Baile de máscaras

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La Ciudad de Plata se en galardonaba con la fiesta que el Duque de Gilabert ofrecía para presentar como mujer casadera a su única hija. Ningún noble o adinerado hombre soltero iba a faltar a la celebración con el fin de congraciarse con el Duque para conseguir la mano de su hija, y no es que todos en la ciudad la conociera en persona para alegar admirar su belleza, su gracia o gentileza, de echo, nadie estaba seguro de su personalidad, pero desposar a la hija de un hombre tan importante como el Duque de Gilabert, no sólo garantizaba una importante dote, sino que a la muerte del Duque, toda su riqueza pasaría a manos del esposo. Sin duda, una oportunidad única.

De la hija del Duque, poco se sabía, pues a los diez años había sido enviada a un convento al otro lado del país con el fin de que la educaran para convertirse en toda una señorita de sociedad. Sólo había rumores de que se parecía físicamente a su madre que en paz descansaba, y que cantaba como los ángeles, pero eso nadie lo garantizaba. También había algunas habladurías que poco se difundieron, pues nadie fuera de su casa recordaba mucho de ella antes de irse al convento, pero llegaron a algunos oídos que la razón por la que había sido enviada lejos de casa, era por su comportamiento inadecuado, aunque nadie sabía decir de qué forma.

En la casa del Duque los invitados llegaron desde las siete de la noche a esperar que la muchacha llegara en compañía de sus parientes más allegados, pues habían ido a la misa celebrada en su honor, y mientras esperaban, la gente no dejaba de hacer conjeturas sobre la joven, así como de quién tenía más oportunidad de agradarle al padre. Si bien aquellos dos temas eran los más sonados, había un tercero en el que la gente se preguntaba por qué la fiesta era de máscaras, pues la identidad de nadie se sabría hasta la media noche, y en una fiesta de presentación, lo ideal era saber con quién se está conversando. Claro, esto dio mucho a las interpretaciones, y a la que muchos apostaron, era que la joven, más que ser poco agraciada, tenía algún defecto visual que ocultar.

Los chismes continuaron un rato hasta que el anunciante hizo saber a los invitados que el carruaje del Duque había llegado. Apenas se hizo el anuncio y lo invitados silenciaron sus charlas en espera de la entrada de la invitada de honor. Sin embargo, la espera se prolongó lo suficiente para que los amigos y familiares que asistieron a la misa se integraran al gran salón.

Una vez todo arreglado, el Duque entró al salón llamando la atención de los invitados con un arreglo de voz, para después hablar fuerte y claro.

−Buenas noches a todos, de antemano agradezco a todos y cada uno de ustedes su presencia en éste día tan importante. Espero con fervor que sin importar el resultado, todos disfruten de la fiesta. Sin más preámbulos, es un placer y un honor para mí, presentarles a Carmina Idalia Lacasa Carvallo, mi hija.

Las puertas tras el Duque se abrieron mientras éste abría paso al campo de visión de los invitados que aplaudían tratando de disimular su curiosidad por la chica. En la entrada del salón, pudieron distinguir a una a una joven esbelta de piel clara con elegante vestido color rojo; su cabellera larga rosa pálido como el de su madre, lo tenía suelto cayendo onduladamente sobre sus hombros; la mayor parte de su rostro era cubierto por un antifaz negro con forma de zorro y en el cuello llevaba un discreto collar de oro que hacía juego con sus aretes largos, los cuales apenas se distinguían a causa de su cabello.

Carmina dio un paso al frente e hizo una reverencia a los invitados. Su padre, por otro lado, le extendió la mano, y tras ella aceptarlo, fue conducida al centro del salón; se situaron en posición de baile y la orquesta dio inicio a un vals alegre pero no de compases rápidos. Así se abrió el baile.

CarminaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora