Querida Elizabeth,
Cuando leas esto probablemente mi enfermedad estará lo suficientemente avanzada como para que yo no recuerde nada sobre lo que te cuento, ni siquiera recordaré que escribí este diario. Sé que si a alguien se lo tengo que dejar es a ti. Antes de partir, alguien tiene que saber mi historia, tengo que rendirle cuentas a alguien. Esa persona eres tú, por favor siempre recuerda lo importante que eres para mí. Cariño esto es todo lo que soy. Cuando te sepas mi historia no juzgues. Cuando te cuente mis alegrías no confíes. Pero sobre todo, cuando no haya nada más que contar, no olvides.
La primera gran cosa que marcó lo que soy fue conocer a tu abuelo. Aún recuerdo la primera vez que lo vi, recuerdo que fue su mirada la que me acercó a él. Henry capturando con su inseparable cámara la imagen de un insecto congelado. Su gran pasatiempo siempre fue la fotografía. Yo amaba que me retratara. Cada que lo hacía yo tenía el pretexto necesario para admirar la forma en la que cerraba un ojo para captar la imagen en su mejor punto. El haría esa mueca extraña que te mostraba cuando estabas enferma. Pensar en ella todavía me hace reír, pero lo que es peor, me derrumba. Después de su partida, pensar en Henry no me devastaría. Sin embargo acordarme de él justamente en el ápice de la pasión que derrochaba estando con su cámara logra acabar con mi fuerza y reducirme a una anciana llorona. Siempre he odiado llorar y él lo sabía.
La primera vez que tuvimos una conversación en serio fue en aquella ocasión en la escuela. Tu abuelo se sentó frente a mí para hacer un proyecto en la clase de letras. Probablemente él no sabía mí nombre. A pesar de eso yo si sabía el suyo. Se le veía tan ajeno al mundo cuando tomó asiento conmigo. Cuando me miró, yo podía ver un atisbo de sonrisa. Le brillaron los ojos mientras se presentó. Dijo que se llamaba Henry. Sigo sin poder creer que conocí a la persona de mi vida en el momento más inesperado. Después comenzamos a hacer una descripción de la pareja que te habían asignado. Mis amigas siempre dijeron que Henry era feo, pero nunca me importó; para mí, él era la persona más atractiva e interesante del planeta. Entonces el trabajo comenzó, no estoy totalmente segura pero abuelo siempre afirmó que de inmediato comencé con lo que sería la descripción más rebuscada, romántica, y larga de la historia de la humanidad. Lo que si te puedo asegurar es que cuando mi futuro esposo me preguntó mi nombre, yo estaba tan nerviosa que comencé a balbucear algo sobre patitos de hule. Me refería a que me podía llamar Pato, ya que en mis padres solían llamarme 'Pato', debido a mí miedo irracional a esas criaturas, pero la causa de esta fobia te la diré en otra ocasión. Cuando pienso en eso, me sonrojo. Esa seguramente es la manera más ridícula en la que un par de personas que están destinadas a estar juntas se conocen.
Nuestra amistad no nació ese día. Yo no era más que una chiquilla penosa sin la fuerza necesaria para continuar hablándole. Me matriculé en los mismos talleres vespertinos que él. La fotografía también me atraía, era algo que siempre consideré un arte; me sigue gustando admirar los dibujos de luz.
A pesar de eso, tu abuelo era un tonto. Nunca se enteró de que lo seguía de cerca. Fue hasta que nos casamos que le eché en cara que nunca me habló durante mi formación escolar. Él dijo que siempre me notó, que siempre le llamó la atención mi carácter fuerte y quejumbroso, que al mismo tiempo era introvertido.
Cuando comenzamos a ser amigos fue una tarde lluviosa. La tormenta estaba en su clímax. Mi madre no me recogía todavía; yo siempre la esperaba sentada en la acera fuera de la escuela. Ese día no fue excepción, el agua escurría en mi corta cabellera. Sabes que siempre me ha desagradado el cabello largo y que nunca lo he tenido así. El agua me calaba hasta los huesos, pero yo no podía hacer nada. Mi deber era esperar a mi mamá; más que un deber, era una necesidad. Henry salía también de taller cuando me vio mojada y sola. Sabes que siempre le han fascinado los autos. Al ser un chiquillo de clase media, tenía un viejo auto. Calvin, nombre del vehículo, era rojo y tenía la pintura desgastada; la calefacción no funcionaba siempre, las ventanas se atascaban de vez en cuando... en fin, una carcacha.