Epílogo

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La primavera estaba en pleno esplendor y aunque los días de esa estación del año fuesen fríos en Alemania, podían templarse un poco gracias al calor del hogar. La habitación de paredes rosadas estaba parcialmente iluminada con los rayos del sol que entraban por la ventana colándose entre las nubes, sin embargo aquellos ojos de color verde podían ver a la perfección lo que estaba realizando.

Una pequeña risilla se escapó de entre los labios de la niña y sonrió al ver su resultado final.

—¡Te ves muy guapo, papá! —Lea tapó el pequeño frasco de esmalte y lo dejó a un lado.

Max frunció el entrecejo no conforme con lo que veía.

—¿De veras? —miraba sus dedos completamente manchados de color rosa por doquier.

—Sí —la pequeña se colgó del cuello de Max y le dio un beso en la mejilla.

Él la cargó y la sentó sobre su regazo, le devolvió el beso que ella le había dado pero lo depositó en su frente. Lea volvió a reír debido al hormigueo que Max le había provocado.

—Tu barba me da cosquillas, papi —la niña frotó su suave mano contra el mentón de Max.

—¿A sí? —cuestionó levantando ambas cejas—, pues te van a dar más.

Max comenzó a mover sus dedos rápidamente por el cuello y los costados de Lea y ella exigía que su padre se detuviera al mismo tiempo que reía sin poder controlar su aguda risa.

—¡Papi! —imploró la niña por última vez hasta que él paró.

—¿Sigues con más cosquillas? —le preguntó sólo para hacerla cabrear un poco.

—No —ella cruzó sus brazos e hizo un puchero con los labios.

Inevitablemente, Max sonrió, Lea era la viva imagen de Alexandra, tenían los gestos iguales y hasta compartían la misma forma de enojarse, pero había heredado sus ojos verdes y eso era lo que más orgullo le daba.

—¡Papá! —Lea exigió su atención alzando un poco la voz.

—¿Qué pasa, mi amor? —respondió Max viendo fijamente su rostro poco conforme.

—No me ignores —volvió a decir con la misma mueca de segundos atrás.

—Lo siento, ¿qué sucede? —tomó su mejilla y dio un pequeño apretón que la hizo sonreír.

—Te pregunté si me querías.

¿Cómo no iba a querer a la luz de sus ojos? Lea se había convertido en su todo, ella era más de lo que él alguna vez pudo haber deseado y aunque estaba seguro que no merecía ser su padre, se sentía el más afortunado de todos.

—No te quiero, mi amor —la niña lo miró desconcertada y notó que sus ojos perdían su brillo común— Te amo —nuevamente la besó en la frente y ella rio.

—¿Hasta dónde? —pronunció Lea mostrando su entusiasmo.

—De aquí —Max colocó su dedo índice sobre su pecho justo encima del corazón—, hasta... después del infinito —él sonrió y su hija también lo hizo.

—¿Y dónde es eso? —ella no había comprendido bien.

—Muy, muy lejos de aquí.

Max bajó a Lea de sus piernas y ella salió corriendo de la habitación, él se dirigió al baño y abrió el grifo del agua del lavamanos, trataba de retirar la pintura de uñas que su hija había esparcido por sus dedos pero al parecer no lograba salir.

—Se quita con removedor de esmalte.

Alexandra se encontraba detrás de él, recargada en el marco de la puerta, se observaban a través del espejo ya que él estaba dándole la espalda.

Pregúntame si te amo (Max Meyer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora