En la Montaña de la Asamblea Divina se llevaba a cabo un destierro. El de un serafín muy importante y preciado por el mismísimo Dios.
—Tu belleza te ha cegado, querubín, al igual que la soberbia que se apoderó de tu alma— acusó Miguel, arcángel luchador en contra del mal —Has profanado el libre albedrío de los humanos, intentado superar a nuestro Padre. Él que te dio libertad y gloria en su reino...
—Tu que has sido su mano derecha, por siglos— la aguda voz de la Arcángel Jofiel —Y lo has defraudado, Luzbel...
—¡No lo he hecho!— reclamó el alado emanando un aura oscura, que se desprendía de su cuerpo, al igual que a su sequito de ángeles —¡No hay nada de malo en querer superarlo!
En eso una luz cegó a todo ser en el salón, de detrás de las puertas, de hierro celestial, apareció un hombre de aspecto jovial, pero sus ojos expresaban siglos de vida. Cabellera rubia y rizada; vestido con una túnica más blanca que el mismo blanco.
Todos los ángeles y arcángeles en la sala hicieron una reverencia, excepto por el pequeño grupo de Luzbel, comandado por él.
—Hijos míos, levantarse y orar por su hermano— una voz angelical y prominente brotó de la boca del ser iluminado de una segadora luz, que podía dejarte ciego sí la mirabas directamente —Luzbel, acércate.
El ángel obedeció de mala gana pero al acercarse, Dios levantando su mano izquierda en un rápido movimiento le quitó sus alas, al bello Luzbel. El adversario palideció, al igual que el resto de místicas entidades en el salón, a tal acto de su Padre.
La sangre brotaba de la espalda de Luzbel, empapando su túnica rasgada y cayendo sobre el suelo convirtiéndose en manchas negras símil al alquitrán. El sequito de ángeles del querubín gritaron en protesta e intentaron arremeter contra Dios, pero los brazos llenos de sangre oscura de Luzbel los hicieron detenerse y este comenzó a reír. Desconcertando aún más a las entidades, con una risa gutural frenética a la vez que sombría, erizando el plumaje de los arcángeles y espantando al mismísimo supremo.
—De ahora en más serás llamado Lucifer y serás desterrado del reino de los cielos, a un lugar en donde pagarás tus pecados, junto con el grupo de ángeles a tu cargo— el Santo Padre sonaba enojado pero triste a la vez; Luzbel era uno de sus hijos y al igual que cualquier padre, desterrarlo le causaba un gran dolor, a pesar que la locura que estaba emanado Lucifer en esos instantes causaban pavor —Tu que te has creído más que tu padre y has roto reinos, llevando ciudades con ellos, causando el caos en toda la tierra. Muchos dirán que no mereces el perdón, pero hijo mío, para mí siempre serás perdonado. Decreto que volverás a los cielos siempre y cuando vea tu actitud cambiar— Dios toca con su mano el hombro del ángel, el cual se aparta rápidamente y mirando con ojos sombríos a su padre —Eres preciado para mí, ablanda tu corazón hijo mío, serás envuelto con gloria y alegría nuevamente. Pero por lo pronto…
Al decir estas palabras, el cielo de abrió y de él cayeron cuerpos, aparentemente sin vida, que al chocar con una superficie rocosa y cubierta de tierra roja oscura como la sangre putrefacta. Bajo un cielo anaranjado, aquél ex ángel se convirtió en Lucifer, Rey del infierno, a quien muchos llaman Satanás, el adversario, junto con su sequito de ahora demonios. Dando la libertad y llenando de caos al mundo mortal.
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