Que sí, que no, que todo se acabó.

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Dicen que hace tiempo, en cierto lugar, hubo una canción muy famosa:

Ay, Serafín
Todo tiene su fin
Que , que no,
Que todo se acabó.

Pasó el tiempo y la canción pasó de moda. Solo una viejita la recordaba y la seguía cantando. Yo le pregunté que si le gustaba mucho la canción. Ella me dijo que . Yo le pregunté por qué.
La viejita se fue sin decirme nada. Pero luego regresó y me dijo:

-Sientate, muchacho, te voy a contar un cuento.
Yo me senté en una de las bancas de la plaza principal y ella me contó su cuento:

En este pueblo, hace muchos años vivía una princesa. Todas las noches soñaba que un gran príncipe venía a pedirla en matrimonio.
En este mismo pueblo también vivía un príncipe. Pero era un príncipe muy pobre. Para seguir siendo príncipe tenía que trabajar. En su castillo, que no era castillo sino una casita muy chiquita, ahí tenía un jardín de rosas. Bueno, tampoco era un jardín, sino un grupo de macetas apretujadas. Eso , en las macetas había rosas.

Por las mañanas, antes de irse a trabajar, el príncipe regaba su jardín. Por las noches, antes de irse a dormir, también. Y los domingos, el príncipe se daba un buen baño y hasta se perfumaba. Cortaba la mejor de sus rosas para ponérsela en alguno de los muchos agujeros que tenia su capa. Una capa elegante, pero vieja.
Todo esto lo hacia porque los domingos por la tarde había que salir a la plaza principal. Ahí muchas princesas, con sus damas de compañía, salían a dar la vuelta.
Un domingo, en una de esas tantas vueltas a la plaza principal, se encontraron. ¿Quienés? La princesa que soñaba con jn gran príncipe y el príncipe que tenía que trabajar para seguir siendo príncipe.
La primera vez sólo se miraron. La segunda vez intercambiaron sonrisas. A la siguiente, una ligera inclinación de cabeza. Y para la última vuelta de la tarde, el príncipe decidió acercársele a la princesa:

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