bye, my Ufe, goodbye. Ella me encontró razón y terminamos juntos en la arena, mirandolas luces, atracando de lo lindo. Después la llevé al hotel, pero nos cachó mi profesora jefe y la muymaraca no la dejó entrar. La Cassia me dijo que no importaba, que igual era tarde, que debía irse.Yo me ofrecí a ir a dejarla. Ella dijo obrigada, puedo irme sola y desapareció.

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⏰ Última actualización: Aug 08, 2013 ⏰

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