Cada día la despertaba llenándole la frente (y sus avismos)
de besos.
La quería,
y no precisamente poco,
pero
sobretodo,
la quería bien
(que eso lo hacen pocos)
Sentía cómo poco a poco ella rompía todos sus esquemas
al compás de sus carcajadas rotas.
Sentía un golpe en las costillas
cuándo la miraba a los ojos,
y un golpe en el pecho
cuándo el invierno se apoderaba de él a falta de sus besos.
Y aún así,
jamás consiguió ser el primero en nada,
pero cuándo logro enamorarla
consiguió ser el último.