1 sombras del futuro

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CAPÍTULO 1:
SOMBRAS DEL FUTURO


Había demasiada neblina esa noche, tal vez por eso no lo vio venir.

El limpia parabrisas danzaba sobre el cristal a medida que la lluvia lo golpeaba con fuerza.

Dos kilómetros. Solo faltaban dos kilómetros para ver a su hija. Había sido un verano tormentoso dado que las voces no la dejaban dormir por las noches y las sombras con ojos amarillentos se ocultaban en los rincones más oscuros, siempre atentas, siempre expectantes a sus movimientos.

¿Habría él cumplido con su palabra? ¿Habría abandonado la idea de sacrificarla? Estaba segura de que le había dado una segunda oportunidad, no solamente a su hija, sino a ella también. Apretó el collar con una mano y rezó por el bienestar de Abby.

Al otro lado de las ventanillas los árboles se agitaron con fuerza y el cielo, teñido por una capa de nubes negras, se iluminó con el primer rayo. Le pareció haber visto la silueta de un ángel muy próxima a ella, pero descartó la idea rápidamente. Tenía que darse prisa. Tenía que salvarla.

La radio de pronto se activó. Emanó una voz masculina que decía:

—Esta es tu oportunidad, ¿qué esperas? ¡No dejes pasar el momento! 

Otro rayo, otra silueta alada. La lluvia cayó con violencia sobre el auto, el motor rugió cuando aceleró llevada por los nervios. Miró al asiento trasero por el espejo retrovisor; no había nadie. Al menos, no que ella pudiera percibir. Así que se relajó, aspiró hondo y obligó a su corazón galopante a amainar la marcha.

El celular sonó. Alargó una mano al asiento de al lado para introducirla en la cartera, rebuscó entre sus cosas, pero no estaba allí. ¿Quién podría llamarla a estas horas de la noche?

Dos kilómetros. Solo eso las separa.
—Maldición—reprochó y tiró de su cartera para buscar mejor.

La llamada se cortó, volvió a sonar, sin embargo, no pudo dar con el móvil.   

Estiró el brazo hacia la guantera. Estaba allí, estaba segura. ¿En qué otro lugar pudo haberlo dejado?  Con impaciencia quiso abrirla. La carretera estaba vacía a excepción suya, por eso cedió unos minutos para fijar la vista en el interior de la guantera. Allí estaba, oculto bajo papeles del trabajo y unas fotografías antiguas de una pequeña Abby

—Se pronostican lluvias torrenciales para esta noche—informó la mujer del tiempo—. Vientos de ciento veinte kilómetros azotarán al pueblo de Ashbourn, se recomienda…

Alcanzó a tomar el celular, la llamada se cortó y el cristal de la pantalla se partió en dos.

—¿Pero qué…?

Al volcar la vista a la carretera nuevamente, observó con temor una figura vestida de negro a un par de metros por delante suyo. Llevaba puesta la capucha de su larga gabardina negra, por eso no pudo verle el rostro. El sujeto alzó la barbilla y ella alcanzó a distinguir el destello ambarino de unos ojos cuando otro rayo surgió del cielo.

Giró el volante con rapidez, el auto se desvió al carril contrario. La figura del hombre se desvaneció en el aire cual volutas de humo y ella, con el corazón en la boca, respiró entrecortadamente para calmarse, pero el aire lastimaba su garganta al tomar una bocanada y el fuego del mismísimo infierno se colaba por sus fauces.

—No es real. No es real…

Siguió camino, no miró atrás. Apretó el acelerador a fondo. ¿Era él? ¿Acaso era posible? ¿Michael lo había liberado? El movimiento del limpiaparabrisas se detuvo, las luces delanteras del auto se apagaron y la radio comenzó a entrecortarse. 

Gritó.

De un segundo a otro, las luces volvieron a encenderse. Se encontró con la trompa de una camioneta que había surgido de la oscuridad cual fantasma y que ahora tocaba bocina para hacerle saber que estaba yendo por el carril equivocado.

Fue demasiado tarde cuando reaccionó. El chevrolet giró a un lado, el costado del capó impactó contra la camioneta. Entre gritos y llanto, miedo y desesperación, ella rezó en voz alta.

El desvío contra la banquina…el impacto contra los árboles…el estallido que acabó con el automóvil.

A varios metros de ella, una sombra se aproximaba con lentitud, iluminada por las llamas que emanaba del capó. Observó con atención la situación. La mujer aún vivía, intentaba con desesperación salir del interior del vehículo dado vuelta.
En algún lugar profundo de su oscuro corazón, sintió lástima por ella.

—Tú...eres...real…

Sin mediar palabra, el sujeto se agachó a su lado y se apartó la tela que tapaba su rostro. La lluvia los envolvió a ambos, pero a él no le importó en absoluto. El cabello negro como el ónix brilló bajo las llamas rojizas,  los símbolos tatuados en la piel de sus manos se movieron con vida propia.

—Llegó la hora.

—Por favor…Abby…

Ella se dejó llevar en cuanto el chico posó un dedo en su frente. El cuerpo no le respondió.

—Cuida a…—intentó hablar pero las palabras se atoraron en su garganta. Entreabrió los labios, un hilillo de sangre rodó cuesta abajo por sus labios—...por favor… 

El muchacho apartó su tacto y la humana cayó en seco sobre el asfalto. Estaba muerta. Ya estaba.

Lo había hecho.

Estuvo a punto de levantarse pero se detuvo al ver el destello de un objeto metálico enredado en el cuello de la mujer. Ladeó la cabeza a un lado y observó el collar que traía puesto. Lo sostuvo entre sus manos, la pequeña cadena aún conservaba el calor. Había un ángel de metal allí.

Sin soltarlo, clavó la mirada sobre los ojos abiertos del cadáver humano. Por un momento se vio reflejado en aquel tono grisáceo. Todo lo que veía era muerte, caos, oscuridad. ¿Había pensado ella que se salvaría? No, por supuesto que no. Los ángeles le habrían cortado la garganta por su traición y los demonios la habrían sepultado en el Averno por haberse colado en su mundo. En cierto punto, había tenido suerte de que fuera él quien le arrebatara la vida y no alguien más. 

—Cuidaré de tu hija, Stephanie.

Un manto negro lo envolvió y desapareció dejando sus tinieblas en el aire.

 Daemonium/ Los hijos del Diablo: el comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora