Caídos (one shot)

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Era una apacible tarde de verano, y yo era presa del aburrimiento. Buscaba algo de emoción en mi vida ya que después de trece años, se había vuelto monótona. Estaba solo, echado sobre mi cama, pensando en lo placentero que sería estar en aquel momento en una piscina, con mis amigos. Hacía apenas unas horas había terminado los deberes de verano; fáciles, si tenía que opinar. Creo que pasé un buen tiempo pensando en cosas aleatorias, ya que cuando volví a mi habitación, hacía un calor bochornoso, sofocante. Era tan insoportable que mi única opción era darme una buena ducha de agua fría. Me levanté de mi lecho para coger un poco de ropa limpia y arrastrarme -debido al calor- hacia el baño. Abrí el agua y sin esperar a que se tornara caliente, me despojé de mis prendas y sumergí en el agradable líquido helado. Cerré los ojos mientras sentía el agua escurrir por mi cuerpo. Escuché un ruido. Abrí los ojos para encontrarme con unos color violeta recorriendo mi cuerpo de arriba a abajo. Me asusté y resbalé, para caer de espaldas contra el plato de ducha. Se me emborronó la mirada y la cabeza me daba vueltas debido al golpe, pero a pesar de eso vi aquella figura acercándose a mi. Se agachó y se puso de rodillas en el interior de la ducha, sin importarle mucho que el agua siguiera corriendo, y pasó una de sus manos sobre mi cara.

Perdí el conocimiento.

Desperté.

No era un lugar conocido, más bien era imposible saberlo debido a la oscuridad. Intenté adaptarme a ella para conseguir ver, aunque fuera el mismo suelo. Pero nada, no surtía. La oscuridad era tan absoluta que siquiera me veía las manos. Me intenté levantar, ya que estaba sentado en el suelo. Me caí hacia delante. No me había dado cuenta, ya que estaba más preocupado por la oscuridad, pero estaba atado de tobillos y muñecas. Aquello era muy malo. Además, ahora estaba boca abajo, con el labio ardiendo, y adolorido. Escuché unos pasos ligeros entrando a la habitación. Me asusté ya que no sabía qué esperar, por lo que me encogí ligeramente, doblando mis piernas. Los pasos se detuvieron, y por el sonido diría que estaba frente a mi cara. ¿Acaso podía ver en esa absoluta oscuridad? Se agachó, cortó las cuerdas de mis tobillos y me agarró de la camisa -la cual no recordaba haberme puesto- para luego tirar de ella, obligándome a levantar del suelo. Una vez me puse en pie, soltó mi prenda, dejándome finalmente respirar. No fue por mucho, ya que repentinamente recibí un empujón en la espalda, con intención de indicarme que andara, así que eso hice. Me empecé a mover hacia delante lentamente, por miedo a tropezar con algo, a lo que la presencia respondió -con enfado- agarrándome fuertemente de la manga de la camisa y arrastrándome para que andara en la dirección que decía. Debimos llegar a la puerta, porque nos detuvimos y escuché el sonido metálico de un pomo siendo girado. El ser abrió la puerta, que daba a un casi imperceptible pasillo, pero que, dado a una penumbra salida de quién sabe dónde, las paredes, techo y suelo eran ligeramente visibles. Miré a mi derecha y vi un cuerpo esbelto, de cabellos largos recogidos en una coleta baja en un lateral de la cabeza, vestido con una larga túnica. Solo alcanzaba a ver eso puesto que la iluminación era tan pobre que su figura era apenas una sombra.

-¡Espera! -grité- ¿quién eres?

No obtuve respuesta. Simplemente siguió andando, impasible. Me detuve en seco, haciendo que se girara.

-¡Te he hecho una pregunta! -dije molesto porque no me hacía caso.

Intenté agarrarle la ropa pero no pude, ya que tenía las manos atadas. Le daba todo igual. Me agarró de la parte media de la cuerda que retenía mis muñecas y tiró, forzándome a retomar la marcha. Seguimos andando por unos minutos y repentinamente nos detuvimos en seco. Vi la sombra de una puerta en el lateral izquierdo del pasillo. El ser se acercó a la puerta y la abrió con facilidad. Se me cegó la vista por unos segundos debido a la repentina abundancia de luz en el interior de la habitación. La presencia entró en ella y me arrastró detrás suyo. Me costó adaptarme a tales cantidades de luz, pero cuando lo hice, pude ver perfectamente la figura del ser. Era, efectivamente, alto con largos cabellos blancos y recogidos. Portaba una túnica, de ese mismo color, que cubría hasta sus tobillos, con runas bordadas en hilo dorado. Sus ojos eran violeta y su tez, pálida. Tenía una mirada penetrante y una expresión imponente. Observé la estancia. Era un habitáculo con un amplio ventanal en la pared frontal, una mesa con tres sillas en el centro, el suelo tapizado de mullida moqueta roja y las paredes de una trabajada madera oscura. Contrastaba con todo lo que había visto hasta ahora, que era frío y oscuro.

-Siéntate

Una voz firme y serena me sacó de mi asombro, con una orden. Me producía una sensación de inseguridad severa, por lo que sin reprocharle nada, me senté. Me soltó de mi agarre en las muñecas.

-Veo que no recuerdas nada

Otro ser muy parecido al anterior había hecho aparición en la sala, pero este portaba túnica negra con bordados en plata y cabello azabache.

-¿Qué debería recordar? -osé a preguntar, con temor.
-De donde vienes, tu pasado -dijo esta vez el albino, con su profunda voz.
-¿Qué pasado? -dije, extrañado- Que yo sepa siempre he sido así, durante mis trece años.
-Antes de eso, en el mundo superior.
-El mundo... ¿superior?
-Sí, Sylfas, de donde vienes.
-¿Sylfas? ¿¡Qué nombre es ese!? Me llamo Miguel.
-De verdad que no recuerdas nada...
-¿Qué es ese brazalete que llevas? -el azabache retomó la parabra.
-¿Éste? me lo dio mi madre y me prohibió quitármelo.
-Eso explica tu aspecto.
-¿Aspecto?
-Sí, eres igual a nosotros, un ángel caído, pero ese brazalete evita que lo aparentes.
-¡¿Un ángel.. caído?!

Estaba asustado. ¿¡Un ángel caído!? Aquello no podía ser real. Debía ser un sueño. Sí, sería eso.

-No nos crees, ¿cierto? -esta vez habló el albino-. Entonces quítate el brazalete.

Me miré la muñeca. Llevaba un aro plateado alrededor de ella, con runas grabadas. Lo agarré y me lo empecé a deslizar fuera de la mano. Me lo quité. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.

-Ahora mírate al espejo.

Había uno en la pared. Me levanté y acerqué. Normalmente yo tenía el cabello corto y castaño, y ojos marrones, pero ahora, frente a mis ojos, mi pelo estaba creciendo, tornándose rubio y mis ojos cambiaron a violeta. Mi piel palideció.

-¿¡Qué me está pasando!?

Ahora sí que estaba completamente aterrado. ¿Por qué mi aspecto estaba cambiando tan radicalmente? ¿Y qué era todo eso de los ángeles caídos?

-Ese es tu cuerpo real, Sylfas.
-No.. esto no es real, es un sueño.
- No te intentes autoconvencer de algo que sabes que no es cierto.

«Un momento -pensé-. Si somos ángeles caídos, ¿no deberíamos tener alas?»

-¿Y las alas? -me atreví a preguntar en voz alta.
-Ocultas -habló el azabache.

En cuanto acabó de pronunciar la frase, tres pares de enormes alas de plumaje negro se desplegaron de su espalda, extendiéndose para ocupar gran parte de la habitación. El albino imitó sus acciones, pero esta vez con unas alas coronadas por blancas plumas.

-Ahora es tu turno -intervino el alvino-. Concéntrate.

Puse toda mi fuerza de voluntad en aquello, ya que quería pruebas firmes de lo que estaba pasando. Noté algo extraño en mi espalda pero no le presté demasiada atención. Proseguí. En unos segundos, sin que me diese cuenta, mi camisa se rasgó y noté un peso repentino adherido a mi espalda. Dirigí mi mirada hacia el "peso" y me topé con tres pares de alas con un tono plata.

-¿Qué...?
-Alas -el azabache respondió mi duda antes incluso de que formulara la pregunta.
-¿Por qué...?
-¿...las tuyas son plateadas y las nuestras negras o blancas? -habían vuelto a dar en el clavo-. Es porque nosotros no somos simples ángeles caídos. Éramos algo parecido a arcángeles, los gemelos. representábamos el bien y el mal, la templanza y la lujuria, la impulsividad y la reflexión... pero quisimos más y acabamos así, exiliados. Hemos sido los únicos caídos que conservamos nuestro cuerpo original y recuerdos tras la expulsión hasta la fecha.
-¿Y yo soy supuestamente de los vuestros?
-Sí.

«Bueno, después de todo, puedo volar, así que no está tan mal» -pensé.

-Nos gustaría que te unieras a nosotros para retomar lo que una vez fue nuestro, el mundo superior.
-Pero si sólo somos tres, no creo que podamos hacer nada. Además, ¿qué necesidad hay?
-Veo que no entiendes. Es nuestro hogar. Además de que no sólo somos tres. Hemos ido recuperando otros ángeles caídos para llevar a cabo un asalto.
-Si aceptas, te mostraremos el plan.

Me quedé unos segundos pensativo, pero finalmente accedí.

-Vale.

No sabía qué cantidad de cosas implicaría aquella decisión, pero con el tiempo me dí cuenta. Mi vida cambió por completo en el momento en que me uní a los ángeles caídos en su lucha por recuperar el mundo superior. Fueron muchos milenios los que invertí con mi raza, y nunca me arrepentiré de ello.

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⏰ Última actualización: Mar 13, 2016 ⏰

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