Mendez Alberto - Los Girasoles Ciegos

25.8K 174 31
                                    

Alberto Méndez

Los girasoles ciegos

Círculo de Lectores

ÍNDICE

TOC \o "1-1" \h \z \u PRIMERA DERROTA: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir PAGEREF _Toc160386127 \h 5

HYPERLINK \l "_Toc160386128" SEGUNDA DERROTA: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido PAGEREF _Toc160386128 \h 16

HYPERLINK \l "_Toc160386129" TERCERA DERROTA: 1941 o El idioma de los muertos PAGEREF _Toc160386129 \h 26

HYPERLINK \l "_Toc160386130" CUARTA DERROTA: 1942 o Los girasoles ciegos PAGEREF _Toc160386130 \h 41

A Lucas Portilla (in memoriam)

A Chema y Juan Portilla, que conocen la ausencia

Superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido. En el caso de una tragedia requiere, inexcusablemente, la labor del duelo, que es del todo independiente de que haya o no reconciliación y perdón. En España no se ha cumplido con el duelo, que es, entre otras cosas, el reconocimiento público de que algo es trágico y, sobre todo, de que es irreparable. Por el contrario, se festeja una vez y otra, en la relativa normalidad adquirida, la confusión entre el que algo sea ya materia de historia y el que no lo sea aún, y en cierto modo para siempre, de vida y ausencia de vida. El duelo no es ni siquiera cuestión de recuerdo: no corresponde al momento en que uno recuerda a un muerto, un recuerdo que puede ser doloroso o consolador, sino a aquel en que se patentiza su ausencia definitiva. Es hacer nuestra la existencia de un vacío.

Carlos Piera, «Introducción»

a Tomás Segovia:

En los ojos del día: antología poética

PRIMERA DERROTA: 1939

o

Si el corazón pensara dejaría de latir

Ahora sabemos que el capitán Alegría eligió su propia muerte a ciegas, sin mirar el rostro furibundo del futuro que aguarda a las vidas trazadas al contrario. Eligió entremorir sin pasiones ni aspavientos, sin levantar la voz más allá del momento en que cruzó el campo de batalla, con las manos levantadas lo necesario para no parecer implorante y, ante un enemigo incrédulo, gritar una y otra vez «¡Soy un rendido!».

Bajo un aire tibio, transparente como un aroma, Madrid nocheaba en un silencio melancólico alterado sólo por el estallido apagado de los obuses cayendo sobre la ciudad con una cadencia litúrgica, no bélica. «Soy un rendido.» Durante dos o tres noches, nos consta, el capitán Alegría estuvo definiendo este momento. Es probable que se negara a decir «me rindo» porque esa frase respondería a algo congelado en un instante cuando la verdad es que él se había ido rindiendo poco a poco. Primero se rindió, después se entregó al enemigo. Cuando tuvo oportunidad de hablar de ello, definió su gesto como una victoria al revés. «Aunque todas las guerras se pagan con los muertos, hace tiempo que luchamos por usura. Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio», concluía en una carta que escribió a su novia Inés en enero de 1938. Ahora sabemos que él, sin saberlo, había rechazado de antemano ambas opciones.

Sabiendo ahora lo que sabemos de Carlos Alegría, podemos afirmar que durante el tránsito entre las dos trincheras sólo escuchó el alboroto de su pánico. Todos los ruidos, todas las explosiones, todos los gritos, fueron absorbidos por el silencio de la noche. Madrid estaba al fondo como un escenario, salpicando la tibieza del aire con los perfiles de una ciudad apagada que la luna dibujaba a su pesar. Madrid se agazapaba.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 30, 2009 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Mendez Alberto - Los Girasoles CiegosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora