Capítulo 38: Almas compatibles

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-¿Seguro que no quieres nada?
-No, gracias. Estoy bien.
-¿Otro pañuelo?- Diana miró la mano de Berto que le ofrecía otro paquete de clínex. Diana afirmó con ayuda de su cabeza y aceptó los pañuelos para sonarse la nariz y terminarse de limpiar las lágrimas que caían por sus mejillas.- Debería de haber salido antes.
-No es culpa tuya.- La voz de Diana era cortante. Casi parecía ofendida.- No pienses eso porqué la única culpable para que Adam se esté muriendo soy yo.
-Diana eso no es...
-Mía, Berto.- La chica levantó sus ojos color miel mezclados con una capa de irritación a causa de las lágrimas que seguían bañando sus ojos. En ellos se podía leer un dolor y una culpabilidad que era prácticamente destructiva.- Es algo indiscutible.
-Estoy seguro que Adam no opinaría lo mismo. Él me dijo que todo esto era culpa suya, y que tenía que cargar solamente él con las consecuencias. Ni si quiera me permitió ir con él porqué piensa que es su guerra, cuando en verdad también es la mía.
-¿Qué tenéis que ver tu y Adam con Don Enrique?- Diana no entendía nada. En el encuentro de Enrique y Adam, ella podía comprender que Adam había traicionado a Enrique en un pasado. Después Enrique le pidió una llave, Adam la entregó a cambio que Diana la dejara marcharse. Todo se complico y Adam interceptó la bala que iba directa a Diana. Solo después de el primer balazo, Berto y sus hombres aparecieron de todos lados, rodeando a Enrique y a sus hombres.
-Por lo que tengo entendido Adam y Enrique fueron excompañeros, pero todo lo demás él nos debe una buena explicación. Y mi única relación con Enrique es que me voy asegurar de que se pudra por el resto de sus días entre rejas por haberte utilizado como motín.
-Berto...
-Ahora no importa, Diana. Sé que le has elegido a él. Pero ahora eso no importa. Lo importante es que Adam salga de esta y que pueda rematarlo por meterte a ti en sus líos.
-Adam no...- Y en ese preciso instante, las puertas del quirófano dónde Adam había desaparecido hace algo más de hora y media, dos médicos salieron por ella. Uno se fue pasillo recto, mientras que otro se acercaba a Diana y a Berto.
-¿Parientes del Señor Ortiga?
-Sí.- Dijo Berto adelantándose a Diana. Ambos se levantaron al mismo tiempo de la silla y se cogieron de la mano, dándose fuerzas por sí iba a caer delante de ellos un muro de hormigón para no caerse de morros al suelo.- ¿Cómo está?
-Estable, pero en estado grave. Muy grave.
-Explíquese, por favor.- La impaciencia en la voz de Berto era palpable.
-El Señor Ortiga a sufrido una bala que ha reventado completamente las paredes del pulmón izquierdo dejándolo imposible de repararlo. El otro pulmón también ha quedado afectado, pero lo hemos podido estabilizar temporalmente.
-¿Qué se refiere con temporalmente?- Diana se asustó al escuchar su propia voz. Jamás se había escuchado su tono rodeada por el terror.
-Adam necesita un pulmón urgentemente.
-¿Cuánto tiempo disponemos para conseguir un pulmón?- Berto seguía preguntando las preguntas que Diana ya no era capaz de mencionar en voz alta.
-Veinticuatro horas. Quizá menos. Es complicado de asegurar.- En esos momentos, Diana estaba segura que su reacción sería desplomarse en el suelo y romperse en dos, tal y como estaba haciendo su corazón en esos momentos. Pero en vez de eso, apretó la mano de Berto y dio un paso hacía delante.
-Doctor, yo le daré ese pulmón a Adam.
-¡Diana!
-¿Qué tengo que hacer?- Diana ignoró la voz de Berto y puso todos sus sentidos en las palabras que comenzaron a salir del médico.
-Primero tenemos que asegurarnos que su pulmón sea compatible con el del Señor Ortiga.
-Está bien. ¿Cuando comenzamos?
-Ahora mismo lo preparamos todo. No tenemos mucho tiempo.


-Malditas niñas anorexicas. No saben apreciar la comida cuando muchos en el mundo matarían por comérsela.
-Están enfermas, hermana. Estoy segura que algún día lo comprenderán.
-Esas niñas irán directas al infierno.
-¡Shh! Podrían escucharte.
-¡Pues que me escuchen! A ver sí así se dan por aludidas y reaccionan.
Desiré dio la media vuelta y cogió las escaleras de la zona este para evitar encontrarse con las enfermeras gemelas. La chica dio las gracias por decidir ir descalza, así sus pasos se habían vuelto mucho más sigilosos y hábiles a la hora de desplazarse. A los pocos segundos se encontraba en el pasillo principal. Vio a la Doctora Puig entretenida con su carpeta. La Doctora alzó la cabeza y Desiré al momento se escondió en su esquina.
Escuchó como unos pasos de dirigían a ella, y sin saber porqué dejó de respirar. Era extraño, pero para ella dejar de respirar era como un autoreflejo que haría que se quedara invisible. Y así fue. La Doctora Puig cuando pasó por su lado no se percató de su presencia, y cuando ella giró a la derecha, Desiré salió de su esquina.
Se corvo ligeramente y pegada a la pared comenzó a desplazarse pasillo recto. Hacía su libertad. Vio la puerta al final del todo, y también percató al chico de recepción muy ensimismado en la pantalla de su ordenador. Desiré se agachó todavía más y comenzó a caminar a un paso ligero, pero precavido. Y justo en el momento en que ya estaba pisando la alfombrilla de la puerta de entrada, alguien gritó.
-¡Cuidado se escapa!- Era una chica que tenía la melena revuelta y la mirada perdida. La señalaba con un dedo indice y sonriente.- ¡La anorexica se escapa!- Desiré se dio cuenta que dos enfermeros corrían hacía a ella y que el recepcionista estaba cogiendo el teléfono seguramente para avisar a la Doctora Puig.
<<Ha llegado la hora.>> Se dijo a sí misma Desiré.
Del bolsillo de su pantalón de chándal, sacó la navaja que le dio Sol hace tres días. En todos estos días, ella había suplicado a la Doctora Puig que mantuviera alejado a Ángel por un tiempo, diciéndole que él solamente lo que hacía era empeorarle todavía más. Pero no había sido suficiente. Ángel la había ido a visitar todos los días y había preguntado por su estado a la Doctora. Todo eso ella lo sabía porqué la Doctora se lo decía en todas sus sesiones de psicología de las mañanas.
Pero todo eso eran palabras que no venían del hombre al que amaba. Sí la Doctora Puig hubiera escuchado la grabación de voz, no arriesgaría tanto al decir que pondría su mano al fuego a que Ángel estaba perdidamente enamorado de ella, o eso al menos era lo que pensaba Desiré. Para ella eso solamente era un papel para que se dejara ayudar y que se recuperase lo suficiente para después alejarse de ella, para siempre.
-Quietos.- Desiré sacó la punta de la cuchilla de su escondite y se lo llevó directamente a su antebrazo izquierdo.- O me corto las venas.- El gesto y esas palabras fueron lo suficiente para que los enfermeros se detuvieran y metieran más presión al chico de recepción para que llegase la Doctora Puig.- Alejaros de mí.
-Desiré.- La chica, al escuchar esas dos voces tan graves hizo que se sobresaltará y se desorientará por un momento, haciendo que se despistará y se hincara la punta de la navaja en su piel. Varias gotas comenzaron a caer al suelo, y eso hizo que tanto Gastón como Ángel avanzaran un paso.
-Quietos. No os acerquéis.
-Desiré...- A la chica le hubiera gustado que quién le hubiese llamado por segunda vez fue él, su ángel protector. Pero fue su prefecto.- Por favor, no hagas tonterías de las que te puedas arrepentir después.
-¿Arrepentirme? No lo creo.- Desiré percibió como su mano comenzaba a temblarle.- ¿Y qué narices haces aquí? Te dije que no te quería dentro de mí vida.
-Desiré...
-¡Cállate!- Desiré notaba como algo en la garganta le estrangulaba. Era el nudo que siempre se formaba en los momentos en que sus lágrimas deberían de arrasar sus mejillas, pero desde que Ángel sufrió las sacudidas nunca más volvió a llorar.- Vete de aquí.
-Desiré.- Está vez fue Ángel quién habló a la chica. Gastón había retrocedido un par de pasos con el rostro crispado de dolor. Pero en esos momentos, toda su atención estaba puesta en el hombre de unos ojos parecidos al del océano.- ¿Qué pretendes con todo esto? ¿Hacernos daño a las personas que te queremos?
-Mientes. Tú no me quieres.
-¿Pero qué estás diciendo, Desiré? Claro que te quiero.
-Lo sé todo, Ángel. Deja de actuar como un hipócrita.- La voz de Desiré se afinó hasta que se silenció. Notaba como las ganas de terminar lo empezado aumentada. Ella estaba deseando desaparecer de una maldita vez de ese sitio.- Sé que solo estás aquí conmigo por remordimientos. Te sientes culpable porqué piensas que mi estado está así por culpa tuya. Y aunque sea verdad, que me este volviendo completamente loca por ti no significa que quiera tu compasión.- Desiré se mordió el labio, sabía que había hablado demasiado. Lo sabía por la forma en que los ojos de Ángel se estaban comenzando a hinchar de lágrimas.
-Desiré... Deja el cuchillo, por favor. Déjalo.- La voz de Ángel se había quebrado en mil pedacitos. Como un cristal que caía de cinco pisos en caída libre.- Es cierto que tengo remordimientos y que me arrepiento de haberte alejado de mí. Pero jamás te he dejado de amar en ningún solo segundo desde que te vi por primera vez tropezándote conmigo por aquel pasillo. Por favor, Desiré. Por favor. Deja el cuchillo.
-¡Deja de mentir!- Desiré desplazó dos centímetros el cuchillo por su brazo. Segundos más tarde percibió dos cosas: el calor arrasando su brazo y su corazón, y el dolor permanente en los ojos de Ángel.
-¡Desiré! ¡Para!
-Dime la verdad, Ángel. Dime que nunca me has amado.- El chico se quedo callado.- ¡Dímelo!
-No, Desiré.- Los ojos del mestizo comenzaron a sudar, haciendo que un par de gotas cayeran por sus mejillas.- Eso no es cierto. Te amo. Por favor, no me hagas esto. No puedo perderte a ti también.
-Ya me has perdido, Ángel.- Desiré dejó de mirar el océano irritado y se fijo en su mano. Escuchó el gritó de Ángel a medida que iba ascendiendo el cuchillo por su brazo, y justo cuando iba por la mitad, una voz se coló dentro de su corazón. Una voz familiar y que hacía mucho tiempo que no escuchaba.
-Desiré.
-¿Robert?- Desiré alzó rápidamente su cabeza, y sin duda no estaba equivocada. Sus sentidos habían escuchado detectado perfectamente la voz de ese chico de ojos verdes y cabello oscuro.
-Deja el cuchillo, Desiré.
-¿Robert eres tu?- La chica parpadeó rápidamente. Divisó a su amiga Daniela, la cuál se estaba cubriendo la boca con sus manos y se encontraba detrás de la silueta de su hermano.
-Sí, pequeña. He vuelto.
-¿Vas a quedarte?- La voz de Desiré a penas se percibió. Solamente una persona que leyera los labios o que la conociera muy bien hubiera entendido las palabras de esa chica mezcladas con el vacío y las ganas de desintegrarse de ese mundo.
-Solo sí sueltas ese cuchillo, prometo quedarme aquí todo el tiempo que tu me pidas. Pero suéltalo.- La voz de su hermano había sido como una caricia. Una caricia como las que le solía dar antes de irse a dormir o cuando ella jugando se caía y se manchaba la cara de tierra, y él siempre acompañado con una sonrisa se la apartaba de su rostro.
Al momento, su mano tembló con más fuerza y la navaja se deslizó por sus dedos hasta caer al suelo. Desiré estaba segura que los enfermeros iban a cogerla y la arrastrarían hasta a su habitación para atarla con correas y anestesiarla. Pero en vez de eso, su hermano Roberto corrió hacía ella, pegó una patada a la navaja y la rodeo con fuerza con sus brazos, haciendo que el rostro de la chica impactará con su pecho.
-Robert...
-Shh.- Su hermano la separó ligeramente de él y sostuvo el rostro de Desiré con su manos.- Todo ha terminado. Ahora estás a salvo.- Y en ese momento, Desiré presintió como el dedo pulgar de su hermano le acarició la mejilla, limpiando su primera lágrima después de tanto tiempo.


-No pienso dejar que hagas esto.
-Berto, me da igual lo que me permitas o no hacer. Tu no eres dueño de mí y no puedes impedirme que lo salve.
-Debe de haber otra solución. Que le salves a él solamente perjudicará tu salud de de este momento.
-Sí él no sobrevive me habrá perjudicado el resto de mi vida igualmente.- Diana lo susurró, pero Berto lo había escuchado, y ella lo sabía. En ese momento ella se arrepintió porqué había olvidado que Berto seguía enamorado de ella, pero Diana no podía evitar mencionarlo en voz alta.
Después de tanto tiempo, hasta que no vio como todo lo que tenía lo perdía, no se dio cuenta que era lo único que quería. Quizá sí el que hubiera caído al suelo hubiese sido Berto, a lo mejor su amor estaría indicando hacía el chico de ojos cafés. Pero ese no era el caso, y sentía que su corazón palpitaba un poco más lento a causa de ese chico de ojos dorados.
Un par de minutos más tarde, en los cuales ambos se mantuvieron en silencio, sentados en la sala de espera, el doctor entró y se acercó a ellos. Como en todo momento que el médico se había acercado a ellos, Diana y Berto automáticamente se levantaron y se cogieron de la mano para darse fuerzas. Diana las necesitaba para que le dieran la esperanza de recuperarlo, y Berto la necesitaba para que le dijeran que había otra forma de salvarlo sin tener que peligrar a Diana.
-¿Y bien? ¿Soy compatible?- Diana miró atentamente todas las facciones del rostro de ese doctor cuarentón, con entradas en la cabeza y una montura de gafas cuadradas y negras. El doctor sonrió y asintió con ayuda de su cabeza.
-Todo parece encajar a la perfección.
-¿Parece? ¿Eso significa que no está seguro?
-Nada es seguro en esta vida. Las pruebas nos han dado válidas, pero hasta que no vemos la reacción del nuevo órgano en el cuerpo del individuó no podemos asegurar nada.
-¿Cuando me operan?
-Ya estamos preparando la sala de operaciones. En una media hora estará todo listo. Ahora le enviaré a la enfermera Candice para que rellené un papeleo. Nada importante.
-Claro, los papeles en que le libra de toda culpa sí el paciente muere en la operación ¿verdad? Por supuesto: nada importante, pero para usted.
-¡Berto!- Diana cruzó una mirada repleta de cólera hacía Berto. Ella tenía muy claro que este chico no iba a impedir que diera un paso hacía delante ni con sus palabras ni con ninguna acción temeraria.- Doctor, no le haga caso. Estoy segura de lo que quiero hacer.
-Es una buena acción. Estoy seguro que el Señor Ortiga a su vuelta le estará muy agradecido.
-¿Puede haber alguna posibilidad a que ella le ocurra algo?- La voz de Berto estaba repleto de una mezcla de sentimientos, pero el que más podía verse era el miedo. El miedo de perderla.
-Siempre hay posibilidades, pero mientras la operación mientras esté bajo mi cargo no dejaré de luchar hasta que no los traiga a los dos sanos y salvo.
-Gracias doctor, confió ciegamente en usted.- El Doctor asintió con ayuda de su cabeza y le dio una sonrisa cálida a la muchacha de cabellos rojizos.- Solo... quería pedirle una cosa.
-Claro, dígame Señorita Martínez.
-¿Podría verle antes de firmar el papeleo y prepararme para la operación?
-El Señor Ortiga está anestesiado, Señorita Martínez.
-No importa, solamente necesito verle cinco minutos. Por favor.
-Claro, pero solo podrá entrar usted sola.
-Está bien, gracias, doctor.- El médico asintió y se dirigió hacía la sala de UCI, dónde daría las instrucciones de darle permiso a Diana para que viera al paciente Adam Ortiga.- ¿Me esperas aquí?
-Has perdido la cabeza, Diana.- Las palabras de Berto eran serias y repletas de indignación. Ella sabía que en esos momentos no estaba teniendo en cuenta que Adam se estaba muriendo. Solo veía la posibilidad que estaba poniendo en peligro su propia vida sin tener la seguridad de que Adam saldría adelante.
-Pensé que habíamos dejado claro que los dos estábamos locos hace tiempo.
-Sí, pero no pensé que tanto.
-Yo tampoco.- Susurró la chica, y en ese momento sus pasos se desplazaron a la dirección contraria.- Estoy haciendo lo correcto, Berto.
-¿Cómo sabes que es correcto y que no?- Diana vaciló por un momento ante la pregunta de Berto, pero después fue a coger la mano de ese chico y se la subió al corazón de Berto.
-De todo corazón, dime la verdad: ¿Tu estarías dispuesto a hacer esto por mí?
-Diana...
-Yo haría esto por ti, Berto. Sí tu te hubieras cruzado en el camino de bala para que no me diera a mí, no dudaría ningún momento en arriesgar mi vida por salvarte.- El nudo en la garganta de Diana se estaba formando, haciendo que sus ojos se acumularan de lágrimas.- Te quiero, Berto.
-Pero a él le quieres más.
-Solo por más tiempo.- Susurró la chica, se acercó a Berto y depositó un beso en su mejilla.- Enseguida vuelvo.- Diana separó sus manos y comenzó a caminar hacía la puerta dónde Adam la estaba esperando.
-Diana.- Pero como era de esperar, su voz, su constante voz estaba para detenerla y hacer que se volteara para mirarlo una vez más.- ¿Sabes que no pienso rendirme, no?
-No quiero que lo hagas Berto. Me gustaría tenerte siempre en mi vida, pero no de la forma en que tu me pides.
-Lo sé.

Perdona pero, te vas a enamorar de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora