Capítulo 12: Asedio a Kryn

7 1 0
                                    


-¡Vamos, todo el mundo en pie! ¡Llegó la hora de atacar!

Los gritos de los capitanes despertaron a todos los soldados acampados en las distintas tiendas que habían levantado. Quienes más acostumbrados estaban se despertaban como si nada, sin inmutarse apenas, pero yo aun puedo recordar el salto que pegué del susto que me dio el capitán Kanos al gritarnos a apenas dos metros de distancia de mí. De no ser porque todos estaban recién despiertos también y se habían puesto a prepararse a toda prisa para reanudar la marcha hasta la muralla de la ciudad seguramente se hubiesen reído de mi reacción.

Todos los soldados se ayudaban los unos a los otros a colocarse la armadura, a atarse bien los enganches de cada pieza, a asegurarse de que no se moviesen y permanecieran fijas al cuerpo. A mí me tuvo que ayudar Barferin porque aun no conocía a ninguno de mis compañeros.

-No te preocupes, es algo normal, acabas de llegar y eres nuevo aquí. No existe esa confianza todavía con tus compañeros-decía para calmar mi desánimo-. Seguro que si hoy haces un buen combate empezarán a tomarte más en serio y algunos te empezarán a tratar como a uno más del equipo.

Apenas había terminado de tener listo el equipamiento cuando el capitán nos dio la orden de adelantarnos, asegurando que los arietes habían empezado ya a avanzar. Ni siquiera había tenido tiempo a desperezarme y tendría que hacer un esfuerzo, con el estómago vacío, para rendir en el campo de batalla. Empezaba a dudar que aquella fuese la vida que de verdad quería tener.

Al llegar a lo alto de la colina pudimos ver al trasluz del amanecer la silueta de una ciudad un poco más pequeña que Arstacia. Ladera abajo los arietes habían avanzado una distancia considerable, lo que nos obligó a adelantarnos corriendo. Y, poco más adelante, un escuadrón de arqueros empleaba los pocos matorrales y árboles que habían como cobertura para eliminar las defensas que se apostaban en las almenas a lo alto de las murallas con disparos certeros. Tenía mérito que pudieran acertar a los blancos con tan poca luz, y más siendo que esa poca luz incidía directamente en sus ojos.

Gracias a la labor de los arqueros pudimos llegar hasta el portón de la muralla mientras los arietes golpeaban con fuerza sobre la superficie de madera. Al otro lado podíamos escuchar cómo los capitanes gritaban a sus soldados para reforzar la puerta, la cual de por sí era bastante gruesa, poniendo algunas tablas. Aunque de poco sirvieron cuando la puerta comenzó a partirse y acabó destrozada, cayendo al suelo con fuerza y dejándonos paso. Todos los soldados que esperaban a mi lado para poder entrar gritaron de euforia y empezaron a abrirse paso. Fui el único que no sentía ese regocijo debido a los nervios. Por primera vez lucharía contra un ejército y no contra un puñado de rebeldes.

Me uní rápido a la multitud, esperando mi turno de pasar a la acción en la retaguardia mientras contemplaba a los que estaban delante mía intentar despejar la entrada. Mi oportunidad llegó cuando un soldado de la octava división cayó abatido por una espada que le atravesó el pecho, cuya punta pude ver con claridad bañada en sangre a escasos centímetros de mí.

En cuanto el soldado en cuestión cayó al suelo, aproveché para cargar con el escudo contra el enemigo y arremetí con la espada, sintiendo que conseguía bloquear mi ataque en el último momento. El forcejeó duró unos segundos hasta que me aparté hacia atrás y un soldado que estaba a mi lado acabó con la vida de mi oponente. Aunque llamarlo "mi oponente" sería impropio teniendo en cuenta el caos que había.

Poco a poco fuimos ganando más terreno y las tropas que quedaron fuera consiguieron entrar en la ciudad. Con la llegada de nuevas unidades ahora era más fácil completar el asedio. No quedaban arqueros en las almenas y todos los soldados estaban empezando a concentrarse en el mismo punto. Aquello nos brindó la oportunidad que estábamos esperando para poner fin a la batalla de la manera más rápida posible.

El precio de la libertad: Sueños de grandezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora