Capítulo 7: Regreso

9 1 0
                                    


El sol comenzó a ocultarse antes para nosotros que para el resto de la ciudad. Las grandes fachadas del palacio ocultaron su luz, haciendo que el patio donde estábamos entrenando se oscureciera antes de lo previsto y que el capitán nos pidiera que abandonáramos ya el edificio. Había sido un día bastante provechoso donde Karter había aprendido a manejar el espadón y yo había aprendido algunos trucos que me ayudarían a mejorar mi destreza con una mano.

En el exterior, la luz anaranjada inundaba todo a su paso con la puesta del sol, creando un juego de luces precioso y fantástico bajo un cielo que se tornaba desde rosado y anaranjado hasta oscurecerse en negro con pequeños y casi imperceptibles puntos blancos. En el patio exterior del palacio ya estaban recogiendo todas las herramientas y los soldados se retiraban a sus aposentos para descansar y recuperar fuerzas hasta el día siguiente; en las calles, así como en la plaza central, los negocios comenzaban a cerrar. Los artesanos cerraban las puertas de sus casas, algunos comerciantes recogían sus mercancías abandonando a aquellos quienes aun tenían algo de esperanza en conseguir terminar bien el día. Karter y yo nos separamos en la plaza central, sabiendo que en apenas unas horas volveríamos a vernos para juntarnos de nuevo tras tanto tiempo sin su presencia.

El corto camino de regreso a casa se me hizo interminable por el pensamiento de que Artrio fuese un traidor como había sido acusado por aquel caballero. Incluso el emperador, con aquella expresión de frialdad en su rostro, parecía haber sido convencido de lo mismo. Pero yo seguía siendo incapaz de verle atacando a la ciudad donde había nacido y donde su padre, pese a haber sido un importante soldado en la guerra dentro del bando de Arstacia, había sido bendecido con importantes sumas de dinero y una apacible vida llena de comodidades, siendo protegido durante los primeros años de aquellos soldados que aun tenían resentimiento por quienes habían empuñado un arma contra ellos.

Tras aquel breve tramo que me pareció una eternidad me esperaba aquella pequeña casa de dos pisos donde mi madre ya había terminado de preparar la comida. Desde el exterior podía olerse ya el aroma de su delicioso guiso. Y el estómago me gruñó, ordenándome que lo llenara con él. En ese preciso instante, me olvidé por completo de todas mis preocupaciones. Siempre dije que su guiso era el mejor de todos, y que lo hacía con el sudor de los dioses porque tenía propiedades mágicas que iban más allá de nuestro entendimiento y cada uno que hacía parecía saber mejor que el anterior.

Tardé poco en vaciar el plato. El hambre y el buen sabor del guiso hicieron que lo devorara con ganas y que casi hiciera falta que me apartaran el plato para no tragármelo también. Sin darme cuenta, incluso había llegado a sonreír despreocupado. Tras un duro día de entrenamiento y enseñanzas, aquella comida y la agradable compañía de mi familia hacían que el miedo de a qué se dedicaba verdaderamente Artrio pasara a un segundo plano y me importara más bien poco.

Y hubiese seguido siendo así durante bastante tiempo de no ser porque alguien golpeó con suavidad la puerta con tres breves toques. Mientras mi madre recogía la mesa, yo abrí la entrada para comprobar que Artrio se encontraba tras la puerta. Él sonreía tranquilo, y yo me forcé para sonreír y no hacerle sospechar mientras volvía, una vez más, la conversación con el caballero y la petición del emperador. Aquel amigo al que tendría que juzgar en función a lo que me demostrara a partir de aquel momento vino a recogerme ataviado con ropajes de piel negra y un aspecto bastante desgreñado. Era como si acabase de volver de su viaje y no hubiese perdido ni un segundo de su tiempo. Eso explicaba por qué vino a mi casa y no a la de Karter, pues, entrando desde el acceso sur, yo me encontraba más cerca.

-Tienes cara de estar cansado-observó Artrio, y tomé aquellas palabras como saludo-. ¿He de suponer que hoy has entrenado como soldado?

Lo único que hice fue asentir con la cabeza e indicarle que nos pusiéramos en marcha. No tenía muchas ganas de hablar y solo quería aclararme para saber cómo hablarle. De hecho, cuando quise darme cuenta estábamos ya frente a la casa de Karter y Artrio me miraba directamente a los ojos. Pude ver que parecía preocupado, quizá por haber desconectado durante todo el camino.

El precio de la libertad: Sueños de grandezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora