Simon Hawke
El Nómada
La Tribu De Uno
Volumen III
Título original: The Nomad
A Brian Thomsen
Agradecimientos
Con toda mi gratitud a Rob King, Troy Denning, Robert M. Powers, Sandra West, Jennifer Roberson, Deb Lovell, Bruce y Peggy Wiley, Emily Tuzson, Adele Leone, al equipo de Arizona Honda y a mis alumnos, que me mantienen en forma y me enseñan tanto como yo, a ellos.
Prólogo
La pesada puerta de madera en forma de arco se abrió por sí sola con un chirrido sonoro y prolongado de sus vetustas bisagras. Veela tragó saliva con fuerza y aspiró profundamente para calmar los nervios. La larga ascensión por la escalera de la torre le había quitado el resuello, y ahora el fétido hedor que surgía de la entrada la estaba mareando. Con las rodillas trémulas por el agotamiento y el temor, extendió el brazo para apoyarse en la jamba de la puerta, al tiempo que intentaba contener las ganas de vomitar. Las palpables emanaciones de malévolo poder que brotaban del interior de la habitación resultaban especialmente abrumadoras. Las había sentido durante toda la larga ascensión por la pétrea escalera de caracol, y había sido como nadar contra una corriente poderosa y opresiva.
-Adelante -dijo una voz sepulcral desde el interior.
La templaria se detuvo indecisa en la entrada de la oscura sala circular, contemplando con recelo la grotesca figura que se alzaba ante ella. El ser se encontraba delante de una de las ventanas de la torre, observando la ciudad mientras el oscuro sol se hundía despacio en el horizonte y las sombras se alargaban.
-Acércate más, para que pueda verte -indicó el dragón.
-Como deseéis, mi señor -respondió ella tragando saliva y llena de aprensión.
Vacilante, se aproximó a la criatura, que se volvió y le lanzó una gélida mirada con sus inmutables ojos amarillos.
-Recuérdamelo una vez más -dijo el dragón-. ¿Cuál de ellas eres tú?
-Veela, mi señor.
-Ah, sí; ahora te recuerdo. -El comentario surgió categórico, sin emoción. Era posible que la reconociera realmente, y también que volviera a olvidarla en cuanto ella abandonara su presencia.
A Veela le costaba creer que la espantosa criatura ante la que se encontraba ahora hubiera sido en una ocasión su esposo. Todavía lo era, pero no quedaba ni rastro del hombre que conoció entonces. Recordaba lo honrada que se había sentido al ser escogida esposa del Rey Espectro de Nibenay. También sus padres se habían enorgullecido; su hija iba a ser una reina. En realidad, sin embargo, las muchas esposas de Nibenay eran templarias, no reinas. Al entrar al servicio del soberano, se las educaba para su nuevo papel en la sociedad de la ciudad, llamada como su monarca, y se las preparaba con toda rigurosidad para asumir sus deberes oficiales como factótums de Nibenay y portadoras de su poder.
Para Veela, aquello significaba abandonar el cuchitril que había compartido con su familia y trasladarse al palacio en medio de un lujo inimaginable junto con las demás templarias, que eran todas esposas de Nibenay. Suponía dejar de andar descalza sobre un suelo de tierra batida, disponer de un séquito de sirvientes que le lavarían los pies y el cuerpo diariamente, y deambular calzada con suaves sandalias de piel sobre delicados suelos de mosaico. Le afeitarían los sucios cabellos y ya no se cubriría con harapos, sino con vaporosas túnicas blancas, bordadas en oro y plata, que podría cambiarse a diario. Aprendería a leer y a escribir, y le enseñarían a aplicar las leyes de la ciudad; pero lo que era más importante, la iniciarían en las artes mágicas y ejercería el poder del Rey Espectro.