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Descripción de un paisaje según un paranoico crítico

Verde, verde que me atrapa y me ahoga. A mi alrededor, miles de tonalidades de verde que se mezclan, se distorsionan creando nuevas formas; ojos, labios, cuerpos que bailan y se abrazan.

Hay tantos colores que siento falta de aire, falta de espacio. 

Los azules se enamoran de los rojos creando violetas, y juro que por un momento, oigo a un niño reír. Los amarillos se enamoran de los azules y parecen enfadarse porque chillan, y se expanden, nublando mi vista. Y el niño llora y le digo que no llore. Pero no parece oírme ya que su llanto continúa. Y le sigo repitiendo que deje de llorar y ahora el que llora soy yo.  Y siento que desvanezco, que no puedo controlar esta realidad, que no quiero despertar para recordar. 

Hay tanto ruido que no oigo ni mis propios pensamientos. Me tapo los oídos y me mezo. No quiero que el niño llore ni que se enamoren los colores ni que se me corra la tinta al escribir esto. 

¿Será que muero? No, porque estoy más vivo que nunca. En una realidad efímera y loca, incontrolable, imposible de describir tan sólo con palabras. Me parece que el niño ha parado de llorar, y que los amarillos se han calmado, y me destapo los oídos y abro los ojos, pero los vuelvo a cerrar al ver que todo sigue igual. 

¿Cuánto tiempo llevo aquí? No lo sé, y probablemente no hayas podido leer la pregunta ya que escribo con los ojos cerrados. Dejo de escribir por un rato, no hay mucho por decir. 

Lo acabo de sentir. Esta sensación... la he sentido antes. Es tan agradable... Es preciosa. Te lo describiría pero me sería difícil. Aunque lo voy a hacer. Quiero plasmar en papel mi existencia para ser recordado, aunque yo mismo me niegue a recordar quién soy. Alguien familiar me sostiene en sus brazos y juro que había olvidado esta sensación. Y recuerdo y me maldigo por recordar. Este perfume es el suyo. Estos brazos son suyos. Grito en llanto, aferrándome más aun a sus brazos. Es ella. 

Y lo recuerdo - no debo recordarlo - que no estoy en ningún lugar sumido en la locura, el único loco soy yo. Y lloro aferrándome a sus manos porque este es el lugar en el que solía escribir junto a ella. El lugar en el que solía escribir gramaticalmente correcto y con una correcta estructura. Y junto a ella. Junto a sus manos, sus ojos, su cabello, sus labios, su cuerpo, su presencia. 

Juro oír que me susurra ven conmigo y sigo con los ojos cerrados ya que si los alzo lo recordaré todo.

El niño y el hombre. Aun lo recuerdo, pero no totalmente. Quiero que ella se vaya aunque la anhelo porque sin ella no soy nada pero con ella soy horrible. Y sigo recordando, y entonces me rindo, ya que abrir los ojos no cambiará nada, y lo hago. 

Dios mío. Es preciosa. 

Por si te lo preguntabas, sí, sigo llorando.

Ven conmigo.

Lo siento, no puedo.

Comienzo a recordar más y grito aunque esta vez de horror al ver al niño que solía reír ensangrentado en el suelo y el causante del crimen de pie, con una frialdad aterradora. El hombre. 

Ven conmigo. Miro sus ojos. No me parece haber visto algo más bonito en mi vida. Me abraza y la abrazo, y siento cómo nuestras almas se funden en una sola. Huelo su cabello y me siento feliz de estar a su lado.

Ven conmigo. Y recuerdo que el niño era mi hermano y el hombre mi padre. Pero ya no grito. La abrazo mirando el pequeño pedazo de cielo entre las copas de los árboles. Me siento aliviado y sin ningún sentido de la culpabilidad. Culpabilidad por no haber salvado a mi hermano del demonio. Del hombre. De mi padre. 

Mis palabras recobran sentido. Fue gracias a ella que lo superé. Gracias a este lugar, a ella, a las palabras que plasmaba en el papel, lo superé. 

Le agradezco de todo corazón todo lo que ha hecho por mí y siento cómo me duermo fundido en su abrazo. 

Ya no lloro, sino que sonrío. La he aceptado. 

Pienso que te quiero. 

Quiero aclarar que estas palabras no iban dirigidas a ti, de hecho no sé ni quién eres. Aunque gracias por escucharme aun sin saber quién soy yo. 

Estas palabras iban dirigidas a ella. A aquella con la que solía escribir. A aquella que me apoyó cuando nadie más lo hacía.

A mi querida paranoia.