¡Para empezar, ella no tenía por qué haber ascendido al trono!
Sarma, que tenía el poco recomendable hábito de morderse el labio inferior cuando estaba preocupado, recorría los magníficos salones del palacio real con el labio prácticamente en carne viva.
Hacia treinta y seis años, una plebeya se había convertido en reina de Tritonia por primera vez en la historia. La reina Clare Will adoraba a su pueblo y su pueblo correspondía con la misma moneda, lo que agravo aún más la tragedia nacional ocasionada por su desaparición al cabo de menos de un año de reinado. Miles de súbditos la buscaron incansablemente durante meses, en vano. No se encontró ni la mínima pista que permitiese dilucidar si la reina seguía o no con vida. Las gentes de Tritonia echaban de menos a su reina. Hasta sus más humildes vasallos esperaban que la encontrasen sana y salva.
Pero una nación no puede pasar mucho tiempo sin un líder. Tritonia acababa de surgir de las cenizas de la guerra de los cien años y la estabilidad del país, que tantos esfuerzos había costado alcanzar, volvía a peligrar. Era necesario que alguien tomase las riendas, o el país acabaría sumido en el caos.
¡Pero Anfisa nunca estuvo preparada para ser reina!
Cuando se perdió por completo toda esperanza de encontrar a la reina Clare, los habitantes de Tritonia, exhaustos por la guerra se apresuraron por llenar el vacío que ella había dejado. Ahora, décadas más tarde, aquel error bienintencionado estaba teniendo nefastas consecuencias. El hombre conocido como el "guardián de Tinoa", deshecho por los remordimientos, reflexionaba sobre el pasado con un labio inferior tan maltratado que le dolía hasta cuando no se lo mordía.
Había servido con orgullo a la reina Clare como capitán de la guardia de palacio. Era una responsabilidad que adoraba: cada vez que llegaba ante la puerta ornada de la sala del trono, sentía que estaba llevando a cabo una tarea de la más alta relevancia. Ahora, sin embargo, ver esa puerta lo llenaba de dolor.
Wyja, la doncella de Anfisa, abrió la puerta. Si percibió la sombría expresión del rostro de Sarma, la ignoró.
-Su majestad os espera.
Wyja era la única sirvienta cuya presencia toleraba la reina Anfisa. El resto había perecido en terribles accidentes o simplemente habían desaparecido. Wyja no se interesaba en absoluto por las cuestiones de estado. Solo de preocupaba de satisfacer los deseos de la reina, lo cual probablemente explicaba por qué esta la toleraba. Pero parecía que incluso Wyja, pese a lo ignorante que era, había notado la lóbrega atmosfera que reinaba en el palacio real. Tras despedirse con una reverencia, se retiró, susurrando al oído de Sarma al pasar:
-capitán Sarma, os lo ruego, cuidad de su majestad.
Sarma no respondió. Cuidar de Anfisa era tarea de Wyja, no suya. Su deber era proteger a la nación de Tritonia y a las gentes que en ella moraban.
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-¡Bueno, bueno, capitán! ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que hiciste acto de presencia en la corte? No sabía que el "guardián de Tinoa" estuviese tan ocupado últimamente.
-os ruego que me perdonéis –respondió Sarma, postrándose en el suelo de mármol.
La voz no pertenecía a Anfisa, sino a su regente, el gran sacerdote de la iglesia de Parmus. Anfisa llevaba muchos años siendo reina de Tritonia y, de haberlo deseado, hubiera podido gobernar sin la asistencia de un regente, pero las funciones del gran sacerdote iban mucho más allá. El y Anfisa habían sido inseparables desde que la reina cedió ante los biolitos. El gran sacerdote era como su sombra, nunca se apartaba de su lado... ¿O quizá era a la inversa?