- Fluye el amor y la pasión en la política española. Pedro, sólo quedamos tú y yo.
La cara de Albert Rivera debía de ser un poema. Tal vez Pablo Iglesias se dio cuenta cuando le miró y añadió "bromas aparte", pero el mal ya estaba hecho, hasta tal punto que el resto del discurso no cobraba ningún sentido en su cabeza. Para él era como si Pablo estuviera repitiendo en bucle "Pedro, sólo quedamos tú y yo", porque era todo lo que se reproducía en su mente una y otra vez, una y otra vez, alimentando una rabia que no podía resultar más inoportuna. Cuando terminara Pablo, le tocaba a él hablar, y no le hacía falta mirar sus notas para saber que lo que le apetecía decir no era lo que tenía que decir. Si había un momento para demostrar su diplomacia y su altura de miras, era ése. Podía demostrarle a Pablo que él era un político serio, que se tomaba esa sesión de investidura en serio, y que sus bromitas de mal gusto no podían afectarle porque para él había cosas más importantes. Era su oportunidad.
La desaprovechó.
- Nosotros no sé si somos tan graciosos o tan amorosos, pero vamos a hablar de la sesión de investidura.
No necesitaba que nadie le dijera que ésa era la peor forma de empezar su discurso si lo que quería era ocultar su ataque de celos, porque era consciente de ello mientras las palabras salían traicioneramente de su boca. El hecho de que toda la Cámara estuviera murmurando mientras él intentaba no regar su discurso con su mala hostia acumulada tampoco ayudó demasiado, y cuando quiso darse cuenta, estaba soltando toda su bilis contra Pablo Iglesias. Y lo peor es que Pablo le escuchaba atentamente sin inmutarse y con esa mirada tierna que parecía reservar sólo para él.
No habría sabido decir por qué eso era lo peor, pero el caso es que su enfado sólo fue en aumento, y sus dardos siguieron lanzándose contra él, y parecía que conseguía exaltar a toda la bancada podemita con Errejón a la cabeza, pero no a Pablo, y él ya había entrado en un bucle y acabó diciendo cosas que no tenían sentido ni en su propia cabeza, como que cinco y siete no eran más que nueve. En fin, de todo podía aprenderse algo.
Lección número uno: no salir a dar un discurso serio cuando sólo puedes pensar en lo cabrón que es tu novio.
Lección número dos: traerse el discurso escrito de casa tal vez no era tan mala idea.
Su intervención terminó, pero no así los palos que iba a recibir. Debían de haberse puesto todos los grupos de acuerdo para olvidarse hoy de Pedro Sánchez y lanzarse a por él en su lugar, evidenciando el mensaje cósmico de que no debería haber salido de la cama esa mañana. Y en medio de todo eso, un mensaje de whatsapp. De Pablo, por supuesto.
"Ey"
Tu puta madre, cabrón. No le contestó, naturalmente. Una sesión de investidura no era lugar para enviarse mensajes con el móvil. Escribir en twitter, como estaba haciendo él, era algo diferente.
"Pichón"
Lo que faltaba. No importaba, no pensaba contestar. Que dijera lo que le diera la gana.
"¿Hola?"
Que te jodan. Para evidenciar más aún que pasaba de él, dejó el móvil y fingió escuchar el discurso de turno. Sabía que tendrían que hablar. En algún momento tendrían que hacerlo, su intervención probablemente no iba a contar como una ruptura, y no tenía ni idea de qué le iba a decir, porque estaba demasiado furioso. Sí, de acuerdo, habían acordado ambos que nada que se dijeran en el contexto de la política iba a afectar a su relación, que ambos se iban a esforzar en ello para poder labrarse algún futuro juntos, pero lo de hoy no tenía nada que ver con la política. Bueno, no demasiado. Había sido un golpe bajo innecesario que daría mucho que hablar, y él no se sentía con fuerzas para soportar la repercusión mediática que fuera a tener.
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Sesión de investidura muy fallida
RomanceLa sesión de investidura de Pedro Sánchez del cuatro de marzo se anunciaba fallida desde un principio, pero Albert Rivera no había planeado ser el más afectado.